FOTOCRÓNICAS

El primer automóvil que entró al Cabo de San Antonio

Esta es una Fotocrónica en retrospectiva. Nació de una conversación de remembranza con mi colega y amigo Tubal Páez.  Recordando andanzas periodísticas inolvidables, hablamos de aquel día cuando el primer automóvil entró rodando al Cabo de San Antonio.

No fue a principios del siglo XX ni íbamos a bordo de un fotingo. La novedad estaba en la carretera que abría acceso por primera vez hasta el mismísimo faro Roncali, en el extremo más occidental de Cuba.

En enero de 1973,  las noticias resaltaban el avance de la construcción de la vía que uniría al resto del país una de las zonas más intrincadas y olvidadas en la etapa prerrevolucionaria, en la provincia de Pinar del Río. Hasta allí llegamos el equipo del periódico Granma, a bordo de un auto soviético Volga, y que se convertiría en el primer automóvil de paseo que entró al Cabo de San Antonio.

La obra fue avanzando hasta el último tramo, precisamente, donde topamos con los buldóceres y camiones, que seguían la senda abierta por los zapadores en la espesura del monte. Árboles con las raíces al aire, y jutías, venados y pájaros, aturdidos por las explosiones y el ruido de los motores, miraban desconcertados el paso cuidadoso de nuestro automóvil verde claro hacia el faro Roncali.

De vuelta a los negativos, casi medio siglo después, encontramos a Nieves Cordero y a los pobladores de aquellos parajes en su transformado ambiente, a los constructores que trazaron la vía en la agreste geografía, así como los niños de la escuela, los carboneros y el farero entonces a cargo de encender a diario la luz-guía.

Tubal me recuerda el regocijo que uno puede sentir ahora al acceder a esos sitios de belleza impresionante, que forman parte del Parque Nacional Guanahacabibes, Reserva de la Biosfera. Allí se ha insertado un turismo promotor de las mejores relaciones de los seres humanos entre sí y con la naturaleza, proyecto que ha conducido la pareja ejemplar del Comandante Julio Camacho Aguilera y Georgina Leyva Pagán.

Ahora, completando la remembranza, les propongo volver al trabajo periodístico original, que se publicó en Granma, el 25 de enero de 1973 y fue recogido en el libro Reportajes de la nueva vida, de la Editorial Letras Cubanas en 1980, en ocasión del 2do. Congreso del Partido Comunista de Cuba.

La historia de Nieves Cordero es la historia del Cabo

Por Tubal Páez Hernández / Fotos: Jorge Oller

En este relato de Nieves Cordero, un poblador de la península de Guanahacabibes, de cincuenta y un años de edad, se resume la vida de cientos de habitantes de la zona más occidental del país.

Si en lugar de haber hablado con él lo hubiésemos hecho con otros de por allí, los testimonios no se diferenciarían mucho, solo que no hay otro que explique las cosas con tanto detalle, ni pueda comparar tan vivamente el pasado con el presente.

Facsimil del reportaje publicado en el periódico Granma, el 25 de enero de 1973.

Por eso su casa es lugar obligado de cuantos visitan el Cabo: periodistas, constructores de caminos o investigadores. Saben que quienes pretendan conocer a fondo esos parajes, tienen que empezar por Nieves, porque la historia de Nieves Cordero es la historia del Cabo de San Antonio.

Si se afirmara que Nieves Cordero también estuvo en el Moncada, quienes lo conocen preguntarían qué relación puede haber entre este pescador-leñador y el asalto, si en aquellos días de 1953, Nieves Cordero estaba al otro extremo de la Isla, posiblemente en medio del monte, descargando una y otra vez el hacha.

Aunque quizás no estuviera en el monte cuando eso, porque también solía recorrer la costa “playando”, como acostumbraba, en espera de una caguama que saliera para virarla y tener huevo y carne a la hora de comer.

Tal vez aquel 26 fue cuando, llorando, prefirió destrozar a machetazos la carga de cujes antes de venderla al intermediario que no quería pagar lo mínimo por tantos días de sudor.

El farero de Roncali entonces.

¿O no sería acaso ese el día en que junto a sus hermanos llevó en hombros, lenguas enteras, el cadáver de su padre en una hamaca? Imposible de precisar ya. Nieves por esa fecha no diferenciaba domingo de lunes, y los meses se le confundían, porque era uno de los tantos hombres perdidos en los montes y playas de Guanacahabibes, abandonados de por vida en el “Cabo”, como dicen ellos.

Pero si Martí, por el ideario patriótico que animó a los atacantes, resultó el autor intelectual del asalto al Moncada, el atraso, los sufrimientos y la explotación en que vivió sumida gran parte de los hombres y mujeres de nuestro pueblo, entre ellos Nieves, fueron la causa que motivó aquella acción revolucionaria.

He ahí la relación.

Hablamos con Nieves en su casa. La vivienda, construida no hace mucho, es toda de mampostería. El frente da al camino y el fondo al mar, pues él y su familia viven en un punto de la herradura costera que forma la ensenada o bahía de Corrientes, geográficamente más cerca del litoral de México que de la capital cubana.

