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El asalto al Capitolio de Washington, crónica de la violencia anunciada

Publicado en la Revista POLÍTICA INTERNACIONAL | Volumen III Nro. 2 abril-junio de 2021. Se puede descargar el PDF en: El asalto al Capitolio de Washington, crónica de la violencia anunciada

A quienes siguen en Internet la actividad de los grupos ultraderechistas de Estados Unidos, no les sorprendió el ataque al Capitolio de Washington el 6 de enero de 2021. Las señales inquietantes eran evidentes hacía tiempo. Al examinar el comportamiento de las plataformas sociales y el peso que estas tuvieron en la escalada de desinformación, es posible entender el asedio a la sede legislativa como parte de un contexto de violencia política, que se reproduce a gran escala al amparo de empresas cuya principal fuente de ingresos es la publicidad y cuyo objetivo es capitalizar el tiempo que pasan los usuarios utilizando sus servicios.

Obviamente, hay otras variables que influyeron en el desenlace de estos hechos, pero como advierten las investigadoras Kathleen Klaus y Aditi Malik (Klaus & Malik, 2021), los eventos violentos a gran escala son más probables en un contexto en que el uso de las plataformas sociales ha sido crucial para fomentar discursos de odio, agrupar a individuos con ideologías extremistas y dinamizar la difusión de imágenes e ideas de estas comunidades en línea con réplicas multitudinarias.

Ni Internet ni ninguna otra tecnología origina una causalidad social, pero existe amplio consenso en las Ciencias Sociales de que es el soporte material, el instrumento de acción de los movimientos emergentes en la sociedad contemporánea en la medida en que permite a sus actores “movilizar, organizar, deliberar, coordinar y decidir” (Castells, 2012: 19), con la intermediación de los opacos algoritmos de las plataformas de comunicación más populares del escenario digital, que “imitan el sesgo implícito del sistema al que sirven porque han sido entrenados en sus valores morales” (Peirano, 2019: 154).

En Estados Unidos, narrativas sobre clases medias enfrentadas a élites mundiales y locales, junto con abundantes dosis de racismo y sexismo y desdén por las instituciones “tradicionales”, dan forma a posicionamientos contradictorios entre sí, pero eficaces para construir imaginarios y movilizar al “pueblo blanco” de la nación en un proceso que implica atravesar tres condiciones clave: 1) La violencia tiene que ser pensada en voz alta; 2) La violencia tiene que ser viable; y 3) Las restricciones fallan (Klaus & Malik, 2021). Aunque existen innumerables discusiones por delimitar el concepto de violencia -como condiciones materiales, prácticas simbólicas, uso de la fuerza física, entre otros-, nos referiremos aquí a la definición de la violencia como una acción productiva -en el sentido de generar prácticas- y no simplemente restrictiva, como modalidad extrema de ejercicio del poder.

La violencia tiene que ser pensada en voz alta

La violencia como un medio para lograr un objetivo político estaba en el imaginario y la conversación social mucho antes del asalto al Capitolio de Washington. Diversos autores responsabilizan al presidente Donald Trump y a su administración de animar las narrativas divisivas y la desinformación, como una forma de salvar o defender a los miembros del grupo de un enemigo percibido (Roose, 2021; Klaus & Malik, 2021; Wagner & Macaya, 2021).

En octubre de 2017 apareció la teoría QAnon en la publicación 4chan, un sitio web con contenidos notoriamente tóxicos, de un autor que se hacía llamar “Q Clearance Patriot”. Esta plataforma, conocida simplemente como “Q”, afirmó ser de un miembro del gobierno de alto rango con acceso a información clasificada sobre la guerra contra el “estado global”. Trump se convirtió, por obra y gracia de esta conspiración, en la figura heroica de QAnon, que asegura que “un grupo de élites adoradoras de Satanás dirige una red de sexo infantil y trata de controlar nuestra política y los medios de comunicación” (Roose, 2021). Según sus partidarios, Trump fue elegido para salvar a Estados Unidos de esa conspiración global, en la que creía uno de cada 3 estadounidenses en diciembre de 2020 (Ipsos, 2020). Como resultado, cientos de miles de seguidores de QAnon se prepararon para desafiar los resultados de las elecciones del 3 de noviembre. Estaban convencidos de que Trump ganaría fácilmente la reelección y en su segundo mandato vencería al “estado profundo”. Cualquier otra salida supondría un enfrentamiento con los “pedófilos satánicos” y el regreso triunfal del republicano. En esa narrativa no hay espacio para la reparación, tratamiento o conciliación; solo el modelo punitivo violento limpia a la sociedad (Roose, 2021).

