¿Por qué la Identidad Nacional [1] como el epicentro de este análisis? Porque a mi modo de ver es en la Identidad Nacional donde está uno de los mayores desafíos para cualquier nación del planeta, incluidas las más poderosas. Por supuesto que este acercamiento no incluye toda la gama conceptual que este tema posee, pero donde queda claro que una agresión a la Identidad Nacional significa, al mismo tiempo, un ataque al país. En el caso de Cuba, las amenazas a la Identidad Nacional más conocidas son del dominio público, desde la Doctrina Monroe [2], que como es sabido sigue vigente con apariencia diferente, reforzada con el bloqueo trumpista a partir de más de doscientas restricciones que impiden al país adquirir productos indispensables para la vida de una población que ha soportado por seis décadas todo tipo de dificultades; donde no falta, por supuesto, la subversión directa.
Ante esta realidad, explorar el estado de la Identidad Nacional aporta elementos importantes porque en ella late la existencia misma de la nación y su debilitamiento pudiera ser un factor decisivo contra el proyecto de país en sí mismo; a sus estructuras más profundas, como la base fundacional donde la población puede compartir los desafíos, no como consigna sino desde su “corazón político”. Es decir, donde están amasadas fuertemente las otras identidades, en una ligazón en la que cada una de ellas tiene un papel significativo, donde también habita la sociedad civil como parte del consenso.
Existen distintos puntos de vista acerca de las corrientes de pensamiento que influyen y determinan la Identidad Nacional de un país, donde predomina la idea de que no son categorías inmutables, sino dialécticas; es decir, que pueden sufrir mutaciones, pueden cambiar en determinados contextos sociales e incluso disolverse. Una lamentable realidad ocurrió a un grupo de países que compartían proyectos políticos más o menos comunes, donde las identidades nacionales fueron transformadas.
Contexto
Las reflexiones que intento socializar pretenden, desde mi perspectiva, insistir en la urgencia de debatir temas, pensamientos y conocimientos para estimular un contexto crítico que contribuya a esclarecer asuntos pendientes de la sociedad actual. Considero que Cuba se encuentra tal vez como nunca antes frente a un descomunal desafío, no solo por la magnitud de los retos sino sobre todo por la complejidad misma de cada uno de ellos. A lo cual habría que agregar aquellos peligros de orden bélico y los que amenazan incluso la propia sobrevivencia de la humanidad.
En un instante en que las redes sociales parecen marcar los acontecimientos sociales más allá de realidades y manipulaciones, no es el propósito de este enfoque tomar partido de sus virtudes que como sabemos son infinitas, ni tampoco dedicar tiempo a los modos de comportamiento que ese entorno impone al mundo contemporáneo. Una situación que transcurre en un escenario global donde verdades y fake news compiten muchas veces con una pasión apocalíptica desde mi punto de vista.
Pretendo recordar que sin restarle significación al universo mediático, me gustaría situar esta reflexión en la realidad social. Un contexto donde se definen conflictos específicos, tal vez de menos glamour, pero donde está esa cotidianeidad del “tempo” real, que nos sorprende cada amanecer y que es preciso asumir, porque está ahí todavía, gracias a Dios…
En mi opinión, la Isla demanda responder a un contexto excepcional que exige de análisis de alcance interdisciplinario y a su vez transdisciplinario, en una sociedad politizada durante un largo periodo de tiempo y quizás también cansada de problemas que se repiten. Con la influencia de grupos etarios que han irrumpido en un nuevo consenso social, en un ambiente social donde un segmento que representa más del setenta por ciento de la población nació después de 1959 y no participó de la épica fundacional.
Acompañados de los llamados generación milenio o cero, más jóvenes todavía, con otros sueños difíciles de satisfacer en un medio social de escasez sostenida sin perspectiva de solución inmediata, con quienes serían oportunos encuentros específicos. Ante una realidad social que cuenta con un amplio grupo de intelectuales portadores de una argumentación requerida, pero donde sus voces no aparecen con la fuerza que merecería en el espacio público, particularmente la televisión y la radio, quienes podrían caminar al unísono por sus propios carriles sin esperar más tiempo.