En la sala hay algunas fotos. La más grande es del Che. También hay juguetes: dos muñecas, una pelota de playa, de colores, que la brisa no deja quieta, un jueguito de cocina, y en una caja, sin abrir, con el celofán intacto, un equipo de asistencia médica para jugar y que “está ahí desde hace dos años para enseñarles a los muchachos: esto es una jeringuilla, esto es una tijera y esto otro un microscopio”.

En la pieza contigua está el dormitorio, muy claro y ventilado, donde se ven varias camas con mosquiteros “para que los jejenes y los mosquitos dejen dormir a los niños”.

Este escenario hace muy difícil imaginar en cuánta pobreza y abandono vivieron solo unas décadas atrás, en situaciones a veces solo comparables con la forma en que vivían los guanajatabeyes, que habitaban el Cabo hace cinco siglos, y que pertenecieron al más atrasado de los grupos aborígenes cubanos.

─Somos de Matanzas. Cuando mi padre llegó aquí yo tenía seis meses de edad. Según él contaba, eso fue cuando la moratoria. Yo de eso no sé nada, y había tanta hambre y necesidades que él decidió trasladarnos para acá. El viejo era criador y cazador de cochinos, y decía que aquí se podía vivir mejor.

Producción de carbón vegetal en el Cabo de San Antonio

Con el propósito de abreviar, “pues se necesitaría un día entero para poner los puntos donde se debe”, Nieves salta en el relato para explicarnos cómo se estableció toda la familia, en otro punto del Cabo, por la década del 30.

─Todo lo que traíamos consistía en un saco con un caldero y una cuchara; nada más. En un día hicimos un bohío bajo un jagüey. Mi padre hizo una tarima para dormir, con un colchón de guano campeche, y con el mismo guano nos tapamos del frío, acurrucados los diez de la familia.

“Cuando aclaró al otro día, nos fuimos para el mar y pescamos con hilo de majagua ─hecho con fibra de ese árbol─ y un clavo viejo como anzuelo. Comíamos cuanto “peje” hay en el mar y cuanto bicho en el monte.

“¡¿Especias?! ¿Que qué especias le echábamos? La sal del mar. ¡¿Zapatos?! Mire usted: cuando la mar se ponía guapa y había que subir al “dienteperro” a coger “panales de España” o a cazar jutías, nos envolvíamos los pies con cuero de cochino cimarrón amarrado con hilo de majagua. A eso le llamábamos “chaguada”, que el arrecife rompía enseguida.

“¡¿Café?! Aquí lo que se tomaba en lugar de café era un preparado que hacía la vieja: tostaba fruticas del guano campeche ─una especie de palmiche─, lo molía y después lo endulzaba con miel, que era el azúcar aquí.

“¡¿Cigarros y fósforos?! Con la picadura de hojas de salvia tostada mi papá hacía cigarros, en vueltos en tela de yagua, y como no había fósforos, siempre en mi casa había un “guardacandela”, un palo gordo prendido, que duraba semanas encendido. Para tener fuego en el monte, él se llevaba una cuerda de majagua, a la que prendía candela por una punta ─era una mecha cuya duración estaba en proporción a su longitud.

“¡¿Medicinas?! Después de la Revolución vine a ver un pomo por primera vez. A los arañazos y heridas les echábamos miel, y el catarro se iba con cocimientos de salvia, almácigo y otras plantas.

La familia de Nieves siempre fue muy unida, y de la narración se desprende que alrededor del padre giraba todo, fundamentalmente Nieves, que lo seguía a todas partes como su sombra, y de quien aprendió los secretos del bosque y las “artes y mañas” de pesca.

─Eso fue lo más honrado, lo más trabajador y lo más luchador que se puede haber conocido ─dice refiriéndose a su padre─. Enfermó del hígado y estuvo padeciendo de eso como siete años. Murió en la casa que teníamos en Melones, en lo más intrincado del monte; fíjense si es intrincado, que todavía en esta Revolución está intrincado.

“Cuando llegamos a El Cayuco con el viejo muerto, el médico de allí me dijo que había que picarlo para saber de qué había fallecido. Yo le dije que no, que no le hicieran nada, que el viejo había muerto por falta de medicinas, por el hambre, el trabajo y los sufrimientos. Lo enterramos en una caja hecha con recortes de tablas y clavos de uso, que tuvo como forro la madera misma.”

Nieves se emociona y no puede decir más, porque rompe a llorar, aguijoneado por los malos recuerdos. Alguien nos contó después otra historia parecida. Un hermano de Nieves murió pequeño. La madre caminó dos días con el niño enfermo, y cuando llegó al médico este le pidió el dinero primero; como no tenía un centavo, la mujer le dijo que podría a cambio traerle un puerco. El médico aceptó con la condición de que le trajera primero el puerco. Pero no hubo tiempo de regresar y el niño murió.

