El término Tradición tiene en el diccionario de la RAE 8 acepciones, que naturalmente tienen todas elementos que las acercan. La primera reza: “1. f. Transmisión de noticias, composiciones literarias, doctrinas, ritos, costumbres, etc., hecha de generación en generación”.
La tradición que el pueblo no cultiva se pierde en el tiempo. Para que una tradición sea válida necesita de seres vivos en un entorno sociocultural históricamente determinado que la acepten más o menos conscientemente, o incluso inconscientemente porque la naturalizan sin cuestionarla y la reproducen en su cotidianidad.
En el proceso de existencia-persistencia de una tradición lo fundamental es la comunicación que puede realizarse de múltiples modos, persona-persona, persona-grupo, mediante formas masivas, por lecturas, espontáneamente o de manera más o menos elaborada, etc. En ese proceso de transición activa, de herencia social, las tradiciones se enriquecen revelándose lo esencial de nuevas maneras.
Mientras mayor fuerza tenga la voluntad popular de perseverar en una tradición a partir de convicciones acerca de su importancia y significado más tiempo perdurará. De ello dependerá también la presencia de esa tradición en las actitudes y acciones de las personas, lo que equivale a la vida misma de la tradición.
En Cuba la lucha por la unidad y la unidad misma han terminado instalándose con fuerza de tradición en la conciencia social de los cubanos. Costó luchar por ella durante la Guerra de los 10 Años, la forjó Martí durante la organización de la Guerra del 95 generando el Partido Revolucionario Cubano, se enriqueció durante la lucha contra la tiranía machadista permitiendo su derrocamiento, los trabajadores cubanos la asumieron en 1939, no por gusto un 28 de enero, cuando unieron el sindicalismo cubano, la forjó Fidel durante la guerra de liberación y después del triunfo de 1959, cuando se derrumbó cual castillo de naipes el andamiaje politiquero pluripartidista burgués-dependiente arrollado por las fuerzas revolucionarias representantes genuinas del pueblo que desde la tradición revolucionaria cubana perseveraron en la unidad. Esa tradición unitaria se ha forjado como necesidad histórica primero frente al colonialismo y después frente al neocolonialismo.
Y ese decisivo valor para la soberanía y la independencia nacional, con fuerza de tradición defendida por el pueblo cubano, quedó expresado nuevamente al votar la gran mayoría de los ciudadanos la Constitución de 2019. Es imposible imaginar la cultura cubana sin esa tradición de lucha por la unidad.
Esta reflexión la hago teniendo en cuenta no a los que intentan organizarse al servicio de los intereses del vecino del norte y de la contrarrevolución derrotada, siempre empeñados en dividir al pueblo, sino porque he escuchado puntos de vista de personas de conocida convicción revolucionaria y patriótica, que piensan honestamente que tener varios partidos, por lo menos dos, es algo necesariamente mejor, también, que siguiendo la práctica liberal burgués-dependiente el Presidente de la República debería ser elegido entre varios candidatos por el voto directo, que es errado que el partido sea la fuerza dirigente superior (que no única…) de la sociedad y del Estado porque ello conduce obligadamente a la partidocracia, al autoritarismo y al partido-élite, criterios todos que revelan el sentido común del liberalismo, no el sentido común de la revolución socialista.
Sus argumentos desconocen la experiencia histórica en la que es imposible encontrar el ejemplo de una realidad pluripartidista al servicio del pueblo, sino que adoptan una visión del presente y del futuro que se monta en la cultura política y la unidad conquistadas y propone soluciones viejas a problemas nuevos a nombre precisamente de esa fortaleza y desestimando el peligro que entraña para el país.
Entonces cabe una pregunta elemental: ¿desde cuál tradición vamos a continuar la construcción de la democracia socialista en la república cubana en el presente y en los años venideros? ¿Desde la renuncia a la tradición y la conciencia que ratificó el pueblo en la Constitución de 2019, anclaje legal del Estado socialista de derecho, o desde su deconstrucción a nombre de una ingenua visión de la política?