“El estado de la Identidad Nacional aporta elementos importantes porque en ella late la existencia misma de la nación (…) donde están amasadas fuertemente las otras identidades, en una ligazón en la que cada una de ellas tiene un papel significativo, donde también habita la sociedad civil como parte del consenso”.
Este conjunto de asuntos me ha conducido de manera natural a dos figuras paradigmáticas de la cubanidad, José Martí y Antonio Maceo, a veces observados cada uno en espacios diferentes, uno el pensador y el otro el estratega militar. Pero donde en realidad ambos compartieron la misma idea de la cubanidad, porque Martí murió en un campo de batalla y Maceo legó conceptos que expresan un pensamiento profundo y a la vez sofisticado. Ambos desde experiencias distintas vieron a Estados Unidos como el mayor peligro y mostraron con sus acciones la unicidad que a mi modo de ver exigen los peligros de aquí y ahora.
¿Qué función cumplen entonces las identidades?
¿Cuáles son los mecanismos que contribuyen a debilitar la Identidad Nacional de un país? Para las matrices de dominación capitalista, que observan desde finales del siglo XX una pérdida de su poder imperial particularmente en Latinoamérica, donde las identidades han formado parte de propuestas de recuperación de esos espacios perdidos y, como es sabido, han tenido éxito si observamos los problemas actuales de la región. Una reflexión posible que amplía la trascendencia historiográfica en el impacto del régimen capitalista podría comenzar por el papel desempeñado por el modelo del Sistema Mundo Moderno, o Economía Mundo, que dio sus primeros pasos a partir del siglo XVI. Desde la trata africana, motor de la acumulación capitalista [3] y la mayor deportación humana conocida.
Para Immanuel Wallerstein [4], estudioso de la realidad africana, quien definió al modelo Sistema Mundo como un fenómeno trascendental: “No es mundial por su carácter planetario, sino porque es mayor que cualquier unidad política jurídicamente definida” y “es una ‘economía-mundoʹ debido a que el vínculo básico entre las partes del sistema es económico”. Una referencia geopolítica que continúa marcando pautas para aquellas naciones que el sistema capitalista colocó en una desventaja histórica sostenida.
Una realidad agravada para los países pobres debido al papel del capital financiero como el monarca todopoderoso de difícil acceso. En este complejo mapa social que hoy caracteriza a las identidades, la Identidad Nacional adquiere una dimensión tal vez más sutil, precisamente como una herramienta ideológica decisiva debido a su vulnerabilidad social. Una categoría epistémica, donde en la superficie, todo parece estar bien, pero debajo de los pies, ocultos, suelen moverse propósitos contrarios al equilibrio de la Identidad Nacional, no siempre perceptibles a simple vista.
Mientras que por otra autopista, corre a enorme velocidad una crisis económica de carácter global y local particularmente, con una incidencia descomunal debido a una pandemia que apareció silenciosamente a finales del año 2019 y explotó en los primeros meses del 2021. Sus graves consecuencias han tenido un impacto desastroso en el estado de bienestar humano, tanto en países desarrollados como en la mayoría de aquellos con menos recursos, donde por supuesto las consecuencias son más catastróficas.
Un elemento importante al analizar la Identidad Nacional es su vínculo inseparable con la identidad cultural, como sustrato de un espacio donde interactúan un conjunto de dimensiones sociales y personales, las que representan una síntesis en la que subyacen diversas variables identitarias que requieren de una narrativa con visión holística, donde se encuentra el flujo permanente de las identidades colectivas sobre la cual descansa la nación como sumatoria interconectada.