La teoría se retroalimentó con la hiperactividad del Presidente en las redes. Trump es el producto de décadas de estrategias de polarización experimentadas en medios predigitales: la radio y la televisión por cable. “Sin la radio y Fox News, Trump habría sido un demagogo mucho menos eficaz”, asegura Jack Balkin, profesor de Derecho en la Universidad de Yale (Edsall, 2021). Nathaniel Persily, profesor de Derecho de la Universidad de Stanford (Edsall, 2021), considera que “Twitter y Facebook permitieron a Trump sortear a intermediarios heredados y manipularlos estableciendo su agenda. También proporcionaron entornos (como grupos de Facebook) que han demostrado ser propicios para la radicalización y la movilización”.

La sobreexposición mediática de Trump, particularmente en Twitter, no tiene precedentes en la historia política estadounidense. “Sin los tweets, no estaría aquí”, dijo el republicano a The Financial Times en abril de 2017 (Barber et al., 2017). Trump llegó a emitir 17 158 tuits durante su presidencia, con especial intensidad entre el 20 de julio de 2020 y el 8 de enero de 2021 -fecha en que fue suspendida su cuenta-, cuando promedió 36 mensajes por día (Conger & Isaac, 2021).The New York Times publicó en noviembre de 2019 que, en los tres primeros años de mandato, el republicano “retuiteó 217 cuentas que no han sido verificadas por Twitter, de las cuales al menos 145 han promovido teorías de conspiración o contenido no confiable, incluidas más de dos docenas que desde entonces han sido suspendidas por Twitter” (McIntire et al., 2019). Un estudio de Election Integrity Partnership encontró que un grupo de 20 cuentas pro-Trump ampliamente seguidas, incluida la del Presidente, representaron el 20% de los retuits con información errónea acerca de las elecciones (García-Camargo, 2020).

En Nature Communications, tres investigadores que analizaron los tuits de Trump en el contexto de la teoría de la agenda settings , concluyeron que el Presidente usaba los mensajes en esa plataforma para desviar la atención de los medios y del público de cuestiones y temas que consideraba potencialmente amenazantes o dañinos para él (Lewandowsky et al., 2020). La investigación encontró que la cobertura mediática de la supuesta interferencia rusa en las elecciones de 2016 y la investigación del fiscal especial Robert Mueller sobre este caso, fueron “seguidas por Trump tuiteando cada vez más sobre temas no relacionados”. Esto produjo “una reducción en la cobertura de la investigación de Mueller”, que los expertos relacionaron con una estrategia de distracción. La investigación encontró que semejante patrón estaba “ausente de los análisis relacionados con la cobertura del Brexit y varios otros temas que no presentan un riesgo político para el presidente” y que los hallazgos principales fueron “el uso de numerosas variables de control”, “explicaciones alternativas” y “la desviación exitosa” de temas conflictivos (Lewandowsk y et al., 2020).
En paralelo, The Washington Post acusó directamente al Presidente de desencadenar una “campaña basada en la desinformación” y documentó 30 573 afirmaciones falsas o engañosas en 4 años, un promedio de más de 20,9 por día.

