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El 11 de julio y el aurea mediocritas

“Aurea mediocritas”, o dorada medianía, es una expresión griega vertida por algunos que no conocen el idioma, como quien esto escribe, como equivalente al español “dorada mediocridad”. Pero engaña la falsa cognada. Los griegos significaban con ella el “dorado término medio” o la “dorada medianía”. Luego la “medianía” connotó también la mediocridad, la falta de talento o ambiciones, y de allí la confusión.

En la filosofía del hedonismo epicúreo-que también ha padecido sus falsas interpretaciones, pues el hedonismo no se refería a una preferencia por el gozo, el disfrute y la bachata-el concepto apuntaba a la búsqueda del término medio entre los extremos, como equilibrio estético en las medidas y en el comportamiento humano, la simetría y el equilibrio que tanto preocupaban a los hijos de Baco y Afrodita, y lo consiguieron, inolvidablemente, en su arte y gran parte de un pensamiento que aun hoy nos acompaña y aconseja.

Desde ya preocupó a los pensadores y artistas alcanzar ese ideal, temerosos de que la hybris, o el exceso, merecieran el castigo de los dioses. El epicureísmo enseñaba que la felicidad consistía en conformarse con lo imprescindible y huir de los apasionamientos exagerados, desproporcionados. Todo exceso provocaba su castigo.

Pero si en las medidas de la escultura y la arquitectura era posible su conquista, en las actitudes y eventos humanos no. Lo muestran las tragedias griegas, el exceso, la “hybris” en las conductas, desafiar a sus dioses queriendo alcanzar su estatura, que provocaba el sufrimiento consiguiente y la anagnórisis, ese momento en que, a través del dolor y el castigo, el ser llegaba al conocimiento de su destino, la aceptación de su culpa y el reconocimiento purificador.

La búsqueda del término medio, la moderación, es una aventura trágica y sin fin, la dolorosa ruta de la humanidad hacia toda la justicia. Como en el desfiladero, o la cuerda floja, o en el paso por el filo de una navaja, o en el dictamen que decide el destino de un hombre, el cuerpo y el pensamiento siempre tienden hacia un lado u otro. El equilibrio es sólo el momento infinitesimal y efímero de una vibración que nunca se puede detener. Sólo podemos ser equilibrados con respecto a una convención, a una medida, a un punto cero, a un cero absoluto en el que sin embargo todavía hay movimiento, calor.

En angustiosa búsqueda la especie creo la ley y la justicia, el concepto de la verdad, el prisma de lo objetivo, con la esperanza de encontrar lo justo, ese término medio de la conducta humana y el rasero del castigo o el premio. Cuando se valora un tema, o una conducta, debemos buscar esa justicia del punto medio, pero conscientes de que siempre ladearemos un poco. Entonces hay que decidir hacia qué lado no queremos escorar, que implica hacia qué lado preferimos hacerlo ya que la dorada medianía es imposible. Eso en política se llama opción. Siempre hay que decidir. No existe el centro sino en la ilusión, o en la mentira.

La crónica de los eventos que sucedieron el 11 de julio pasado en Cuba es un variopinto testimonio de los que se han propuesto derivar hacia la mentira, con fría maldad consciente, y los que han intentado dar el màs fiel testimonio de los sucesos, y la valoración menos injusta. En esa ruta lo menos que se puede intentar es no dejar datos fuera en la consideración, pues escorar hacia la omisión es un modo de fallar en la justicia y otro de tributar a la mentira quizás, en algunos, involuntaria. No hay modo de valorar un hecho sin mezclar en ello nuestra cosmovisión, nuestras convicciones, nuestras preferencias. Por ello es un espejismo la objetividad, porque ella se concreta en el filtro de la subjetividad. Pero hay sólo un modo de intentarlo: no dejar fuera los hechos crudos de la realidad.