Al mismo tiempo la identidad cultural, como eslabón decisivo de la Identidad Nacional, tiene un papel primordial. De acuerdo al enfoque del intelectual africano Cheikh Anta Diop, historiador, antropólogo y físico, quien introdujo en su tesis doctoral en la universidad francesa de La Sorbona el concepto de que los pueblos egipcios no eran blancos, a partir de pruebas de laboratorio, la identidad cultural representa el proceso fundacional de cada pueblo y en él concurren tres factores básicos: históricos, lingüísticos y psicológicos. Acerca del factor histórico expresa:
El factor histórico es el cemento cultural que une los elementos dispares de un pueblo […] La conciencia histórica, por el sentimiento de cohesión que crea, constituye la relación de seguridad cultural más sólida y segura para el pueblo […] Lo esencial para el pueblo es encontrar el hilo conductor que lo liga a su pasado ancestral, el más lejano posible. Ante todo tipo de agresiones culturales, ante los factores disgregantes del mundo exterior, la más eficaz arma cultural con la cual se puede dotar a un pueblo es este sentimiento de continuidad histórica. Así, borrar, destruir la conciencia histórica siempre ha formado parte de las técnicas de colonización, de sumisión y embrutecimiento de los pueblos […] el sentimiento de unidad histórica y por tanto de identidad cultural […] desempeña un papel protector de primer orden en este mundo caracterizado por la agresión cultural generalizada. [5]
La Doctora Carolina de la Torre Molina, académica cubana, en su libro Las identidades: Una mirada desde la Psicología, plantea que la reflexión acerca del papel de las identidades es aún escasa desde la perspectiva de las ciencias sociales. Apunta que eso no quiere decir desvalorizar el lenguaje popular, sino que alerta del peligro que pudiera ser ignorar la repercusión de los procesos psicológicos y culturales en el estudio específico de las identidades. Comenta su preocupación por este asunto en el caso de Cuba, un fenómeno que en su opinión requiere de investigaciones, estudios, debates y divulgación. Haciendo referencia a un autor por ella citado, expresa que ni el pasado ni el presente permanecen fijos al interior de las identidades al enfrentarse a esta reflexividad, y agrega:
El establecimiento de identidades puede ser entendido de manera general y sin entrar en otras complicaciones, como una forma del proceso cognitivo de categorización, que ayuda al sujeto a comprender, ordenar, regular y hacer predecible el mundo en que vive. [6]
Cuando observamos las obras de Wifredo Lam y el papel desempeñado por el arte, es posible apreciar una síntesis donde Identidad Nacional y cultural está mezclada y resulta prácticamente imposible separar sus ingredientes. En sus obras la identidad cultural está en la floresta, diversos iconos de la religiosidad africana, la presencia de mujeres y hombres, las influencias de otras escuelas pictóricas y artistas, pero donde prevalece la cubanidad como rasgo caribeño distintivo.
Identidades versus subversión
En un artículo anterior publicado por IPS [7] comentaba la utilización de la racialidad como medio para promover descontento en la ciudadanía cubana, un ingrediente que ha sido utilizado también en países como Colombia y Brasil, aunque no fueron los Estados Unidos los primeros en aplicar esas tácticas para fracturar contextos sociales y políticos. Ya España había ensayado esas técnicas desde la época de la conquista y la colonización, con mucho éxito, por cierto. En este caso no se trata de la racialidad como elemento en estado “puro”, sino como un procedimiento que incide en la sociedad y contribuye a dañar el consenso social. Aunque la presencia de la subversión en Cuba seguramente tendrá otras evidencias, la amenaza a la Identidad Nacional se hace visible en determinadas acciones que tienen como telón de fondo la racialidad cubana.