Fig. 1. Fact Checker (20 de enero de 2021). “Trump Claims Database” (Gráfico). The Washington Post. Recuperado en https://www.washingtonpost.com/graphics/politics/trump-claims-database/

La desinformación y la narrativa polarizante se instalaron en el espacio público digital, y para grupos considerables en Internet les ofreció nichos donde hacer causa común con personas que no encontrarían en su vecindario, en encuentros cara a cara o en los foros abiertos de las plataformas sociales. En otras palabras, proliferaron los llamados “bosques oscuros” de la red-grupos privados de Facebook, Subreddits, Parler o salas de chat en 4chan y 8kun-, donde las comunidades conspirativas, como QAnon, podían prosperar y manifestar su adhesión al presidente y a su equipo para salvar al país de “amenazas” continuas a las que Trump se refería a diario. Según los analistas, a pesar de la intensa y prolífera variedad de mentiras de Trump, los principales peligros percibidos en estos entornos fueron el fraude electoral, los “fake news” de los principales medios de comunicación, la “izquierda radical” y la corrupción (Klaus & Malik, 2021). Justo antes del ataque al Capitolio, el discurso de Trump invocó todas estas ideas.

Por supuesto, no es posible instalar tal maquinaria desinformativa sin sacrificar la credibilidad de los medios. Desde antes de llegar a la Casa Blanca, Trump se declaró en guerra contra los medios de comunicación y disparó contra los periodistas ataques e insultos en una batalla campal contra la legitimidad de la prensa, a la que convirtió en un enemigo político fundamental. Una encuesta del Reuters Institute reveló que en 2020 solo el 13% de estadounidenses de derecha confiaba en los medios tradicionales.


Fig. 2. Newman et al. (2020). Proportion That Trust Most News Most of the Time by Left-Right Political Leaning (2015–20) – Usa (Gráfico). Reuters Institute for the Study of Journalism, Oxford University. p.15. Recuperado en https://reutersinstitute.politics.ox.ac.uk/sites/default/files/2020-06/DNR_2020_FINAL.pdf

La aparición de la violencia en la conversación social también está ligada al papel que tuvo Facebook en el proceso de intoxicación informativa y en la organización de los fanáticos de Trump. A fines de enero de 2021, tras las acusaciones a las plataformas por su actitud pasiva frente a la violencia que se había estado gestando a la luz del día en Internet, la empresa del pulgar azul anunció que tomaría medidas contra el contenido que fomente el odio y la violencia dentro de su función “Grupos”. Este no es un dato menor. A finales de 2016, los directivos de la red social se enfrentaron al hecho de que los usuarios cada vez pasaban menos tiempo en la plataforma. Instagram (adquirida por Facebook) estaba robándose la audiencia de la casa matriz. Sin embargo, los datos internos reflejaban que los usuarios que pertenecían a un grupo activo pasaban mucho más tiempo que la media en la red, por lo que a principios de 2017 cambiaron los algoritmos y, segmentando los datos de los usuarios, incorporaron la función en que recomendaban grupos afines para aumentar así el tiempo dentro de plataforma. Lograron multiplicar por cuatro las personas que estaban en los grupos activos. Sumaron 400 millones de usuarios más a su función de grupos, con más de 1 800 millones de usuarios activos al mes (Horwitz, 2021).

Lo hicieron a pesar de que sabían desde el principio dos cosas: 1) los algoritmos de Facebook son adictivos por diseño y aprovechan los desencadenantes emocionales negativos; 2) las organizaciones ultraderechistas utilizaban estos grupos privados para fomentar el odio y la violencia, como demostraron informes internos de la plataforma filtrados por The Wall Street Journal (Horwitz, 2021). Facebook también era consciente de que el 64% de los nuevos miembros de estos grupos entraban gracias al algoritmo de recomendaciones de la plataforma, y que el discurso de odio, las mentiras y las teorías de la conspiración aumentaban de manera confiable la adicción -y las ganancias. La plataforma actuó como un gran imán que atrae a los individuos para que encajen como una pieza de tetris en los espacios virtuales de opinión. El diario británico The Guardian demostró que los grupos conspiracionistas de QAnon alcanzaban en agosto de 2020 los 4.5 millones de miembros en esa red social. Si bien QAnon no nació en Facebook, como resultado de esta estrategia la empresa fue clave en su popularización y no hizo nada para impedirlo, ni siquiera cuando en 2019 el FBI consideró a QAnon como una amenaza de terrorismo nacional. Muchos de esos fieles creyentes del “estado global” estaban en la manifestación en el Capitolio el 6 de enero y participaron del asalto al edificio (Mangan, 2021).