La respuesta parece tan elemental como peregrina la pregunta. Renunciar a la conciencia y la práctica de la unidad nacional en la diversidad bajo el dogma de que solo se es libre y con derechos si hay diversos partidos políticos, solo puede conducir a debilitar la obra común y abrir brechas que facilitarían la labor imperialista, cuyos fatales designios para Cuba no es necesario explicar.
¿Es acaso que hay que aceptar el dogma que prescribe que para que exista pluralismo político, diversidad de opiniones, divergencias, disenso, tienen que existir partidos políticos, lo que implica la imposibilidad de lograr una participación democrática cuando se tiene un solo partido? ¿Qué otra cosa sino el acceso a la participación universal -con todas sus virtudes y deficiencias- ha sido la práctica en Cuba desde la unidad revolucionaria? ¿Cuándo en la historia pluripartidista del capitalismo dependiente en Cuba hubo real participación ciudadana o se tomó en cuenta el sentir del pueblo?
Si se parte de la posibilidad de lograr toda la participación democrática necesaria en Cuba teniendo como tenemos un solo partido político que como ha cantado el poeta es un “unido”, entonces reclamar otros partidos deviene reclamar organizarse por separado más que participar en la obra común; resulta en sustituir el partido de la unidad que tenemos por otros que reconocerán como necesario que existan otras toldas políticas, no para intercambiar ideas diferentes, no para consensuar, algo que ya existe y se trabaja por enriquecer, cultivar, sino para disputar el poder, cuando la tarea revolucionaria es desarrollar desde el poder conquistado de todos, en él y con él, la democracia, no dividirlo en feudos políticos con más vocación de poder que de servicio.
La visión socialdemócrata de la política, reflejo aún de la importada visión trasnochada del Estado benefactor europeo barrido por el neoliberalismo, es quizá la que más estimula la defensa del pluripartidismo construyendo un mundo virtual en el que defendería mejor que el Partido Comunista de Cuba la democracia y el socialismo en un ambiente de múltiples partidos.
Bajo el propósito declarado de combatir las manifestaciones de burocracia partidista -bandera justa cuando lo son las intenciones- para hacer más revolución y mejor socialismo que el partido comunista, proponen crear múltiples burocracias partidistas -incluyendo la socialdemócrata- y soslayan -deteriorando la política y minando la participación social- valores dignificados por la revolución. Desconocen el daño que harían a la imprescindible cohesión social de los cubanos para poder salir adelante frente a un enemigo en extremo poderoso.
Con tal pluripartidismo que evocan esos conciudadanos se terminaría cediendo frente al imperialismo. No hablo ya del pasado politiquero que tanto aborrece nuestro pueblo, con las campañas electorales estruendosas y costosas, con promesas de cambio después olvidadas por demagógicas o que serían a priori boicoteadas por los partidos rivales, con la desvalorización del voto ciudadano que en lo adelante se basaría en la promesa engañosa y en los compromisos clientelares.
La democracia no se reduce a una idea etérea, es una forma de ejercer el poder. En consecuencia no existe en un conjunto de ideas por más armónicas y prometedoras que se presenten, sino que necesita respaldo real para ejercerse eficazmente, anclaje en la sociedad y en sus instituciones, en su metabolismo socioeconómico y necesita ante todo defenderse a sí misma.
La construcción de una democracia que en propiedad pueda llamarse así por representar el poder del pueblo, por el pueblo y para el pueblo y no un ejercicio cualquiera en su nombre para promover intereses corporativos, solo es real, verdadera, si incluye la democracia de la participación consciente efectiva de la ciudadanía, la democracia de los derechos individuales, colectivos y sociales, la democracia del diálogo, el debate, la crítica y el disenso para el consenso, la democracia de la educación, la democracia de la salud, la democracia de la cultura artística-literaria, la democracia de la seguridad social, la democracia de la independencia nacional, la democracia de la identidad cultural.