No importa si el pretexto son los llamados Derechos Humanos exigidos solamente a quienes no forman parte del performance imperial. La realidad es que Estados Unidos ha dado por hecho que América Latina y el Caribe hispano han sido reacios a asumir el racismo y la discriminación racial, temas generalmente excluidos de sus agendas, donde el racismo queda en la inopia, considerado erróneamente como un fenómeno exclusivo de Estados Unidos. El académico Ariel Dulitzky, de la Universidad de Austin, Texas, comenta al respecto:
En nuestra región existe cierta presunción de superioridad moral frente a Estados Unidos. Con pomposidad resaltamos cómo nosotros vivimos en “democracias raciales”, “crisol de razas”, “armonías raciales”, en un completo “mestizaje” […] El mito de la democracia racial, entendida como la armonía entre grupos étnicos y raciales y por ende, como la ausencia de discriminación racial, conduce a explicar que todas las eventuales manifestaciones de racismo y discriminación son usualmente producto de prejuicios sociales y económicos antes que raciales. [8]
Varios proyectos de investigación, incluso algunos realizados en la Isla, fueron mostrando de modo sutil y también directo, que precisamente en el tema de la racialidad estaba el “talón de Aquiles” de la revolución cubana desde la perspectiva de la gobernabilidad estadounidense. Una realidad social donde el racismo y la discriminación racial no formaron parte de programas institucionales, lo cual corrobora la hipótesis de rechazo al tema, como enfoque latinoamericanista.
La aparición en noviembre del 2019 de una propuesta gubernamental por primera vez después de seis décadas, movió los planes subversivos al incorporar nuevamente con mayor énfasis los espacios de la cultura. Dicho en un lenguaje más claro, sazonar lo ya existente. La promoción de una disidencia de artistas conocidos y menos famosos junto a gentes de barrio, quienes en sí mismos reflejan el impacto de las desigualdades raciales y sociales, forma parte de un asunto que ha colocado el dedo en la llaga acerca de un conflicto pospuesto por mucho tiempo sin una justificación contundente.
En este sentido la trascendencia de la identidad cultural es muy importante porque incluye en sí misma un amasijo de funciones y prácticas sociales. Incluso cada país, región, territorio, tiene sus peculiaridades que difieren entre ellas y que pueden contribuir a modificar los consensos. En este sentido las ciencias sociales y las humanidades tienen como reto la ruta crítica ya emprendida por las llamadas “ciencias duras”, las que abandonaron los itinerarios lineales y convencionales para producir un pensamiento complejo agrupado en un proceso dialéctico e interactivo, capaz de encontrar resultados positivos ante diversos desafíos. Está claro que los conflictos ideológicos tienen en las ciencias sociales una poderosa herramienta para encontrar soluciones a las diversas problemáticas sociales. Una experiencia como los resultados de los candidatos vacunales cubanos Soberana y Abdala, como productos curativos, es ejemplo de los esfuerzos que puede hacer la ciencia hoy día.
Conclusiones
En los primeros años del siglo XX, el intelectual afroestadounidense W. E. B. Du Bois planteó que un problema decisivo de ese siglo sería “la línea del color”. Figura paradigma de la africanidad mundial, Du Bois analizó también la Identidad Nacional relacionada con una doble conciencia, en ese caso ser de origen africano y estadounidense al mismo tiempo. En este sentido la identidad cultural como parte de la nación, comparte con ella otras identidades, con perspectivas distintas a aquellas consideradas como “la genuinamente nacional”.
Aprovecho para reiterar que aunque el racismo tiene como epicentro una matriz ideológica común, los comportamientos no se presentan de manera uniforme y generalmente difieren, por ejemplo, las de Cuba y Estados Unidos. Lo que implica que hacer comparaciones igualitarias corre el riesgo de cometer impresiones conceptuales importantes. Las identidades se presentan entonces como procesos dicotómicos donde interactúan al unísono o, mejor aún, en una suerte de desdoblamientos, porque es posible asumir variables identitarias y a su vez formar parte de la Identidad Nacional, encaminadas hacia un mismo fin; un asunto de enorme complejidad que implica un análisis específico.
