¿Cómo abordar en tan breve espacio la mirada que sobre nuestro pasado colonial ha ofrecido esta publicación? Sin duda, el abanico de temas ha sido amplio y ha contribuido a sostener y afianzar el sentido de lo nacional y los elementos identitarios. Buena parte de este empeño se ha asentado en preservar la memoria en torno a nuestras gestas independentistas, los próceres, los símbolos de la nación.
En sus páginas, por ejemplo, constituyen referencia ineludible el 10 de octubre de 1868 (inicio de la Guerra de los Diez Años) y el 24 de febrero de 1895 (comienzo de la Guerra Necesaria), el 28 de enero de 1853 y el 19 de mayo de 1895 (en conmemoración al nacimiento y el deceso del Apóstol José Martí), el 7 de diciembre de 1896 (aniversario de la caída en combate de Antonio Maceo).
Pero ya que la mención a lo presentado en estos 113 años desbordaría el espacio de la presente edición (y de otras), esta vez les propongo hojear los números correspondientes a la década de los 40 del siglo XX. Así encontramos el texto Céspedes y su revolución (octubre de 1941), en el cual Herminio Portell Vilá asevera que el Padre de la Patria “es la primera gran figura civil de las revoluciones hispanoamericanas”.
En torno a nuestro Héroe Nacional, reputados intelectuales y profesionales de la prensa (Jorge Mañach, Raúl Roa, Nicolás Guillén, Gonzalo de Quesada y Miranda, Ramón Vasconcelos…) nos presentan su vida privada y pública, su ideario, la deseada vigencia de este, su literatura, la denodada labor independentista.
Durante 1944, desde el mes de abril, la sección En la Feria de la Actualidad, creada por Guido García Inclán, sostuvo una cruzada bajo el lema de Por una tumba digna del Apóstol Martí. Para erigirla, en sustitución de la muy modesta levantada en el santiaguero cementerio de Santa Ifigenia, cubanos de las diversas clases sociales y filiaciones adquirieron bonos.
A mediados del verano el reportero se mostraba optimista: “Martí tendrá su tumba digna. Nos hemos empeñado en esa tarea, secundados por el Rotary Club de Santiago de Cuba, y hemos de conseguirlo. Son miles las pesetas que diariamente llegan hasta nosotros, por todas las vías”. Al mes siguiente insiste en solicitar, mediante una “carta abierta a los pobres y a los ricos de mi país”, que incrementen con su óbolo la colecta.
Una semana más tarde, el 20 de agosto, la dirección de BOHEMIA explicitaba su apoyo al proyecto. Con el objetivo de despertar el fervor de los lectores, apeló a este argumento: “Hora es ya de que José Martí tenga una tumba digna de su gloria y prueba de nuestro amor y respeto”.
Críticas y remembranzas
Varias ediciones denunciaron la desidia oficial en relación con los monumentos y sitios históricos. Al respecto, uno de los materiales más destacados es el reportaje (7 de noviembre de 1948, Carlos Prío Socarrás recién iniciaba su mandato presidencial) que el narrador y periodista Enrique Serpa tituló El abandono de la Demajagua es un baldón para la República. Las fotografías y sus respectivos pies no pueden ser más elocuentes; en estos leemos: “Con la manigua hasta la cintura, los señores César Montejo, Pepín Martínez […] y Gustavo Navarro Lauten contemplan el estado de abandono en que se encuentra la cuna de nuestra independencia”. “Donde debiera hallarse el Parque Nacional de ‘La Demajagua’ no existe sino un corral de vacas”.
Otros textos de corte patriótico e histórico se sumaron a los señalados. Entre estos, ideados por Herminia del Portal, casi una decena de esbozos biográficos (llegaron a manos de los lectores durante parte de 1942 y el siguiente año) sobre cubanas que participaron en las guerras de independencia, siempre encabezados por el epígrafe de Las mambisas. Añádanse los análisis del historiador y profesor universitario Juan Luis Martín relativos a las consecuencias de la reconcentración decretada por Valeriano Weyler; dicho conjunto de artículos se publicó en diez ediciones sucesivas a partir del 24 de octubre de 1943.
Recurrentes serían los escritos en torno al fusilamiento de los estudiantes de medicina acaecido en 1871. Y no podían faltar los trabajos sobre Ignacio Agramonte. Por citar apenas uno, en diciembre de 1944 Berta Arocena ofreció el titulado Una hermosa mañana de febrero, donde evoca el día de 1862 en que el joven patricio defendió su tesis para obtener el grado de Licenciado en Derecho Civil y Canónico. En su disertación él expuso conceptos acerca del Estado necesario en Cuba, con lo cual, implícitamente, cuestionaba los procederes del régimen colonial.
