LAS CARABINAS DE POCHO

Salinas y su aprendiz

I

¿De Marcelo Salinas, dice  usted?  ¿Una novela? Marcelo Salinas era también un escritor, pero de obras de teatro. Su pieza Alma guajira fue muy popular en su tiempo.  Todavía hoy la crítica no le regatea sus méritos. La obra “se desenvuelve de modo agradable y el interés se mantiene de principio a fin. Demostró que sabía manejar los resortes del mecanismo teatral. Alma guajira refleja bien el ambiente del campo cubano y sus diálogos se desenvuelven con plausible naturalidad en el lenguaje típico del guajiro”. Era obvio que el país arrastraba una situación socioeconómica  de crisis y que el momento favorecía la recepción de mensajes que anunciaran  cambios revolucionarios. En 1923 se habían producido “dos acontecimientos de gran importancia en el proceso  cultural del país, iniciados por la más joven promoción de la Primera Generación Republicana: la Reforma Universitaria y la Protesta de los Trece (…), lo que constituye la incorporación del grupo más valioso de la juventud intelectual a la lucha política. [Los minoristas] adoptaron una actitud decidida y militante en defensa de los más legítimos valores nacionales de solidaridad con los pueblos iberoamericanos y en contra de la penetración imperialista”.  Un tercer elemento a tener en cuenta: la influencia —determinante en los principales enfoques de la época— del pensamiento de Hipólito Taine (el manejo, en las valoraciones críticas, de los factores “herencia, medio, raza y momento histórico”.)[i]

Alma guajira es de 1928. Casi diez años después —en 1937, cuando se publicó la novela de Salinas— uno de los personajes le pregunta al abogado villareño Manuel Mesa, residente en La Habana, cómo andan las cosas por allí; ha oído decir que a cada rato hay tiros. Mesa no  se inmuta: “No, no hay tiros todavía, pero es posible que los haya muy pronto. ¡Y algo más que tiros!” Mesa se siente en confianza. Puede hablar claro. “Aquí y en toda Cuba” —afirma—. ¡De Oriente a Occidente, será un reguero de pólvora!”.[ii] Hasta allí, Manolo Mesa había apoyado sin reservas a los sublevados del Partido Liberal.

II

En algún momento estuvimos tentados a decir que la existencia de un grupo de conspiradores en la novela revelaba la mano oculta del teatrista. Los conspiradores desempeñarían el papel de núcleo conflictivo, un papel que el  dramaturgo necesitaba para hacer avanzar la trama, como si de una obra de teatro se tratara. Y no sólo eso.  Marcelo Salinas era un tabaquero anarquista de San Antonio de los Baños. En varios países de Centroamérica  se destacó como ideólogo y dirigente político. Por su labor de agitación social sufrió prisión en España  y Estados Unidos a fines de la Primera Guerra Mundial. Aquellos personajes de la novela que recorren los potreros y, en el más absoluto secreto, parecen estar tramando la creación de un foco clandestino en las montañas, ¿estarían destinados a ser los representantes del Conflicto, el núcleo dinámico que necesitaba el autor para hacer avanzar la trama? ¿Serían ellos los llamados a fundir en una sola las dos caras profesionales de Salinas? Me resulta sospechoso que cuando alguien pregunta si deben revelar su secreto, el jefe del grupo responda escuetamente: “No. Esperemos a mañana”…, lo que equivale a decir: “No apagues la luz todavía. Mantengamos la expectativa”. En la práctica, eso sólo apuntaba a los respectivos ciudadanos. En España, los revolucionarios ya habían visto frustradas sus aspiraciones; después de los procesos autonómicos no había habido ningún cambio significativo en la orientación política;[iii] en Cuba habían tenido el triste privilegio de pasar a ser gobernados por una pléyade de Generales y Doctores.

III

Aquí había quien  pensaba que no  todo podía arreglarse “así como así”, como suelen arreglarse las cosas “entre cubanos”. Era el caso de Justo García, mayoral de aquel potrero durante los últimos veinticinco años, “famoso en la guerra por su bravura y considerado siempre por su honradez”. Tenía dos hijas que parecían destinadas a darle un vuelco a esta historia y un hijo que no podía ocultar su disposición a ser sobornado. Y un día el vuelco se produjo pero por razones históricas: la acción de las masas sublevadas.  Ahora no era la sublevación de un partido en sus trincheras, sino la sublevación de todo un pueblo en las calles.  Caía la dictadura de Gerardo Machado.

Al regresar de un exilio absurdo, provocado por la conducta de un fanfarrón, Manolo Mesa se había mostrado dispuesto a participar en las luchas políticas, pero muy pronto empezó a sentirse abatido, decepcionado,  desorientado…“¿Dónde estaba el pensamiento nuevo, fuerte, verdaderamente renovador, que podría inspirar la obra inmensa de construir la patria soñada, grande y  justiciera?… ¿En qué hombre encarnaba?”. El Dr. Ruibal opinaba que “hacían falta hombres limpios y puros, que dieran vida a un Gobierno puro y limpio”. Manolo no olvidaba la arenga que, en una asamblea, les dirigió un hombre de mediana edad, de copiosa melena entrecana, que durante veinte minutos atacó duramente a los gobernantes de turno y a sus predecesores, “lanzó anatemas furibundos contra el capitalismo norteamericano, mantenedor de las naciones débiles del Nuevo  Mundo; exaltó la necesidad de lograr la ascensión total de las masas explotadas; defendió los derechos de la mujer, los del negro, los de la niñez desvalida y desamparada; citó la obra en realización por uno de los pueblos más largamente oprimidos del mundo[iv] y terminó pidiendo a los presentes apoyo decisivo para la dictadura de clase”… Uno de los  asambleístas estuvo de acuerdo, pero con la decisiva salvedad de que tal vez en Cuba no fuera posible aplicar “esos métodos, esos sistemas…Quizás dentro de algunos años, “cuando la ola invencible llegara del Norte”…