─¡Las necesidades que pasamos cuando aquello no se las deseo ni al enemigo más grande! Aunque después, cuando vino el “capitalismo”, la cosa fue peor.

Faro Roncali, en el extremo más occidental del archipiélago cubano, en la Península de Guanahacabibes (Fotos: Jorge Oller)

En varias ocasiones, Nieves mencionó la palabra “capitalismo” refiriéndose a ella como algo que llegó después. Primero pensamos que era una confusión de él, pero después comprobamos la realidad.

Sin haber hecho un estudio de los fenómenos socioeconómicos de la zona, por algunos testimonios de la gente del Cabo, llegamos a la conclusión de que al principio, cuando llegaron las primeras familias, el Cabo representaba para ellos un lugar que, aunque inhóspito, tenía grandes riquezas, donde podían vivir de la caza y de la pesca, y al menos no morir de hambre como en otras zonas del país.

Trabajaban para ellos mismos; pero cuando se adentran en el Cabo los comerciantes, los intermediarios, etcétera, la gente allí comienza a ser explotada despiadadamente y su situación empeora aún más: había llegado del “capitalismo” del que habla Nieves.

Esto se pone en evidencia, cuando dice:

─Un bijol costaba 10 centavos de un peso. Hubo meses en que cortaba hasta cuarenta mil pies de madera y el vale que me daba solo alcanzaba para unos cuantos mandados. ¡En dinero antes de la Revolución nunca vi más de diez pesos juntos!

“La libra de cera cocinada no querían pagarla a más de tres centavos; por 28 sacos grandes de carbón pagaban 12 pesos, y 10 centavos era el valor de 18 brazas de tres hilos de majagua trenzados, que es lo que llaman un “tendido” para el tabaco; después la Revolución fijó en un peso el precio. ¡Diez veces más!

“No encuentro palabras para calificar el pasado, porque en realidad no hay comparación con el presente. Hoy no queda un rincón en Cuba donde la Revolución no haya llevado un médico, un maestro y dado trabajo decoroso a los hombres.

“Algunos olvidan las noches enteras con una botella de agua y una tea cortando leña hasta desmayar. No se acuerdan de aquello y no quieren trabajar; desean vivir como burgueses.”

Nieves se quita el sombrero, sube el tono de la voz, se le enrojece el rostro y las venas del cuello se le hinchan.

─Incluso hay algunos, muy pocos, que no dan importancia a la carretera que se está haciendo hasta el Cabo de San Antonio, y dicen que eso no es difícil. Y yo les digo: “Carijo, ¿es fácil trabajar con la dinamita que, si te descuidas, los huesos van a parar al golfo?”

“La guardia rural, cuando se adentraba aquí era para quitarnos un puerco o alguna vianda. Recuerdo que una vez tenía un racimo de plátanos para la Noche Buena, vino un soldado en un caballito moro, ¡y adiós plátanos! Se los di porque si no, me sonaba dos cuerazos.

“Una noche me tocaron a la puerta. Eran unos muchachos revolucionarios que habían desembarcado, y yo les serví de práctico.

“Aquel día no me quedé tranquilo y por la noche salí para Tapaste; allí noté algo raro, un movimiento extraño de la gente; había corre-corre. La Revolución había triunfado.

“Fui de los primeritos en las milicias. Ingresé en el 59 o el 60. Desde 1964 hasta el 68 trabajé como guardafronteras y más tarde pasé a la Academia de Ciencias, como administrador de esto por aquí; actualmente hago lo mismo, pero me paga el Poder Local, aunque hace dos meses que no voy a cobrar, pues el dinero apenas me hace falta, porque ahora entran más de 300 pesos al mes.

Nieves no para de conversar; nos habla de sus hijos y de los niños del Cabo, que ahora están todos en un internado de primaria en Guane, y nos refiere a modo de contraste el caso de una niña que hace muchos años murió en el faro; ¡ocho días la tuvieron muerta en la casa! Después para evitar eso hicieron un pequeño cementerio así, donde más del 50% de las tumbas son de niños.

Siendo ministro de Industrias, el Che visitó el Cabo varias veces y conoció a Nieves. Según relata este, la primera vez el comandante llegó a su casa, tomó café y puso sobre la mesa de la sala un mapa tan grande, que una parte caía sobre el suelo, y le preguntó cómo se llamaba el lugar. Nieves le respondió y le fue detallando uno por uno los nombres de todos los lugares de la costa, desde el faro de Cabo Corrientes hasta Roncali. Cuando el viejo terminó, el Che le dijo: “Usted es el hombre que yo necesito”.

“Después estuvo dos veces más en mi casa y le serví de práctico. Al Che yo lo llevo en el alma y sus ideas están siempre aquí en mi casa”, dice Nieves en voz baja y en el mismo tono que cuando nos habló de su padre.

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Jorge Oller Oller
Fotógrafo, reportero gráfico. Fundador de la Unión de Periodistas de Cuba y del Periódico Granma. Premio Nacional de Periodismo José Martí por la obra de la Vida. Miembro de la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba.

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