No es posible negar, sin error, que en los acontecimientos influyeron y se expresaron angustias e incomodidades, y la desesperación o la inconformidad de algunos. Provocar esos sentimientos, ir creando un efecto acumulativo y lograr que alguna vez se tradujeran en manifestaciones, fueran públicas o íntimas, y que se expresaran en el rechazo o las protestas, ha sido el objetivo manifiesto y confeso de la agresión estadounidense.

Pero los padecimientos, estrecheces, las incomodidades de la falta de energía, o incluso la desesperación, nunca serían ahora justamente comparables con las que sufrió Cuba desde el año de 1990, durante el llamado Período Especial.

Cierto que los nacidos en aquellos años ni pudieron conocer la relativa bondad de los años 80, ni fueron totalmente conscientes de los sufrimientos de sus padres para procurarles la mínima alimentación, cuando despertábamos a nuestros chicos en la madrugada para que llenaran su barriga con algo que les aliviara las molestias del estómago vacío, o nos privábamos de lo mejor del magro y frugal alimento laboral para llevarlo a casa. Precisamente la agresión sistemática, nunca detenida, jugaba con la emergencia de esa nueva generación, ahora también con un medio de comunicación entonces inexistente: el celular, los datos, las redes sociales, la demonización del socialismo, y las vitrinas ahítas del mercado capitalista, y también nuestros propios errores como padres combinados con los errores de la sociedad.

En toda la historia han existido las grandes rebeliones, los estallidos sociales. No han necesitado de un medio de información tan vasto e instantáneo como el actual, aunque en ciertos períodos esa función la jugaron los clubes, las tabernas, las organizaciones privadas, las universidades, y el papel periódico.

Pero los verdaderos estallidos sociales no necesitan esencialmente de las convocatorias, de la instigación, del trabajo lento y sistemático de la insidia y la mentira, de la manipulación, de la mentira, todo lo que ahora se vertía sobre Cuba para alebrestar y caldear los ánimos ante las dificultades reales o sobredimensionadas,  y era algo que venía sucediendo desde años atrás cuando incluso se intentó formar una red interna con aparatos satelitales, para burlar el control, inundar de mensajes las incipientes redes juveniles, aquello conocido como el zunzuneo, abortado en su momento y juzgado su principal mercenario en Cuba.

Un estallido social no dura sólo unas horas, ni un día. Es un tsunami indetenible, arrasador y sobre todo allí donde ocurre, en las sociedades esencialmente injustas, puede extenderse a semanas y meses, y sólo se oponen a él las capas medias superiores y la mayoría en rebelión o protestas es el pueblo llano. Al contario de lo sucedido en Cuba, que fueron las mayorías las que se manifestaron contra esos sucesos. Y los actos de vandalismo no fueron sólo el ataque a un hospital materno, sino la norma, acorde a los ofrecimientos de pago a tarifas por heridas, contusiones, roturas o incluso ataques a niños.

¿Cómo sustraer esto del análisis? ¿Cómo tratarlo al paso, para solo dar relieve a la tesis de una manifestación espontánea y subrayar que los cambios no realizados en Cuba, o las estrecheces están entre sus detonantes?

Al contrario, se acumulan los datos de la cuidadosa organización externa con la complicidad de sus mercenarios internos. Si existían razones para la inconformidad, agravadas por la situación de encierro, ruptura de hábitos y costumbres, y preocupación por la pandemia, tampoco se puede minimizar cuánto tuvo que ver la agresión mediática y el servicio mercenario para convertirlos en un acto público que no fue esencialmente pacífico, sino todo lo contrario.

Si se pretende el equilibrio del punto medio, la dorada mediocritas, la justicia, y se excluyen datos esenciales, o se tratan con el mínimo relieve, y además se pretende mediante un acto de bondad perdonar el delito, uno se conducirá con hybris, escorará hacia un lado, y al ofender al dios de la verdad, recibirá su propio y peor castigo: el que surgirá de la conciencia del error en el momento del reconocimiento, la anagnórisis y el sufrimiento. Quizás te purifiques, pero el daño mayor estará hecho: el que se hace a todo un pueblo.

Publicado en el Facebook del autor.

(Tomado de postcuba.org)

 

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