Ciertamente, para construir el socialismo no es condición que haya en la sociedad un solo partido, tampoco que haya varios, pero ¿puede afirmarse que la multiplicidad de partidos políticos es garantía de una participación social efectiva? ¿Cómo, quienes abogan por tal modelo para Cuba -afirmando que solo así se garantiza que haya diversidad de criterios en la sociedad y poder expresarlos, misma que ya existe naturalmente- pretenden organizarlo? ¿Será que piensan en la quimera de partidos que logran la unidad de criterios y de acción mejor que lo que se hace ahora y sin la inmediata y reforzada intromisión del vecino del norte que -precisamente desde que el pueblo cubano unido por la fuerza natural de la revolución tomó las riendas de su destino- viene promoviendo sin éxito la formación de partidos políticos, por cierto a menudo con nombres afines a las ideologías, organizaciones y partidos que los sostienen?
¿Será que creen realmente que en ello radica la solución de nuestros problemas- y no en la plena participación del pueblo en todos los niveles con un proyecto consensuado de país y todos los recursos humanos y materiales, los esfuerzos y voluntades unidos en una misma dirección?
He escuchado también el peregrino criterio de que el Partido Comunista de Cuba debería ir en contra del voto popular que avala su papel como fuerza dirigente superior de la sociedad y del Estado y proponer abandonar esa responsabilidad otorgada por la ciudadanía…
En política es imperdonable la ingenuidad. Defender la tradición de lucha por la unidad del pueblo cubano en modo alguno es defender el verticalismo, justificar los déficit de información política -esa que permite tener clara conciencia de los procesos políticos-, no reclamar formas más eficaces de participación política como ciudadanos, o desconocer la importancia de medios más efectivos de control popular.
La tarea principal del partido no descansa en sustituir la voluntad popular, mucho menos en subordinarla, sino en ser el principal promotor del empoderamiento sistemático y creciente del pueblo a todos los niveles, en la descentralización de decisiones y responsabilidades, en ser velador de los derechos del pueblo, de su cohesión, de su participación, defensor de los principios de la revolución socialista y lo más revolucionario del país.
Ese empoderamiento es el que enriquece el protagonismo popular y pauta la cadencia participativa que expresa el sentido mismo de la revolución. Esa descentralización -acompañada de una legalidad socialista robusta para pautar los comportamientos y de un sistema político que garantiza claridad en los objetivos comunes- tiene en el empoderamiento municipal uno de sus propósitos fundamentales para acercar el pensar como país a esa célula territorial básica y de ella a las comunidades, los colectivos laborales, a las familias y a los ciudadanos, articulando y haciendo eficaz la nueva institucionalidad que construye Cuba en correspondencia con el modelo económico y social cubano de desarrollo socialista a cuya elaboración contribuyeron cientos de miles de ciudadanos.
Martí, en los momentos fundacionales del Partido Revolucionario Cubano, expresó que este “existe seguro de su razón como el alma visible de Cuba”. Vio al partido como al país mismo, su conciencia. Y esa verdad solo es sustentable en la práctica a través de la construcción y observancia por todos del consenso social y de su constante renovación, de lo contrario sería solo un enunciado, algo separado de la gente. Es en dirección de ese encuentro permanente que hoy los documentos y directrices de trabajo aprobados por el partido se ponen a disposición también de los no militantes.
No por gusto en las directrices del VIII Congreso se indica: “Promover en el funcionamiento del Partido la más amplia democracia y un permanente intercambio sincero y profundo de opiniones, no siempre coincidentes. Por el carácter de Partido único, tendrá que ser cada vez más democrático, más atractivo, más cercano al pueblo en su conjunto y no solo en su entorno inmediato”.
A través de la democratización de la cultura, de la política, de la economía, de la ciencia, de todos los ámbitos de la vida social, el partido ejerce el mandato constitucional de ser la fuerza dirigente superior de la sociedad y del Estado y ese destino político es el que lo vincula indisolublemente al pueblo, ser pueblo mismo con esa responsabilidad.