Me gustaría agregar un ejemplo donde suelen aparecer fuertes contradicciones. Si a usted nunca le han gritado en plena calle “negra de mierda”, o “guajiro de mierda”, o “maricón de mierda”, le resultará difícil colocarse en las reacciones que esas ofensas pueden provocar, mezclas de humillación, dolor, tristeza o rabia. Es ahí, en ese espacio de la intimidad del ser más profundo, donde es difícil colocarse en el espacio del otro, donde la Identidad Nacional se entrelaza con otras identidades, pero donde está, la primigenia, puede conservar una plenitud totalizadora y al mismo tiempo diversa.
Pero donde también está a expensas de riesgos y cambios, por lo cual también puede desvanecerse dando lugar a una metamorfosis, desarraigo o incluso disolverse. En Cuba, la construcción de la Identidad Nacional fue gestada con una participación sustantiva de la población de origen africano en el proceso por la independencia. Es importante recordar que en el Ejército Mambí más del sesenta por ciento de sus fuerzas eran personas no blancas, incluido un nutrido grupo de su alto mando.
El racismo “antinegro” desempeñó un papel importante -como es posible apreciar de modo particular-, en tres conflictos, algunos de los cuales ni siquiera fueron descritos en los textos docentes a partir de la imposición del silencio como procedimiento historiográfico. [9] El surgimiento de la República en 1902 disolvió en cierta medida esa unidad alcanzada en las contiendas bélicas, como expresión de esa mentalidad racista vigente. Aunque un sector social conservó y legó a sus descendientes el orgullo de una identidad racial legalmente preterida, pero emocionalmente compartida.
Habría que decir que en los momentos actuales el tema de la Identidad Nacional, como otros, debería contar con espacios de debate participativo que no tengan necesariamente como meta la unanimidad sino la presencia de diferencias conceptuales capaces de ser enriquecidas con una visión inclusiva. Aprovecho para hacer referencia al artículo acerca del papel del consenso publicado en La Jiribilla, el 17 de abril del 2014.[10] Creo que sería apropiado que instituciones como la Unión de Escritores y Artistas (Uneac), de la cual me honro de formar parte, pudiera contribuir más activamente a promover debates con amplia participación de su membresía, aunque estuvieran sometidos al modelo virtual.
“Un sector social conservó y legó a sus descendientes el orgullo de una identidad racial legalmente preterida, pero emocionalmente compartida”.
La posibilidad de realizar debates participativos de intelectuales y artistas, como preparación al debate nacional que urge realizar para continuar fortaleciendo la Identidad Nacional, hoy amenazada, en mi modesta opinión, no debería continuar pospuesta por mucho más tiempo, salvo por la limitación de la pandemia. Se trata de un intento para incorporar esa dialéctica marxista capaz de complejizar las problemáticas que aquejan al mundo de hoy y su impacto en Cuba. Sería una oportunidad para proponer soluciones teóricas que podrían convertirse en acciones de políticas públicas, poniendo énfasis en espacios comunitarios donde las desigualdades raciales y sociales están a flor de piel. Insisto en la urgencia del diálogo participativo donde la ciudadanía debe tener un mayor protagonismo en los distintos acontecimientos.
No debemos permitir que los temas fundamentales de la Identidad Nacional sean solo debatidos más allá del Mar Caribe que nos arropa, y luego devueltos con enfoques confusos. No debería tampoco dejar solo en manos de la policía lo que le correspondería a la sociedad civil, como preparación política ante las dificultades actuales. Considero que si bien hay que proteger al cuerpo físico debido a la COVID-19, ello no debe significar optar por la pasividad, lo que el intelectual cubano Fernando Martínez Heredia llamaba la “inercia cotidiana”.
