¿Se imaginan que se descubriera en Venezuela que más de 6.000 campesinos inocentes hubieran sido asesinados por el Ejército y posteriormente presentados como guerrilleros? ¿Se imaginan que Venezuela estuviera llena de fosas comunes con los cuerpos de miles de ciudadanos asesinados por fuerzas paramilitares en masacres amparadas por el Estado? ¿Se imaginan que Venezuela tuviera el mayor número de población desplazada de manera forzosa de su territorio en el mundo? ¿Se imaginan que Venezuela fuera uno de los principales focos de la producción y exportación de droga mundial y que sus presidentes tuvieran vínculos probados con los principales cárteles? ¿Se imaginan que los venezolanos salieran a protestar y en cuestión de semanas desaparecieran centenares de manifestantes y aparecieran decenas de cadáveres torturados y mutilados? ¿Se imaginan montar un partido político en Venezuela y que miles de sus integrantes fueran asesinados de manera sistemática en una suerte de exterminio? ¿Se imaginan que ser sindicalista, militante de la izquierda o activista por los derechos humanos en Venezuela supusiera un riesgo real de ser asesinado? ¿Se imaginan que Venezuela se hubiera sentado en una mesa de diálogo con la guerrilla para firmar un acuerdo de paz y el gobierno no impidiera el asesinato de los desmovilizados? ¿Se imaginan que, a pesar de todo esto, Venezuela fuera el país de América Latina y el Caribe más mimado por los países poderosos, el que recibiera más recursos para la cooperación militar desde Estados Unidos y que fuera premiado declarándolo único socio global de la OTAN en la región? ¿Se imaginan, en definitiva, que los habitantes venezolanos tuvieran que vivir en un infierno así, aguantando tanta persecución y muerte frente al silencio cómplice de la comunidad internacional mientras ésta, por el contrario, se dedicara a señalar a otros países vecinos sólo por su modelo político alternativo? Inconcebible ¿verdad? Pues esto, y mucho más que se podría añadir, es la realidad de Colombia desde hace décadas mientras los centros del poder mundial no sólo callan sino que avalan la guerra sucia de las élites colombianas contra su pueblo insurgente a la vez que denuncian, hipócritamente, a un gobierno revolucionario, el de Venezuela, que ha dado cobijo y ciudadanía a millones de colombianos que huyeron del conflicto.
LOS GRANDES MEDIOS ESPAÑOLES TAPAN LOS CENTENARES DE ‘DESAPARECIDOS’ EN COLOMBIA
En efecto, Colombia y Venezuela son dos modelos antagónicos en Suramérica. También lo es su tratamiento mediático por parte de los medios hegemónicos. Este explica, junto al respaldo de las élites mundiales, la impunidad con la que puede actuar su clase dirigente en estos tiempos de inmediatez de las comunicaciones y denuncias por las redes sociales. Durante décadas la realidad del narcoestado colombiano ha sido silenciada y manipulada por los medios de comunicación españoles, que se han olvidado de contarnos, con la espectacularidad con la que se despachan cada vez que hablan de su vecina Venezuela, los miles de inocentes asesinados por “falsos positivos”, los centenares de miembros de la oposición política de izquierdas asesinados de manera selectiva o los casi ocho millones de personas desplazadas debido a una guerra en la que el Estado colombiano ha usado todo tipo de métodos, incluido el famoso paramilitarismo, para arrasar con la insurgencia del pueblo colombiano.
Así llegamos al estallido social de los últimos días, conocido como Paro Nacional, que inicia el 28 de abril. El pueblo colombiano sale a las calles en contra de una reforma tributaria propuesta por el gobierno de Iván Duque que se percibe como una gota que rebosa un vaso ya colmado de injusticias y atropellos. Las protestas se extienden y en ciudades como Cali adoptan una violencia extrema por la acción de grupos paramilitares y policiales que, junto a civiles armados, disparan contra los manifestantes. El nivel de violencia lleva a algunos medios internacionales a no poder ocultar la realidad y denunciar la represión “violenta y mortal” (https://nyti.ms/3x1OSGY) de la policía colombiana. Organizaciones colombianas de derechos humanos han denunciado que, desde que inició el paro, hay más de 327 personas desaparecidas (https://9.ly/3uVNfZK), una cifra que seguramente haya aumentado mientras se leen estas líneas-. Sin embargo, esta noticia que haría sonar las alarmas si se tratara de un único desaparecido durante protestas en Venezuela, ha pasado sin pena ni gloria en nuestros principales medios de comunicación.
