Después de vencer en un partido de tenis de mesa en el local de la revista Mella, Félix Guerra observa que su derrotado rompe la raqueta al lanzarla contra la pared. Aunque le lleva solo dos o tres años, lo llama a conversar, le pasa la mano sobre el hombro, le aplaca la ira. El hecho y sus consejos, sin situar los nombres de los involucrados, pasan a formar parte de su leída sección Una ventana al sol, donde el autor suele relacionar como merece lo filosófico con lo cotidiano.
Los estudiantes comprenderían mucho mejor la importancia de esta ciencia si todos los profesores hicieran algo parecido, les proporcionaran a las leyes de la Dialéctica un sostén más objetivo, y en la aclaración sobre la diferencia entre causa y motivo, no se afincaran al socorrido ejemplo de la I Guerra Mundial tan manoseado en los manuales…
Ahora que la noticia de su muerte me llega por Cubadebate, al calor de esta nueva tristeza, recuerdo mis relaciones con Félix. Lo conocí cuando el triunfo del pueblo era verdad, mas urgía hacerlo avanzar. Apremiaba defenderlo de la jauría imperial y sus cómplices internos. Teníamos que vencer bastantes confusiones, hijas de la propaganda enemiga y de errores de la izquierda que la alimentaron.
Fundamental resultó aquella unión de los más puros jóvenes cubanos. Él llegaba de su lucha antibatistiana desde las filas de la Juventud Socialista. Disfruté su conferencia en la Escuela Nacional de Cuadros Fulgencio Oroz de la Asociación de Jóvenes Rebeldes (AJR) de la que yo era alumno. Con voz pausada, sin exabruptos, con el dominio del idioma montado sobre el corcel del pensamiento, esclarecía hechos, enamoraba de ellos, nos fortalecía. Fue seleccionado miembro suplente del Comité Nacional de dicha organización que algunos meses después sería la Unión de Jóvenes Comunistas (UJC). Se iba más allá de un cambio de nombre: necesitábamos este tipo de transformaciones e iniciarla con los Pinos Nuevos era lo apropiado, como había intuido e impulsado Fidel.
Al pasar de dirigente profesional de la UJC a pichón de periodista en Mella, luego de mi labor como ayudante del instructor político durante la Crisis de Octubre en una unidad de reciente creación, Félix, subdirector de la publicación y Esther Ayala, la jefa de redacción, me guiaron en lo profesional con tacto e inteligencia, pero con firmeza ante los deslices. ¡Me hicieron escribir mi primer trabajo 17 veces antes de publicarlo…! Me forjaban en lo periodístico: mucho más en lo ciudadano. Las olas de la existencia me separaron del “guerrero” lo que no significó dejarnos de querer, pese a no estar de acuerdo siempre con su visión y su posición en todos los lances; el tampoco aplaudió plenamente las mías. La vida me ha dado la razón en unas; a él, en otras.
Estuve en las presentaciones de sus libros y en la exposición de sus dibujos. Fui el editor de su testimonio sobre los Cinco Picos, a cuatro manos con Froilán Escobar, y debí defenderlos de los dogmáticos que los acusaban de irrespetuosos por haber incluido una entrevista soñada entre Martí y Marx. Vencimos. La batalla me dio pie para ponderar en diversos escritos la importancia de la imaginación, en general y en el periodismo pues, como dice el Apóstol, “Es la hembra de la inteligencia, sin cuyo consorcio no hay nada fecundo”.
Poeta de hondura y finura seductoras, periodista de alta calidad, muy por encima de aquel Premio Nacional Juan Gualberto Gómez por la Obra del Año, con su maravillosa entrevista a José Lezama Lima, contundente en contenido y forma contra los negadores del maravilloso creador, y sus textos sobre la naturaleza- mariposas y árboles donde debemos situar- en fin, sobre lo bello del mundo enfrentado a tanto crimen. Escritos que muestran ensoñaciones y senderos de los que debemos y podemos escoger y adaptarlos a los nuestros, lejos de la copia o la ceguera.
Recuerdo cuando me visitó en la Coordinación Nacional de los Comités de Defensa de la Revolución al poco tiempo de mi designación al frente de La Calle y Mi Barrio, para desearme éxitos en mi nuevo empeño. A mis compañeros allí les dijo: “A pesar de que alguien pueda equivocarse con su físico y ciertas asperezas de carácter, es un hombre bueno, hasta tierno, cariñoso… ¡Cuídenlo…!”. Esas palabras generosas, exageradas, en boca de un ser humano valioso, con tanto que ver con mi formación, aún me estremecen y obligan a superarme porque no ignoro cuanto me falta.