En un artículo implacable, donde el autor azotaba sin clemencia la actitud charlatana de algunos escritores de la izquierda española durante la Guerra Civil y después de ella, dos figuras de esta tendencia política, miembros del bando Republicano, salieron completamente ilesas: el poeta alicantino Miguel Hernández (1910-1942) y el periodista cubano Pablo de la Torriente Brau (1901-1936).
A Miguel Hernández siempre lo admiré. Conocí su obra por la musicalización que, de una parte de sus versos, hiciera el catalán Joan Manuel Serrat y hoy puedo citar de memoria no pocas de las creaciones del autor de Nanas de la cebolla.
Pablo me llegó por vías de mi padre, cuando yo todavía rondaba por las aulas de primaria. Recuerdo que una noche me entregó un libro y me contó, con entusiasmo poco habitual, sobre un relato que aparecía recogido en este volumen:Último acto.
Grande era el embullo de mi padre con este relato, de intensa atmósfera de suspenso, donde una suerte de terremoto sacude al protagonista, obrero de un central azucarero, cuando descubre una nota clandestina, escrita por el administrador del ingenio y destinada a la esposa del obrero, a la que invita a mantener relaciones amorosas cuando este se hubiera ido de noche al trabajo.
Leí tantas veces este cuento, que todavía recuerdo cada letra de su primer párrafo: ¨En el ángulo del patio, allí donde se alzaba la palma real, el hombre esperaba. La noche profunda y silenciosa lo envolvía todo (…) Sus antebrazos poderosos, velludos, manchados por la grasa, apenas si se distinguían. Estaba inmóvil. Esperaba¨.
Otro magnífico relato de Pablo también me lo sugeriría mi padre: El héroe, la historia de un veterano mambí que ve aprisionada su pierna en uno de los raíles del ferrocarril mientras un tren avanza endemoniadamente en dirección a él. Nuevamente el brillante manejo del suspenso hace que el espanto del veterano mambí termine clavado en el lector que sigue el desenlace de su inminente tragedia.
Pero de todas las creaciones de Pablo que he ido descubriendo a lo largo de mi vida, ninguna como su contundente Presidio Modelo, uno de los textos donde periodismo y literatura se funden brillantemente, al punto de no saber dónde comienza uno y dónde termina el otro.
Pablo, encarcelado en este recinto penitenciario con varios de sus compañeros por sus ideas políticas, en 1931, conoció en carne propia los vericuetos de tan desalmado espanto, ante el cual palidecen los círculos del Infierno de Dante Alighieri.
De esta experiencia carcelaria en Isla de Pinos, vivida por un cronista de primerísima línea como Pablo de la Torriente, era imposible que no surgiera una joya del periodismo, como décadas antes había surgido de manos de Martí esa memorable y angustiosa pieza nombrada El presidio político en Cuba.
No se equivocaba el acucioso investigador Jorge Domingo Cuadriello cuando reconocía la altísima calidad de este testimonio, publicado con cierta tardanza (1969) en su totalidad, mientras deploraba la escasa valoración que había recibido Presidio modelo, el poco interés que la crítica especializada había mostrado por este, pese a que puede ser (y de hecho es) un exquisito referente, tanto para escritores como para periodistas de cualquier geografía planetaria.
Y es lamentable porque el libro o novela testimonio, desde su página inicial, desde que Pablo y una veintena de compañeros arriban al Presidio, comienza a quebrarnos el aliento: basta que el capitán Pedro Abrahams Castells, jefe del penal, un piscópata repulsivo, inescrupuloso y manipulador, se pare ante ellos y abra la boca para echar afuera una verborrea fingidamente amable, detrás de la cual se oculta su verdadera estirpe de matón barriobajero.
El resto de la infamia comenzará a abrirse paso desde la página siguiente: el horror del Presidio Político contado por Martí no será menos espantoso que el horror del Presidio Modelo contado por Pablo.
Estrangulamientos de presos a pleno día, violaciones, ejecuciones extrajudiciales al por mayor, prisioneros convertidos en verdugos, ley de fuga para los incómodos y los ¨sobrantes¨, pantanos llenos de cocodrilos que se zampan a los reclusos mientras estos trabajan como bestias, desmoralización total de la condición humana, sazonan el cuadro de horror de esta ¨perla¨ del Machadato, tan podrido dentro de una cárcel como fuera.
Los textos de Pablo siempre impactan al lector. Quién puede decir lo contrario de piezas como Realengo 18 y Aventuras del soldado desconocido cubano. Pero Presidio Modelo me impresiona más. Y me sigue impresionando, sobre todo, la límpida trayectoria de este ser rebelde, honrado y brillante.
No por gusto el periodista que ¨disparó¨ abiertamente contra toda la ¨izquierda poética¨, se inclinó respetuoso ante Miguel Hernández y Pablo de la Torriente, porque el español fue digno hasta el fin y porque el cubano expresó claramente ante tanto charlatán inútil: ¨yo no vine aquí a perder el tiempo, ¿dónde están las trincheras?¨.
Si Roa aseguraba que, de haberse dedicado en cuerpo y alma a la poesía y no a la causa revolucionaria, Rubén Martínez Villena hubiera concretado una de las más grandes obras líricas de Latinoamérica, de Pablo podría decirse otro tanto respecto al periodismo y la literatura. En esta afirmación no me cabe la menor duda.
Pero quiso, como el autor de La pupila insomne, un mejor destino para la raza humana y ese destino se decidía entonces al pie de las trincheras. Y en ellas, sin titubear, selló su destino un brillante cronista de su tiempo.
Admirar textos de Pablo aprendí desde secundaria básica. Ahora con 67 sigue entre mis mayores retos escriturales. Alto, enérgico, sin enfilar, con gracia cubana