Los acuerdos que se adoptan, se adoptan para ser cumplidos, pero pueden ser mejorados, enriquecidos, por lo que un componente del proceso democratizador de la actividad partidaria debe serlo el mantener los temas abiertos a debate y disponer del espacio requerido para el intercambio constante de criterios. “Los primeros que tenemos que ser críticos para perfeccionar nuestros problemas de manera transparente y con la verdad en la mano -expresó Díaz-Canel en reciente reunión partidaria- somos nosotros, y le quitamos ese espacio al enemigo. Hay veces que el enemigo critica y critica, y nosotros tenemos tantas insatisfacciones como cualquiera, entonces, nos quedamos callados, no comunicamos. No es lo mismo que nosotros seamos los primeros que critiquemos y digamos: estamos criticando esto por esto y por esto, pero lo vamos a solucionar por esto y por esto, ¿qué espacio le dejamos al enemigo?, que hablen lo que quieran, las sandeces que quieran, pero los que estamos abanderando eso somos nosotros, y no siempre actuamos así.”
También es preciso reconocer que el principio del centralismo democrático no ha sido practicado con un adecuado balance de la participación democrática, de la crítica y autocrítica y con un flujo de información política suficiente en el seno del partido. Se necesita un análisis crítico de la aplicación de este principio en la práctica, pues ha habido más centralismo que democracia. Es necesario dar un paso adelante hacia la articulación democrática que reconoce la necesidad de la centralidad de las decisiones que fortalece la cohesión ideológica y política del partido, y también la horizontalidad que implica evitar la derivación “hacia arriba” de todas las decisiones.
Para trabajar por la democratización de la sociedad, el partido mismo tiene que ser ejemplo de democracia, lo que implica la constante preocupación por enriquecer el debate ideológico y político en su seno, reconociendo la validez de la multiplicidad de criterios de ese conglomerado de pueblo militante que se identifica por sus fundamentos ideológicos y el reconocimiento y aceptación consciente de sus Estatutos. El Primer Secretario del PCC y Presidente de la República en la clausura del VIII Congreso, lo valoró así: “…es nuestro deber como cuadros del Partido entender que esa fuerza política no es monocromática, ni idéntica entre sí, y mucho menos unánime al expresarse. Debemos ser capaces de apreciar la fuerza del bosque, de sus árboles en fila y en cuadro apretado cuando la Revolución lo precise. La unidad tiene que prevalecer sin olvidar jamás que hay que ver el bosque y también los árboles. El colectivo y las individualidades no son lo mismo, aunque unidos se perciban así. Preservar la legitimidad necesaria para que el proyecto siga avanzando parte del conocimiento profundo de sus singularidades.”
La ideología política del Partido Comunista de Cuba se inscribe en el ideal socialista y la perspectiva comunista, conceptos con respaldo constitucional desde 1976. Tanto el ideal socialista tangible, actual, en el que se fundamenta el hoy de la construcción social -y que tiene una expresión discutida masivamente por el pueblo en la Conceptualización del modelo-, como la perspectiva comunista que tiene la doble función de preservar el rumbo socialista por cauces genuinos y la de actuar con una ética que permite trascender el presente y actuar con visión humanista de futuro constituyen en Cuba valores con fuerza de tradición presente en el ánimo de la mayoría del pueblo.
Es la razón por la cual en la política que promueve el partido no hay contradicción -si bien elemental diferencia- entre aceptar las relaciones mercantiles, la propiedad privada y la distribución con equidad que contribuyen al crecimiento y desarrollo del país, y no hacer diferencia alguna, por ninguna razón, a la hora de educar, dar atención médica y proteger a los sectores más vulnerables, o incluso, compartir lo que tenemos con otros pueblos.
Hay que avanzar en la práctica de saber deslindar lo que corresponde al Estado, a la administración pública y al papel político del partido, hay que avanzar en una política de cuadros que promueva el liderazgo auténtico, real, la capacidad y el talento donde este se encuentre y prescindir sin dilación de quienes obstaculicen los procesos de cambio que necesita el país. El partido como movimiento político debe ser auxiliado por el partido en tanto estructura e institución, lo fundamental, lo esencial no debe ser opacado por lo formal.
Mucho hay que hacer aún para avanzar en la democratización del Estado y del Partido, pero ello -aunque actual, muy importante y decisivo- descansa en la realidad de que para mejorar nuestro Estado socialista de derecho lo primero es preservarlo y eso solo es posible con la unidad.