Tomy —Tomás Rodríguez Zayas— siempre es recordado en el gremio de la prensa y también en el de la creación artística. Pero este 6 de septiembre se cumplen 11 años de la apresurada desaparición física del gran caricaturista y humorista gráfico, quien legó una vasta y valiosa obra al patrimonio periodístico y plástico de la nación. Y lo es, por lo magistral y solido de su discurso gráfico en el que se conjugan el dibujo y el color y, además, por su talentosa denuncia a la política hostil del gobierno norteamericano contra Cuba.
Su afán por superarse, conocer y experimentar en torno a las diferentes expresiones y técnicas de las artes plásticas, le permitió incursionar también en el grabado, el aerógrafo y la pintura en acrílico, entre otras.
La imaginación de Tomy, y el deseo de no detenerse nunca en sus proyectos hizo que utilizara azúcar para hacer sus trabajos, cuando en las condiciones del Período Especial, en la década de los años 90 del pasado siglo, faltaron los más básicos materiales para el ejercicio de su arte.
Tal vez imbuido de sus vivencias en Barajagua, Holguín, donde nació en 1949, su humor desborda cubanidad. Aquellas raíces fomentaron en él la magia del jolgorio y la alegría innata del campesino cubano, en quienes prevalecen la alabanza, la broma, la sátira sana, portadoras de una enorme espiritualidad y sencillez, reflejo de la vida misma.
Por eso Tomy siempre volvía a sus orígenes, a aquel entorno apacible y vivaz de las campiñas holguineras, donde luego de su muerte los habitantes del lugar erigieron un busto en su honor.
El niño soñador venido al mundo hace ahora 72 años, nos legó su obra, su persistencia, su valor para enfrentar la existencia y alcanzar la meta anhelada.
Tomy conoció la pobreza y la desigualdad durante su niñez, caracterizada por la dinámica de la vida rural, la cual prácticamente se diluyó en la cría de animales para el sustento, en el trabajo en un modesto espacio dedicado al cultivo del maíz, la yuca, el boniato y algunas frutas que servían de alimento para todos, amén del mísero salario que recibía el padre como cortador de caña durante los periodos de la zafra, faenas en la que el niño de apenas ocho años le ayudaba.
Con el triunfo del Primero de Enero de 1959, la familia Rodríguez-Zayas se identificó con el proceso de transformaciones que en favor del pueblo cubano comenzó en el país. Tomy, con solo 12 años, se incorporó a la Campaña Nacional de Alfabetización (1961), en las serranías de Moa.
Posteriormente ingresó en una escuela agrícola existente en Nipe, donde cursó la secundaria básica y se especializó en el procesamiento de subproductos de la leche de vaca y de la carne de cerdo. Allí colaboró con la organización de la biblioteca donde encontró infinidad de libros sobre dibujo y pintura, los cuales le instaron a practicar estas expresiones del arte durante horas. Tres años después obtuvo una beca en la Escuela de Agronomía Álvaro Reynoso, de Matanzas. Allí continuó dándole riendas sueltas a su vocación artística.
A partir del año 1966 comienzan a hacerse realidad los sueños de Tomy. Con 17 años publica varias caricaturas en la revista Zunzún y otros medios de prensa, mientras que en un concurso de humorismo gráfico celebrado en Matanzas, Manuel y él obtienen el primer y segundo premios, respectivamente. Estimulados por el notable éxito ambos comienzan a asistir en calidad de oyentes a las clases de la Escuela de Artes Plásticas de Matanzas.
Tras un infructuoso intento por ser piloto de aviación, el joven humorista gráfico es ubicado en Managua, en la periferia de la capital, donde hizo su Servicio Militar General. La suerte volvió a acompañarlo cuando a los pocos días exhibió allí algunos de sus dibujos en una modestísima exposición que instaló en el mural, suerte de credencial que le permitió, a partir de ese momento, desempeñarse en el taller de propaganda de esa unidad militar. Entonces, ya enviaba sus trabajos a La Chicharra, suplemento humorístico que antecedió al DDT. Mientras tanto, en su escaso tiempo libre, visitaba museos y galerías.
De Managua se trasladó a Camagüey, donde fue designado oficial de operaciones en el Estado Mayor de la naciente Columna Juvenil del Centenario, a la vez que —referenciadas sus exitosas experiencias en la caricatura y el dibujo humorístico—, diseñaba el periódico de esta institución militar, El Bayardo, donde conoció a otros jóvenes igualmente reconocidos en esa labor; entre ellos Nuez, Virgilio y Wilson.
Al concluir sus deberes militares regresó a su hogar en Barajagua. Pero ya había bebido de la fuente del éxito y, por más que intentaba readaptarse a las condiciones de la vida campestre, sus pensamientos no podían evadir la creación artística, aquella vocación que nació con él.
Decidió probar mejor suerte en La Habana. Buscó dónde publicar sus caricaturas y un buen día fue a parar a la redacción del periódico Juventud Rebelde. Allí volvió a encontrarse con su amigo Manuel.
En su desesperado andar en busca de un empleo que le posibilitara realizarse plenamente como humorista gráfico y caricaturista, finalmente Tomy aceptó el reto de realizar, en solo tres días —de viernes a lunes— la portada del semanario Pionero. Y alcanzó el triunfo deseado, tras el cual fue el encargado de realizar muchas de las portadas de esa revista, hasta que se trasladó para DDT, donde permaneció desde el año 1968 hasta su muerte y donde llegó a ser el director de este popular suplemento humorístico.
Dibujo de portada: Obra de Isis de Lázaro