Sin embargo, la exaltación de nuestra identidad e historia no se redujo a los aspectos mencionados. Por el contrario, se extendió a visibilizar otros elementos del pasado, figuras y aportes culturales y científicos.
Sobre raíces y tradiciones
A nuestras costumbres, forjadas durante los siglos de dominio hispano, mediante el entrelazamiento de las disímiles culturas que en la Isla convergieron, la revista dedicó algunas de sus páginas. Así nos es posible disfrutar un artículo de enero de 1948: La fiesta del Día de Reyes, un viaje al siglo XIX –guiados por Luis Bay y Sevilla–, con fuentes de primera mano (Don Antonio Bachiller y Morales, Antonio de las Barras, quien vivió en La Habana durante el primer tercio de esa centuria) y las aseveraciones de eruditos como Don Fernando Ortiz.
Los avatares de relevantes poblaciones cubanas, así como de sus instituciones e hijos ilustres, también fueron mostrados. En junio de 1949, Historia y leyenda de Baracoa permitió conocer, entre otros temas, el origen y devenir de la villa, lo relacionado con la venerada Cruz de la Parra, los libertadores que desembarcaron en la zona y la contribución del territorio a las luchas independentistas; igualmente, la historia de Enriqueta Faber, quien se hizo pasar por un médico francés y ejerció allí tal profesión hasta ser descubierta y enjuiciada en 1823. Tan exhaustivo panorama estaba calzado por tres firmas de renombre: el periodista y escritor Jesús Masdeu, el fotógrafo Amador Vales y el ilustrador Álvarez Moreno.
Abundaron las miradas a la villa y puerto de San Cristóbal. Un ejemplo: Jorge Mañach nos entregó, en noviembre de 1948, su ensayo “La Habana”: Escala y Factoría, sobre el enclave en las centurias XVI, XVII y XVIII.
Se sumaron al conjunto atractivos reportajes y crónicas de otros territorios, donde se hacía evidente que la modernidad descrita en ellos aún no lograba desbancar el legado colonial. Tal se constata en Exaltaciones de Sancti Spíritus, cuyas calles caminó a inicios de 1949 Enrique Serpa comparando épocas, mirando “viejas casas de fachada escueta, orinecidos aleros de tejas criollas y ventanas que terminan en un cáliz invertido” y también “un magnífico hotel moderno de tres plantas […] confortable albergue” para el forastero.
Galería de ilustres
Un variopinto abanico de personalidades de la cultura, en su sentido más amplio, y de la ciencia, hallamos en la BOHEMIA de entonces. Si delimitamos la búsqueda a los residentes o nacidos en Cuba durante el período colonial, nos toparemos con Miguel Velázquez, mestizo que ha trascendido por ser –al menos eso afirman los entendidos– el primer cubano en aprender música y gramática, y obtener el título de bachiller.
Intelectuales cubanos en los siglos XVII y XVIII (Embriogenia de la cultura patria) es el título de otro material firmado por Juan Luis Martín y publicado en octubre de 1949. El sumario, bien extenso, advierte que se hablará sobre quienes iniciaron en el país los escritos en torno a la física, la náutica, la ingeniería naval, la arquitectura, la jurisprudencia, la filosofía y la medicina.
Dos músicos inspiraron sendos trabajos, ambos de Orlando Martínez, en octubre y diciembre del citado año: primero el artículo Eduardo Sánchez de Fuentes y la habanera “Tú” (esta composición nació un día de 1892, en la casa de la patriota Marta Abreu. Según el cronista, tras iniciarse la contienda libertaria el 24 de febrero de 1895 la canción se popularizó en todo el país, pues los “cubanos y los españoles combatientes la entonaban en la manigua con distintas letras de sabor patriótico”); el segundo es la semblanza acerca de Hubert de Blanck: el patriarca de la música de Cuba.
Más de una vez la polémica se adueñó de las planas del semanario, colocando bajo los focos de la atención pública a literatos de renombre. Alta temperatura adquirió el debate entre Ángel Augier (periodista y escritor de ideología comunista) y Leopoldo Horrego (premiado autor de obras jurídicas e históricas) en torno a Gabriel de la Concepción Valdés. El detonante fue un análisis hecho por el primero, Silueta de Plácido, publicado en julio de 1948, en el cual se exponían elementos positivos y negativos de la personalidad y la obra del bardo.
Al mes siguiente le respondía Horrego con el artículo En defensa de Plácido réplica y esclarecimiento. De entrada, alega: “Ángel Augier incurre en un error, en tanto generalizado, de aplicar a hombres del pasado una visión política inacorde con la época”.