Documentos internos de Facebook obtenidos por BuzzFeed News y entrevistas con 14 empleados actuales y anteriores muestran cómo el equipo de políticas de la empresa, ejerció una enorme influencia para impedir penalizaciones a figuras de alto perfil político y mediático que promovieron la violencia, incluido Trump, violando lo que establecen las propias políticas de comunidad impuestas por la plataforma al resto de sus usuarios (Mac & Silverman, 2021). Uno de los informes declara que la plataforma “protege regularmente a los distritos electorales poderosos” y enumera varios ejemplos, que incluyen: “eliminar las sanciones por información errónea de las páginas de la derecha, frustrar los intentos de mejorar la calidad del contenido en News Feed y bloquear brevemente la propuesta de dejar de recomendar grupos políticos antes de las elecciones estadounidenses” (Mac & Silverman, 2021).

Con políticos propiciando tales narrativas mientras las plataformas de redes sociales se hacían de la vista gorda y rentabilizan toda suerte de conspiraciones, la violencia no tarda en dominar la conversación social de comunidades influenciables. Klaus y Malik (2021) recuerdan que existen experiencias similares de violencia inducida por los políticos e instalada en el habla común en otras partes del mundo, que desencadenaron graves conflictos, como en Kenia (2007), Bangladesh (2014) e India (2020). En 2018, Facebook admitió su responsabilidad en la difusión de la violencia étnica contra los rohingya en Myanmar, que costó la vida a unas 25 000 personas, mientras otras 700 000 fueron desplazadas (Habib et al., 2018). Ese mismo año, una investigación de The New York Times denunció que esta plataforma había sido clave en los ataques contra musulmanes registrados en varias ciudades de Sri Lanka (Taub & Fisher, 2018). En Filipinas, el país del mundo donde los internautas pasan más tiempo en redes sociales, según la consultora ‘We are social’ (Kemp, 2021), el presidente Rodrigo Duterte utilizó la red social para ganar las elecciones y para mantener su popularidad en medio de una dura campaña contra las drogas que se han cobrado miles de víctimas (Ovide, 2019).

La violencia tiene que ser viable

Para que la violencia se intensifique, no solo tiene que aparecer en la conversación social, sino que deben darse las condiciones para que sea factible, es decir, para que los que hablan de ejecutar la violencia también la planifiquen y se coordinen entre sí, recluten a otros y adquieran armas y entrenamiento. Estudios empíricos que correlacionan variables de viabilidad y motivación en 1000 procesos que condujeron a guerras civiles en el mundo entre 1960 y 2004, han concluido que la ejecución de la violencia tiene que ver menos con la motivación y más con la capacidad financiera y operativa para desencadenarla. “Cuando una rebelión es económica y militarmente factible, ocurrirá”, de acuerdo con una investigación conjunta de las Facultades de Economía de la Universidad de Oxford y de la Universidad de Cambridge (Collier et al., 2006).

Esta capacidad de organización está correlacionada, además, con un gobierno que no puede o no quiere reducir la violencia. Donald Trump y sus hijos llamaron directamente a formar un “ejército” en mayo de 2020 y crearon el sitio web “Army For Trump”, de supuestos observadores electorales que debían inscribirse para ayudar al presidente a ganar la reelección. Este “ejército” fue clave en el asalto al Congreso, como recordó Kate Starbird, experta en desinformación de la coalición Election Integrity Partnership. En Twitter, ella mostró los resultados de una investigación de su equipo, que concluye que no solo las afirmaciones falsas más populares sobre los procedimientos electorales en los grupos de derecha provenían de personas con influencia en el círculo presidencial y en el Partido Republicano, sino que se formó de manera efectiva un “ejército para Trump”. “Cientos de miles respondieron a esta convocatoria”, aseguró la analista (Starbird, 2021).

Durante todo su mandato Trump usó habitualmente un lenguaje con expresiones militares, que arreció durante la campaña de recaudación de fondos para la reelección. Por ejemplo, en junio de 2020 su equipo distribuyó un correo electrónico que usaba un lenguaje perturbador para reclutar simpatizantes. Los invitaba a hacer contribuciones monetarias y a comprar ropa y utensilios para “estar en la primera línea de defensa del presidente a la hora de luchar contra la canalla liberal”. El correo electrónico, inicialmente compartido en Twitter por Aaron Blake, columnista de The Washington Post, aseguraba que el mensaje estaba destinado “solo para patriotas” y solicitaba apoyo a la campaña utilizando términos de reclutamiento militar (Evon, 2020).

