Cuando le entregaron la Réplica del Machete de Máximo Gómez, el magnífico actor Tito Junco expresó: “… me siento más armado para el ataque porque, a pesar de los golpes y los dolores que siempre asoman, hay que vencer”. Yo conocía de aquellos reveses que nunca lo arredraron. No era un objeto de trabajo para mí sino un amigo al que admiraba por su combatividad, su labor y su amor a la Revolución y a Fidel. Sabía que tenía mucho que plantear. Pues a entrevistarlo. Y vale recordar esa charla.
Yo no ignoraba aquel golpe bajo que recibió en la Escuela Nacional de Arte (Ena). “Un gago no puede ser actor…”. La opinión en boca de un profesor no se ató a las frases. Al poco tiempo, aquel muchacho que trastrabillaba al conversar, era separado del centro donde cursaba el cuarto año de actuación: le impidieron graduarse con la orilla tan cerca luego de nadar duro contra la corriente. En mi opinión, la discriminación por el color de su piel tuvo que ver también con aquel latigazo.
Durante la conversación le dije: “Esa separación ha sido el peor momento de tu vida”. Me sorprendió cuando llenó de carcajadas mi oficina antes de opinar sobre el caso y volver a sorprenderme con sus palabras. “Nada de eso. Ese instante resultó decisivo, fue el que me dijo que yo iba a ser actor, me definió. Agradezco aquella injusticia, sin ironía lo digo. El amor por la profesión me creció: me fui a trabajar para Topes de Collante; allí formé grupos aficionados de teatro, dirigí, escribí…”. Pensé que trataba de resguardar la cicatriz dejada por la herida o tal vez se imponía eso de que el tiempo lo cura todo y permite reírse aun de lo que convirtió el paraíso de uno en infierno. Siguió hablando y me convenció de mi equivocación.
“Mira, no todo el mundo tiene suficiente fe en el ser humano. Hay quien ignora que la voluntad y la decisión son capaces de vencer cualquier escollo. La frase de los golpes son el motor de la vida, no se me queda en consigna. Es una verdad extraordinaria, lo he sentido en mi propia carne. Cada vez que enfrento un proyecto y no aparecen los golpes, me extraño, me pongo nervioso hasta me asusto. ¿Qué está pasando? Al recibir el primero- vienen más casi siempre-, me digo: esto va, seguro que va”. El alma no le vaciló ante la incomprensión y el escepticismo. Jamás se dejó ganar por la amargura; ella podría atacarlo -¿a quién no?- pero no le tomó siquiera un pedazo del pecho.
La respuesta más contundente es lo que ha logrado. Y no me limito a los dos galardones máximos y dos primeras menciones en el Concurso de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (Uneac); el primer premio de actuación en el XII Festival de Cine de Moscú en 1981 por su labor en Guardafronteras: y la conquista semejante en la Uneac por el mismo papel: el sargento Pata Pelúa. Alegría similar en el Festival de Teatro de La Habana en la versión del filme para las tablas, la citada réplica… Las conquistas principales son su arribo al corazón del pueblo y el gran respeto a su obra.
No quería que se planteara mas mi deber era no ocultarlo: molesta que en los anuncios de la película se hizo hincapié en los muchachos -algunos de ellos de contra fueron desleales-, y relegaron a Tito un actor más forjado y un cubano de verdad. Tremenda trompetilla le sonó la vida a esa ofensa. Por encima de dichos reconocimientos está la realidad de ser un magnífico artista en constante batallar contra rocas filosas donde hiere en demasía el racismo que todavía lacera, primero al que lo profesa.
Tenía 44 años cuando lo entrevisté. Le vibraba en el pecho juventud de la buena: creadora e iluminada con el proceso salvador de la patria al que deseaba aportar luz. Amaba su barrio natal: Los Sitios. “Soy del solar El Guarapo, no lo olvides”. En la primaria enriquecía la sensibilidad al declamar poemas en los actos cívicos. Estudiante con posterioridad de la Escuela de Artes y Oficios de Belascoaín, donde integró el equipo de atletismo y la escuadra de boxeo. En 1960 se graduó de técnico de instalaciones hidráulicas y sanitarias. “Solo ejercí un año. Se me metió esto de la actuación y ya tú ves… El único título que tengo es ese; en todo lo demás soy autodidacto. Tal vez en el Instituto Superior de Arte me dejen estudiar…”.
De otra escuela importantísima me hablaba con cariño: “Fui Seguidor de Camilo y Che en 1971 aunque ya era profesional del grupo Ocuje. La tarea me fascinó y valió la pena lo vivido allí. Construimos centros de estudio en Isla de Pinos, hoy de la Juventud. Esas vivencias están muy dentro de mí, y me ayudan en mi carrera. Sin vivir de verdad no se puede actuar ni escribir, no se puede llevar el arte donde debe llevarse…”. Me confesó planes para la radio, la televisión y el cine; de espectáculos públicos en los que la poesía sería esencial. En cada uno de sus proyectos, el rigor, las ansias, el combate.
Tiempo después, enflaquecido, adolorido por el cáncer, se sabía cercado por la muerte. Vino a verme y me estremeció al decirme. “No te preocupes. Hasta el último minuto seré actor…”. Lo fue: en la televisión demostró de nuevo la profesionalidad y el rigor artístico en varias de sus representaciones finales.