El contrapunteo concluyó el 12 de septiembre con un nuevo comentario de Augier: Realidad o posteridad de Plácido o una defensa sin lugar. En el párrafo inicial el autor asegura que el artículo desencadenante de la controversia no pretendía “ahondar mucho en el personaje evocado, sino solo renovar el culto de su recuerdo”. Más adelante insiste en valorar las circunstancias sociales y políticas en las cuales se vio inmerso el poeta. Y atribuye a Horrego “un gran prejuicio sectario, una inocultable prevención política” debido a la militancia marxista de su contrincante.
Si nos desplazamos hacia el otro extremo del espectro, o sea, las figuras científicas eminentes, observamos que protagonizaron disímiles materiales periodísticos. Citemos el publicado el 30 noviembre de 1947: El cubano Carlos J. Finlay, por Benito Novas, sobre el desempeño profesional del sabio, sus investigaciones en torno a la fiebre amarilla y los obstáculos para que fuera reconocida su teoría acerca del agente trasmisor.
Condena el articulista que durante años en “tratados, libros de texto escolar y ensayos; en artículos de prensa y cintas cinematográficas aparecidos reiteradamente en Estados Unidos, se desconocía sistemáticamente” su aporte y se atribuía toda la gloria a galenos estadounidenses. Incluso algunos todavía intentaban minimizarlo, a pesar de la postura reivindicatoria asumida por colegas latinoamericanos y europeos, y de que “en el Congreso Panamericano celebrado en Texas en 1933 fue acordado fijar el día tres de diciembre, aniversario del nacimiento del científico cubano, como el Día de la Medicina Americana”. Décadas más tarde denominado Día de la Medicina Latinoamericana.
No sería este ilustre investigador el único facultativo ensalzado por BOHEMIA. Jorge Quintana dio a los lectores, en octubre de 1949, el artículo Luis Pasteur y los médicos cubanos, donde recuerda el donativo recaudado por gestiones de la prensa en Cuba para ayudar al sabio francés a crear su famoso instituto. Los enviados a París fueron los doctores Diego Tamayo, Francisco I. Vildósola y Pedro Albarrán; no solo debían entregar el dinero, también estudiar los procedimientos profilácticos contra la rabia y “los adelantos de la Bacteriología, con el laudable objeto de aplicar su procedimiento al estudio de las enfermedades infecciosas de nuestro país”.
E hicieron más, pues el primero de ellos contribuyó, con sus conocimientos, a fundar el Instituto Antirrábico de Barcelona, en 1887. Y ese mismo año, tras regresar a Cuba, él y Vildósola impulsaron el surgimiento del Laboratorio Histobacteriológico e Instituto Anti-Rábico de La Habana, cuyo discurso de apertura leyó el 8 de mayo su flamante director, Juan Santos Fernández, quien destinó una parte de su residencia, en la avenida de Carlos III, a acoger el novedoso establecimiento.
Entre los avances tecnológicos del siglo XIX, el semanario prestó especial atención a uno que revolucionó las comunicaciones. Con su prosa elegante, en diciembre de 1947 Don Fernando Ortiz refutó el aserto de que el padre del teléfono fue Alexander Graham Bell y relató a los lectores quién lo ideó, dónde, cómo y cuándo llevó a la práctica sus rudimentos.
Leer El teléfono se inventó en La Habana nos permite descubrir al asombroso Antonio Meucci, un italiano que a mediados de la centuria era el mecánico del habanero Teatro Tacón (“instalaba y dirigía el funcionamiento de la tramoya”, se ocupaba de garantizar el decorado, la utilería, los efectos escénicos), en consecuencia “necesitaba conocimientos y habilidades de pintura, química, física, historia y artes plásticas en general”. En medio de esas labores, antes de finalizar 1850 y partir hacia Estados Unidos, ya había descubierto la manera de “obtener la trasmisión de voces a través de un alambre conductor unido con varias baterías para producir electricidad”; a dicho artefacto lo llamó telégrafo parlante y teletro-phone.
Recuento sucinto es el anterior, apenas un guiño al modo en que BOHEMIA, durante la primera mitad del siglo XX, mantuvo frescas en la memoria de sus lectores las poco más de cuatro centurias transcurridas entre la llegada de Cristóbal Colón a nuestro país y la proclamación de la República en 1902. Cumpliendo, a la par, con un principio explicitado el 30 de mayo de 1943 en un comentario con función editorial: ser una “revista viva y ágil […] de comentario maduro y glosa apasionada. Una revista de su tiempo para su tiempo”.
Fotos: Archivo de la publicación
(Tomado de Bohemia)