Otras investigaciones refieren el crecimiento significativo de la presencia de partidarios de Trump en las iglesias protestantes, en paralelo con el aumento de la desinformación y la aparición de milicias armadas del trumpismo. En menos de un año, de mayo de 2019 a marzo de 2020, la proporción de protestantes blancos que asistían semanalmente a la iglesia, convencidos de que Donald Trump fue ungido por Dios para ser presidente, aumentó del 29,6 por ciento al 49,5 por ciento. Este hallazgo se basa en respuestas directas a la pregunta: “¿En qué medida está de acuerdo o en desacuerdo con la siguiente afirmación: Donald Trump fue ungido por Dios para convertirse en presidente de los Estados Unidos?”, proveniente de encuestas realizadas por investigadores de las universidades de Denison y Eastern Illinois. El estudio mostró la profundidad de la devoción a Trump entre segmentos clave de la población (Djupe et al., 2019).

La ley federal, las constituciones en todos los estados y los estatutos penales en 29 estados prohíben los grupos que participan en actividades reservadas para las agencias estatales, que incluyen actuar como fuerzas del orden, entrenar y recibir adiestramiento juntos, participar en el control de multitudes y hacer demostraciones de fuerza como grupos armados en reuniones públicas. Amy Cooter, profesora titular de sociología en la Universidad de Vanderbilt, quien ha estudiado durante una década los grupos de derecha y, especialmente, las milicias nacionales de Estados Unidos, recuerda que estas no surgieron con la administración Trump. Aunque históricamente expresaron un sentimiento de hostilidad hacia el gobierno federal, tal animosidad se difuminó con Trump. La violencia política también se ha tornado cada vez más factible a medida que aumentan las tasas de posesión de armas y proliferan los autodenominados grupos de milicias, que en los últimos cuatro años han violado impunemente leyes federales y estatales bajo “la noción común de que la mejor versión de Estados Unidos existió en el pasado (…) y es responsabilidad personal de los miembros del grupo luchar contra más pérdidas o incluso intentar devolver a la sociedad a lo que era antes, un estado ideal” (Cooter, 2021).

Y añade la investigadora:

“Las milicias están compuestas principalmente por hombres blancos de entre 20 y 30 años que poseen y se entrenan con armas de fuego con el objetivo de poder defenderse de una variedad de amenazas percibidas. Las comparativamente pocas mujeres conectadas a tales grupos tienden a participar por dos razones: algunas se preocupan por los mismos problemas ideológicos, pero en gran medida ven la participación en la milicia como un pasatiempo que disfrutan compartir con sus maridos o novios. Sin embargo, un pequeño subconjunto de mujeres se toma su membresía increíblemente en serio, casi con fervor, y tiene roles de liderazgo visibles” (Cooter, 2021).

Los expertos también han documentado las formas en que las redes sociales, incluidas Parler y Facebook, facilitaron a los participantes del asalto al capitolio la organización y planificación del asedio. Los partidarios de Trump intercambiaron en foros públicos consejos tácticos detallados sobre qué traer para llegar a la sede del Congreso y cómo proceder para efectuar los “arrestos por ciudadanos” de representantes y senadores. Discutieron cómo sufragar los viajes, compartir alojamiento, restaurantes y qué armas llevar (Kirkpatrick, 2021). Tales comentarios no se limitaron a los rincones oscuros de la web, sino que fueron registrados y catalogados por investigadores que hicieron públicos sus hallazgos semanas antes del 6 de enero.

