No estará en los próximos Juegos Olímpicos el equipo Cuba de pelota. Pero ese revés no es el centro de las líneas que siguen, aunque no sería posible excluirlo de ellas, dado lo que ese deporte en particular significa para el país, y por las lecciones que jugadores, técnicos y directivos deben sacar de lo ocurrido en el certamen preolímpico. Tampoco sería justo desconocer que las dos derrotas del equipo cubano estuvieron muy lejos de ser humillantes, y que sus jugadores mostraron combatividad y altura.
Rozar el tema es insoslayable para ir a lo que el presente artículo habría tratado con independencia de los resultados obtenidos por Cuba en esa liza. Aquí se trata de las manipulaciones suciamente políticas del deporte que han caracterizado las prácticas habituales del gobierno de los Estados Unidos como parte de la orgánica hostilidad desplegada por esa potencia para asfixiar al país antillano como castigo por haber conquistado la independencia que la poderosa nación le arrebató en 1898.
En esa hostilidad se inscribe, además de lo que se deriva del uso del deporte como negocio lucrativo, negar o demorar el otorgamiento de visas con el fin de impedir o dificultar la participación cubana en competencias internacionales. Lo ocurrido en estos días ha sido motivo más que suficiente para seguir recordando la epopeya del buque Cerro Pelado, a bordo del cual viajó la delegación cubana para asistir a los Juegos Centroamericanos y del Caribe, celebrados del 11 al 25 de junio de 1966 en Puerto Rico.
Los Estados Unidos, haciendo valer su condición de metrópoli colonial de ese pueblo, intentaron impedir la presencia de Cuba. Pero este país propinó otro revés a los planes imperialistas de aislarlo y ocultar su desarrollo alcanzado en el deporte, como en otras esferas, gracias a la obra de la Revolución. Para ese ocultamiento el prepotente gobierno estadounidense se ha jugado todas las cartas, y una de ellas ha sido promover la existencia de desertores entre los atletas cubanos.
Uno solo que deserte recibe de los medios desinformativos imperialistas una atención que forma parte de la campaña para desprestigiar al país bloqueado y agredido, y para silenciar o tergiversar sus realizaciones. Entre estas figuran su sistema de salud y su colaboración internacional en ese terreno, así como sus vacunas, ya en avanzada fase de aplicación, contra la covid-19. Todo ello a pesar de la criminal potencia, empeñada en que la pandemia propicie lo que no ha logrado su hostilidad contra Cuba, bloqueo incluido: asfixiar definitivamente a este país para volver a apoderarse de él.
Pero lo característico de la inmensa mayoría del movimiento deportivo cubano ha sido la lealtad a su patria, y así se apreció en aquella justa de Puerto Rico. En el relevante desempeño colectivo de la delegación cubana hubo también memorables ejemplos individuales, como el protagonizado por un basquetbolista cuya actitud recuerda ahora quien lamenta no recordar igualmente su nombre.
Había hecho saber su deseo de emigrar de Cuba, y su decisión de representarla cabalmente en los Juegos, en los que no solo confirmaría su talla atlética, sino también su dignidad. Algunos apátridas —de esos que el imperio sigue utilizando en distintas plazas, señaladamente en Miami, aunque allí haya asimismo personas cubanas de honor— intentaron ultrajar la bandera de su país, y el basquetbolista fue de los primeros en lanzarse al terreno para defenderla como fuera necesario.
Se ganó con ello el respeto de las personas decentes en todas partes, y en su patria se le demostró la admiración merecida. Su gesto condena a otros que carecen de la honra que él personificó, y que se han hecho notar en la Florida, en medio de la actual confrontación preolímpica de béisbol, en la cual también el imperio intentó obstaculizar la participación de Cuba. Y desde antes del comienzo de los juegos uno de los voceros más rabiosos y abyectos de la hostilidad contra este país se dio a promover actos detestables de propaganda anticubana.
Pero quienes agitan la infamia —que sirven a los planes del gobierno estadounidense— no solo no lograron impedir que la representación de Cuba tuviese un desempeño decoroso. También mostraron la baja catadura que los caracteriza, al dar una vez más muestras de ella dentro y fuera del estadio, incluida la agresión a un periodista cubano a quien intentaron linchar. De paso, confirmaron que el lenguaje soez se les debe dejar a ellos, porque no es propio de una nación a la que le sobran razonados argumentos para defenderse, y que mucho ha invertido en la instrucción de su pueblo.
En el deporte, se gana o se pierde, pero en los terrenos del honor la gran mayoría del pueblo cubano, sus patriotas revolucionarios, no tiene otra opción que la victoria. Habrá quienes en cualquier esfera traicionen a su patria. Pero a quienes son portadores del carácter y la resolución del pueblo de Cuba les corresponde seguir cumpliendo la voluntad que José Martí expresó con respecto a la guerra que urgía librar contra el colonialismo español, a la se oponían quienes procuraban menguar la fe patriótica cubana: “Marchemos todos de modo que nos vean. Por un indigno haya cien dignos”.
Tal llamado se lee en la circular, de julio de 1893 y escrita por él, de la Delegación del Partido Revolucionario Cubano a los clubes de esa organización, creación martiana para organizar una guerra que ya no era solo contra la corona española. Era, sobre todo —como lo sostuvo Martí en su carta póstuma a Manuel Mercado el día antes de su muerte, y precedida a lo largo de años por otros textos suyos que la iluminan—, una contienda para impedir que se cumplieran los planes de los Estados Unidos de apoderarse de las Antillas, para caer con esa fuerza sobre nuestra América toda y labrarse la hegemonía mundial que ya buscaban.
Con esa hegemonía no solo serían más peligrosos para la humanidad toda, sino que se consumaría lo que Martí expresó en distintas ocasiones y de modo particularmente drástico en la carta del 25 de marzo de 1895, “en el pórtico de un gran deber”, a su amigo dominicano Federico Henríquez y Carvajal: se quebrantaría aún más lo que entonces llamó “el honor dudoso y lastimado de la América inglesa”.
Las consecuencias de tal realidad están a la vista, como seguirá estando la voluntad largamente mayoritaria del pueblo cubano de ser fiel a Martí. Y esa lealtad hará que, así como no dejen de navegar en la conciencia nacional aquellos barcos que, desde el siglo XIX hasta el Granma en 1956, trajeron a Cuba expediciones patrióticas para luchar por la liberación de la patria, sea también permanente la travesía del Cerro Pelado.
Y con ese fin el país ha de bregar por seguir fortaleciendo su funcionamiento en todos los órdenes, incluidos los deportes. En ellos, y más allá de ellos, vivirá siempre el ejemplo de aquellos que se guiaron por la voluntad de representar y defender a la patria, como Antonio Muñoz, gigante no solamente del Escambray, quien permanece en Cuba y es fiel a ella, y una vez más ratificó firmemente su posición en la entrevista que se le hizo en Miami al calor de la cita preolímpica.
Excelente y aleccionador, y las declaraciones de Muñoz, simplemente espectaculares.