LOS MISMOS MEDIOS JUSTIFICAN LA ESTRATEGIA DE DESESTABILIZACIÓN EN VENEZUELA
Hagamos un ejercicio de memoria y contraste sobre cómo nos contaron las protestas de los últimos años en Venezuela, las conocidas como guarimbas. Unas protestas de carácter divergente, cabe decir. Mientras en Colombia es el pueblo el que sale para protestar contra políticas de ajuste de un gobierno con un proyecto marcadamente neoliberal, en Venezuela los manifestantes pertenecen, en términos generales, a los sectores más acomodados de la sociedad venezolana que se oponen al proyecto político chavista, popular, que intenta romper con el neoliberalismo desde hace más de 20 años. Aunque se pueda pensar que en Venezuela también se protestaba por motivos económicos, debido a la pérdida del poder adquisitivo de los venezolanos, lo cierto es que la naturaleza de las protestas es muy distinta, igual que los orígenes de los problemas económicos que padecen ambos países. En el caso venezolano se da una hiperinflación inducida que ha desplomado el poder adquisitivo de los ciudadanos en el marco de una guerra económica que se une a problemas estructurales de la economía petrolera venezolana y a falencias en su gestión administrativa. Estos hechos sirven de excusa para justificar unas protestas que se encuadran en una estrategia de desestabilización más amplia, una guerra híbrida multifactorial contra la Revolución Bolivariana finalidad última es el cambio de régimen en Venezuela, es decir, acabar con el proyecto alternativo a los intereses estadounidenses en el país que ostenta las principales reservas probadas de petróleo del mundo. En 2017 en Venezuela algunos de esos manifestantes llegaron a prender fuego a otros venezolanos, como Orlando Figuera (https://bit.ly/3uQaZ1u), por el simple hecho de ser chavistas pero nuestros medios ocultaron esta realidad que ascendía a más de 30 personas asesinadas por su ideología política, presentando a los opositores como estudiantes inermes en una lucha titánica contra la “dictadura de Nicolás Maduro”. Curiosa dictadura donde los que la defienden son perseguidos y ponen el mayor número de víctimas… En Venezuela no hubo ningún desaparecido por el Estado, los excesos en el uso de la fuerza pública fueron investigados y castigados. Aun así, nuestros medios dedicaron horas y horas de radio y televisión y portadas de prensa a poner en primer plano las protestas, destacando el autoritarismo o la supuesta represión del gobierno venezolano.
HIPOCRESÍA Y CINISMO
El doble rasero no acaba ahí. En mayo, la Fiscalía General de Colombia informó que iba a expropiar vehículos particulares para evitar los bloqueos y que el 25% del valor del vehículo embargado pasaría a la Fiscalía para financiar la lucha contra las movilizaciones, una medida bastante cuestionable, según varios abogados penalistas (https://bit.ly/3igfQGC), pues las protestas no constituían un ilícito sino que estaban amparadas constitucionalmente. Escudándose en la participación en “actos ilícitos”, se trataba de impedir la participación de los camioneros en el paro. Expropiar vehículos es, para la derecha mundial, una medida “bolivariana” que, sin duda, hubiera acaparado portadas en la prensa y declaraciones de condena de esa misma derecha si la hubiera decretado el gobierno venezolano.
Los ejemplos podrían sucederse sin fin porque Venezuela es un caso paradigmático de “muerte del periodismo” en que nuestros medios (https://bit.ly/34VCkVv), mejor dicho, los conglomerados económicos detrás de los medios, han decidido usar su poder de persuasión para convencernos de que no hay alternativa viable a este capitalismo neoliberal en el que vivimos. Por eso, Venezuela es el “mal ejemplo” que hay que denigrar a base de mentiras o sobreexponiendo cualquier mínimo problema que suceda allí, siempre responsabilidad de su presidente y su modelo económico fallido por ser “socialista”, mientras que Colombia es el “buen ejemplo” al que se resguarda ocultando las atrocidades que el proyecto de sus élites supone para los pueblos que se rebelan a su dominio, blindando a sus presidentes de un foco mediático que, de ser riguroso, dejaría su imagen muy mal parada. Hipocresía y cinismo a raudales en nombre de la democracia y la libertad de prensa.
Tomado de Mundo Obrero