Uno de estos grupos, el SITE Intelligence Group, compartió con las autoridades “señales de advertencia muy claras y explícitas de los partidarios de Trump que expresaron su intención previa de ‘asaltar y ocupar el Congreso’ y usar ‘esposas y bridas’” (SITE Intelligence Group, 2021). En declaraciones a The Washington Post, Rita Katz, directora ejecutiva de este grupo, reconoció que ellos habían presentado “planes claros en foros públicos (…); es realmente asombroso que la policía no estuviera mejor preparada” (Timberg et al., 2021). “Es casi como si ignoraran deliberadamente la posibilidad de violencia”, dijo Marc Ginsberg, presidente de la Coalition for a Safer Web, quien personalmente compartió sus hallazgos de organización del ataque en Washington con funcionarios del gobierno. Además de SITE Intelligence Group y la Coalition for a Safer Web, otros grupos que monitorean las plataformas sociales dieron la voz de alarma antes del 6 de enero, sin éxito: Network Contagion Research Institute (NCRI), Advance Democracy, Inc., Alethea, Aspen Digital y la Stanford’s Social Media Lab (Ginsberg, 2021).

También se ha podido documentar el papel de algunos funcionarios de Trump en el financiamiento de estos grupos, en particular de los asaltantes del Capitolio. Mensajes de texto y un memorando de planificación de eventos obtenido por ProPublica, indican que Caroline Wren, supervisora de finanzas del Trump Victory, un comité presidencial conjunto de recaudación de fondos durante la campaña de 2020, desempeñó un papel clave en la gestión de las operaciones que terminaron el 6 de enero ante la sede del Congreso. Los registros muestran que Wren estuvo pendiente de la logística, el presupuesto, la financiación y la mensajería para la concentración en el Ellipse, el parque al sur de la Casa Blanca, manifestación que precedió al motín y en la cual habló Trump (Spies & Pearson, 2021). The Wall Street Journal aportó a su vez evidencias de los aportes que hicieron un importante recaudador de fondos de la campaña de Trump -Julie Jenkins Fancelli, heredera de la cadena Publix Super Markets Inc- y el presentador de programas de extrema derecha Alex Jones, fundador de Infowars. Entre los dos, contribuyeron con más de medio millón de dólares (Ramachandranet al., 2021). The New York Times afirmó que, en las 8 semanas posteriores al 3 de noviembre, Trump recaudó de sus partidarios 255,4 millones de dólares destinados expresamente a las acciones para revocar los resultados de las elecciones (Goldmacher & Shorey, 2021).

Las restricciones fallan

Hay una tercera condición indispensable para que la violencia se transforme en acción productiva, además de ser pensable y factible. Tienen que fallar las acciones restrictivas de las instituciones de la sociedad, en particular la gestión del gobierno para disuadir la violencia. Como se vio el 6 de enero, la policía tuvo una actitud permisiva frente a los amotinados, a diferencia de la brutalidad con que fueron reprimidos los manifestantes, en gran parte pacíficos, de Black Lives Matter durante el verano de 2020. Un estudio de la Universidad de Princeton encontró que alrededor del 93% de las protestas por la justicia racial en los EE.UU. han sido pacíficas, pero la policía intervino en nueve de cada diez, mientras lo hizo solo en el tres por ciento de todas las demás manifestaciones, que incluyen disturbios por la pandemia de Covid-19 (US Crisis Monitor, 2020).

Pero los autores consultados refieren otras fuerzas importantes que debieron ayudar a restringir la violencia en el Capitolio y no lo hicieron. Los simulacros regulatorios y la discrecionalidad con la que suelen actuar las plataformas de redes sociales, contribuyeron a que se produjera la tormenta perfecta del 6 de enero. Temerosos de provocar una reacción violenta de Trump y sus aliados, los ejecutivos de Facebook, Twitter, Google y Apple pronunciaron discursos vaporosos en el Congreso en los últimos cuatro años para defender la libertad de expresión; redactaron políticas especiales para justificar su inacción ante la violencia y la desinformación explícitas de la campaña para la reelección de Trump, y Twitter colocó etiquetas de advertencia débiles en las publicaciones del Presidente (Elizalde, 2021).