Mesa ha tenido que salir corriendo para Santa Clara, donde se halla su esposa, Rita, que ha caído enferma de gravedad (tifus). El médico que la     atiende había participado años atrás en las luchas electorales, en las que se relacionaba con altos dirigentes de los Partidos, pero ya no quería ni oír hablar de eso. “Son gente que viven adulándose y mintiéndose mutuamente, mientras adulan y mienten al pueblo —decía—. Muchas veces, al principio, cuando me presentaban un alto señor cuyo nombre aparecía constantemente en los periódicos, a un connotado hombre público, iba volando, me acercaba respetuoso, esperando oír de su boca sentencias elevadas, conceptos de interés para el país…Siempre salí defraudado: el distinguido prócer, el famoso orador, el augusto patriota resultaban mercaderes innobles, enredados en disputas minúsculas de votos y centavos; aparecían desnudos de toda grandeza, preparando combinaciones ruines contra el adversario, estudiando trampas y zancadillas de mala ley.” Ante semejante arremetida, Mesa titubeaba: “el mal está en la falta de educación —gruñía—, en la complacencia de los honrados para con los pillos, a quienes, con su abstención, dejan el campo libre”…y por si fuera poco, “se volvían hacia Rusia, a mirar a Rusia, lo que significaba someterse al espíritu judaico, “a lo más vil que ha podido inventar el espíritu judaico”. Porque no había que olvidar que de ellos, los israelitas, “nació el Cristianismo con su moral negativa, buena para eunucos; y de ellos nació el socialismo marxista, doctrina de rebaño…”. En fin, el barrio estaba lleno de gente extravagante; en los altos de un almacén de tejidos de la calle Aguacate se celebraba una sesión espiritista en la que aparecía, encarnada, la figura de Valeriano Weyler, “el célebre enano mallorquín”.

Al morir Paquita, Manolo, que recién había cumplido treintidós años, decide volver para La Habana, donde establecerá definitivamente su bufete. Verá a la entrañable Emilia ejerciendo su oficio de prostituta callejera. Entrará en contacto con el señor Vulpiano, “un viejo italiano, mitad buhonero y mitad artista, pues fabricaba santos y muñecas de yeso, que luego vendía él mismo de puerta en puerta.” Otro vecino de La Habana Vieja, el Sr. Castro, se da el lujo de desacreditar la actividad: “Aquí lo primero  es acabar con el imperialismo…”, advertía, y de pronto las palabras sonaban como apagadas por un ruido trágico e injustificable: estalla una bomba, con su secuela de muertos, en el parque de Santa Clara, frente al hotel donde se alojaba el objetor… vecino de Mesa y, como él, de tránsito en la ciudad.

Con los cuerpos tendidos en la acera doy por terminado el inventario…“!Los soldados!” “Los soldados!” ¿Qué soldados? ¿La Rebelión de los Sargentos? Los cuerpos inmóviles, sangrantes… ¿Será Mesa uno de ellos?

(Publicada en el Boletín del Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau. Imagen destacada: Dary Steyners).

Notas:

[i] Son citas de Max Henríquez Ureña (Panorama histórico de la literatura cubana),  José Antonio Portuondo (Bosquejo histórico de las letras cubanas) y Salvador Bueno (La crítica literaria cubana del siglo XIX).

[ii] Marcelo Salinas: Un aprendiz de revolucionario. La Habana, Talleres de “El Fígaro”, 1936 (i.e., 1937). [Esta obra alcanzó un Primer Premio en el Concurso Literario celebrado por la Dirección de Cultura de la Secretaría de Educación. Año 1936.]

 

[iii] En el marco de la Colonia, las elecciones para el Parlamento Insular se celebraron el 1º de enero de l898; mes y medio después, el 15 de febrero, estalló el Maine en la bahía.

[iv] ¿China? Si es así, ¿por qué el autor no la menciona por su nombre? ¿Por qué consideró prudente callarlo?

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Ambrosio Fornet
Ambrosio Fornet (Veguitas de Bayamo, 1932), ensayista, crítico literario y editor. El autor de Cine, literatura y sociedad (1982); Alea, una retrospectiva crítica (1987); El libro en Cuba (1994); Las máscaras del tiempo (1995); Carpentier o la ética de la escritura (2006); Las trampas del oficio (2007) y Narrar la nación (2009). También de los guiones para los filmes Retrato de Teresa (1979) y Mambí (1998). Es miembro de la Academia Cubana de la Lengua y ha sido merecedor del Premio Nacional de Edición (2000) y del Premio Nacional de Literatura (2009).

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