Muchas amistades de otros países, incluido Estados Unidos, nos piden que les demos argumentos ideológicos para continuar defendiendo la justa causa cubana. No los abandonemos porque hoy más que nunca el mundo necesita de nuestras voces, no con apologías, sino con aquellos análisis críticos, explicativos, que permitan ahondar en la causa de los conflictos y sus posibles soluciones, sin cantos de victorias que no se correspondan con la realidad. Sería bueno recordar la definición de Fidel acerca del Concepto de Revolución, [11] lo que significa acostumbrarse a decir tanto los logros como los errores, porque en ellos precisamente están los nuevos aprendizajes.
Notas:
[1]-Las palabras Identidad, Nacional y otras que tienen la misma función, están escritas con mayúsculas para enfatizar del sustantivo la connotación que el texto le ha dado a esas categorías.
[2]-Doctrina Monroe, sintetizada en la frase “América para los Americanos”, fue elaborada por John Quincy Adams y atribuida a James Monroe en el año 1823. Aunque el documento fue concebido por sus autores, como oposición al colonialismo, más tarde fue reinterpretada como el derecho de intervención de Estados Unidos en América Latina y el Caribe, cada vez que quisiera.
[3]-Pensamiento incorporado por Doudou Diene, uno de los fundadores y director inicial de la Ruta del Esclavo y Relator Especial para la racialidad N. U.
[4]-Immanuel Wallerstein. Su obra más importante, El moderno sistema-mundo (The modern world-system), ha aportado a la ciencia histórica un nuevo modelo teórico-interpretativo. Apareció en tres volúmenes en 1974, 1980 y 1989. En ellos, Wallerstein se basa en tres influencias intelectuales: Karl Marx, el historiador francés Fernand Braudel, la Teoría de la dependencia, en su experiencia práctica obtenida en su trabajo en África poscolonial, y las varias teorías acerca de las naciones en desarrollo.
[5]-Cheikh Anta Diop, De la identidad cultural. Ed. Payot, París 1977.
[6]- Carolina de la Torre Molina, Las identidades: Una mirada desde la Psicología, Ed. Ruth, La Habana, 2008.
[7]- Referencia a texto Gisela Arandia Covarrubias, publicado por IPS, 20 enero, 2021 (https://www.ipscuba.net/sociedad/marginalizacion-y-disidencia-en-cuba/)
[8]-Ariel E. Dulitzky: La negación de la discriminación racial y el racismo, en América Latina. International Human Rights Law Group, 2000.
[9]- La Jiribilla, 17 Abril, 2014, Afro-Hispanic Review, vol. 33, Spring 2014, p. 187.
[10]- Conflictos raciales en Cuba de gran magnitud a partir de procesos represivos: a-Asesinato de José Antonio Aponte, su cabeza fue colocada en una jaula en las calles Belascoaín y Carlos III. El crimen produjo una frase popular que decía “más malo que Aponte”, con la intención de rechazar la idea libertaria del colonialismo español que representó la Conspiración de Aponte.
b- La llamada Conspiración de la Escalera, fue una matanza hacia diversos grupos que desde posiciones diferentes alentaban enfrentar al régimen español. Entre las víctimas estuvo el poeta Gabriel de la Concepción Valdés, conocido como Plácido.
c- A pocos años de constituida la República, tuvo lugar la llamada Guerrita de 1912, una masacre donde las víctimas fueron sobre todo la membresía del Partido Independiente de Color (PIC), quienes intentaban debido a su liderazgo durante las guerras por la independencia, ser incluidos en el sistema parlamentario con una agenda radical.
[11]-Definición de Fidel de Revolución. Fidel: ¿Qué es revolución? Revolución es sentido del momento histórico; es cambiar todo lo que debe ser cambiado; es igualdad y libertad plenas; […] es no mentir jamás ni violar principios éticos; es convicción profunda de que no existe fuerza en el mundo capaz de aplastar la fuerza de la verdad y las ideas. es luchar con audacia, inteligencia y realismo. http://www.cubadebate.cu/opinion/2016/07/04/analicemos-a-fondo-el-concepto-de-revolucion-de-fidel-para-convertirlo-en-guia-para-la-accion/
Tomado de: La Jiribilla