Hubo un hecho precedente que debió servir para desatar todas las alarmas, tanto de las autoridades como de las plataformas. En octubre de 2020 se publicaron los detalles de un complot para secuestrar a la gobernadora de Michigan, Gretchen Whitmer. El grupo ultraderechista, que había participado en entrenamientos con armas de fuego, utilizó durante un año los grupos privados de Facebook y aplicaciones de mensajería segura para conectarse y planear el ataque contra la mujer, ocupar la sede del gobierno y llamar al alzamiento nacional. Civiles armados habían asaltado ya el Capitolio de Lansing, capital de Michigan, en abril de ese año. “Cada vez que tienes la capacidad de encontrar a otras personas con ideas afines en un foro donde realmente no están siendo observados, tienes el potencial de que eso se mueva en una dirección extremista”, dijo Josh Pasek, profesor asistente de comunicación y medios en la Universidad de Michigan. La forma en que los actores pueden usar las plataformas de redes sociales usualmente sin restricciones, significa que “hay una nueva forma de resolver el dilema de la acción colectiva para hacer cosas terribles, si eso es lo que se quiere hacer”, añadió Pasek en declaraciones al Detroit Free Press (citado por Hendrickson, 2020).

La llegada de una nueva era de mayor regulación digital bajo la presidencia de Joseph Biden llevó a las grandes plataformas tecnológicas a suspender la cuenta de Trump por “riesgo de incitación a la violencia” y a perseguir mensajes de odio de sus partidarios, una prueba de que las empresas tuvieron recursos para restringir el ecosistema de desinformación que escaló bajo la órbita de Trump y que fue fundamental para empujar a millones de estadounidenses a vivir una realidad paralela, en la que están todavía atrapados. En la semana posterior a que Trump fue bloqueado por Twitter (y suspendido por Facebook y otras plataformas), la información errónea sobre el fraude electoral en las redes sociales cayó un enorme 73%, según un estudio de Zignal Labs (Dwoskin & Timberg, 2021).

Lo que ocurrió el 6 de enero en Washington ha dejado en muy poco tiempo una gran producción mediática sobre las causas y los efectos nocivos de la violencia, pero todavía es nebulosa la información sobre los elementos menos visibles de esta trama: los millones de hogares estadounidenses que siguen siendo leales a Trump y que hasta el día de hoy simpatizan con la insurrección. Según YouGov, una firma internacional de investigación de mercados y análisis de datos basada en Internet, el 45 por ciento de los votantes republicanos aprueba el asalto al Capitolio de Washington (Smith et al., 2021).


Fig.3. Smith et al. (2021). “One in five voters – including 45% of Republicans – approve of the storming of the Capitol building” (Gráfico). YouGov. Recuperado en https://today.yougov.com/topics/politics/articles-reports/2021/01/06/US-capitol-trump-poll

CONCLUSIONES

Que la violencia sea pensada y factible, que fallen las restricciones, ninguna de estas tres variables aisladas logra trasladar la violencia de los entornos virtuales a los presenciales, objetivo de los movimientos de la ultraderecha que ha probado músculo no solo en Estados Unidos. Sin embargo, los eventos violentos a gran escala son más probables donde se expresan las tres condiciones. El ataque al Capitolio de Washington revela la importancia que han adquirido las plataformas sociales para configurar las identidades políticas y de las implicaciones que tiene conceptualizar erróneamente la radicalización de la extrema derecha como fuera de línea o en línea. En la era de la información digital, estos dos dominios deben considerarse mutuamente complementarios y reforzantes.

Las personas que participaron directamente en el asalto sufrieron años de radicalización en comunidades digitales ultra derechistas y han desarrollado una cultura particular, con habilidades para extender mensajes de odio, el uso de los memes como arma ofensiva y la cooptación de otros grupos para extender su influencia. Usualmente no tienen otro programa que el desplazamiento por medio de la violencia a los espacios físicos, con clara conciencia de que pueden estar dispersos en la red, pero no están aislados. Son parte de un movimiento ideológico y también de procesos de intercambio social que han entendido internet como lo que es: una plataforma en la que existen pocos límites en términos de vínculo, comunicación y organización, y donde es posible transformar en actos el discurso violento.

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Rosa Miriam Elizalde
Periodista y editora cubana, Doctora en Ciencias de la Comunicación y profesora de la Universidad de La Habana. Columnista del diario La Jornada, de México. Tiene varios libros publicados. Fue fundadora y editora del semanario digital La Jiribilla y del diario on line Cubadebate.

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