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Información, costos de las usurpaciones simbólicas

Algunos, adictos históricos a la libertad de chayote o de subsidios, que fijan su época de oro en la etapa de mayor corrupción para sus negocios informativos, simulan amor por la libertad para esconder su amor al dinero. Así ha sido desde antes de que el Informe MacBride lo advirtiera al mundo.

El artículo 19 de la Declaración de los Derechos Humanos, proclamada por la resolución 217 A(III) el 10 de diciembre de 1948, no deja duda: Todo individuo tiene derecho a la libertad de opinión y de expresión; este derecho incluye no ser molestado a causa de sus opiniones, investigar y recibir informaciones y opiniones, y difundirlas, sin limitación de fronteras, por cualquier medio de expresión. La pregunta es ¿qué libertad de expresión es posible bajo el capitalismo?

Sean MacBride ya en el informe oficial de la Unesco especializado en problemas de comunicación, Un solo mundo, voces mú ltiples (1980), veía venir las manías manipuladoras contra la libertad de expresión que distorsionarían los derechos humanos, incluso con financiamientos trasnacionales, como hacen la UNED y la Usaid. En teoría, todos tenían derecho a la libertad de expresión, pero en la práctica no podía ejercerse en términos de igualdad… mientras, ha habido un movimiento de concentración generado por las presiones financieras (p. 44).

En nombre de la libertad de expresión se han cometido fechorías desvergonzadas a mansalva. Una consiste en suplantar a las voces múltiples con intermediarios obedientes a una sola voz: la de sus jefes. Otra consiste en cercenar, todo o en partes, el pensamiento, la obra y hasta los cuerpos de quien se empeña en expresarse libremente y devolverle el habla al pueblo. Otra consiste en inventar organizaciones, con emboscadas jurídicas o políticas, para legalizar la concentración de las herramientas de comunicación y el linchamiento mediático.

En nombre del artículo 19, y sus contenidos más claros, se han disfrazado mil canalladas que reclaman su derecho a la libertad de expresión (en realidad libertad de empresa) para la calumnia impúdica e impune, como si fuese lo mismo la expresión de las clases subordinadas y la expresión de las clases privilegiadas. Decía Trotsky: “El procedimiento moralizador del filisteo consiste en hacer creer que son idénticos los modos de actuar de la reacción y los de la revolución… El rasgo fundamental de esas asimilaciones e identificaciones lo constituye el ignorar completamente la base material de las diversas tendencias, es decir, su naturaleza de clase, y por eso mismo su papel histórico objetivo”.

El papel de los medios hegemónicos es enmudecer a los pueblos, hacer invisibles sus luchas y demandas. Nadie debe esperar una libertad de expresión democrática en un sistema corrupto don­de campea el culto a la personalidad de los mediocres, la publicidad hinchada con exageraciones, la conspiración sistemática contra la memoria y contra la dignidad, la cultura, la ciencia… mucho menos esperable es la libertad con fundaciones –u ONG– creadas ex profeso como caballos de Troya ideológicos. Surge otra situación peligrosa cuando quienes tienen acceso a los medios masivos exigen una libertad total para sí mismos y se niegan a aceptar alguna responsabilidad hacia el público (Informe MacBride, p. 46).

El plan es usar el artículo 19 para inyectar odio clasista camuflado de mil modos filantrópicos, especialmente en forma de miedo a diestra y siniestra gracias, entre otros, a sus profesionales. Su modelo de usurpación simbólica no es otra cosa que la simulación cínica de organizaciones empresariales que se camuflan de libertades, rellenas con falacias. Eso es principalmente una lucha por los mercados mass media. Si los medios, modos y relaciones de producción informativa siguen siendo mercancías o propiedad privada, la metástasis de organizaciones espurias tenderá a agudizarse y a hacerse cada día más violenta. En muchos países del mundo se viola todavía la libertad de expresión por la censura burocrática o comercial, por la intimidación, la persecución y por la uniformidad impuesta. El hecho de que un país afirme que tiene libertad de expresión no significa que tal libertad exista en la práctica (Informe MacBride, p. 42).

La libertad de expresión en manos de los pueblos no puede ser decorativa ni en estado pasivo, con una objetividad ilusoria o aletargada… debe florecer en la praxis de las luchas populares. La libertad de expresión nuestra debe ser, también, ejercicio de transparencia financiera que exprese libremente de dónde se saca el dinero para la libre expresión de la verdad construida entre todos.

La usurpación de la libertad de expresión es una monstruosidad. No importan las lágrimas del cocodrilo empresariales ni los gritos histéricos de los poderosos –y sus amigos– que ocupan cargos… no importa el palabrerío de los políticos ni de los académicos ni de los periodistas ni de las ONG que les son serviles. ¿Qué hacer?: organizarse, movilizarse, elevar la conciencia… ganar las batallas simbólicas, avanzar hacia un nuevo orden mundial de la información y la Comunicación donde quepan, en un solo mundo, las voces múltiples.

*Director del Instituto de Cultura y Comunicación y Centro Sean MacBride Universidad Nacional de Lanús

(Tomado de La Jornada)

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Fernando Buen Abad Domínguez
Especialista en Filosofía de la Imagen, Filosofía de la Comunicación, Crítica de la Cultura, Estética y Semiótica. Es Director de Cine egresado de New York University, Licenciado en Ciencias de la Comunicación, Máster en Filosofía Política y Doctor en Filosofía. Miembro del Consejo Consultivo de TeleSur. Miembro de la Asociación Mundial de Estudios Semióticos. Miembro de la Red de Intelectuales y Artistas en Defensa de la Humanidad. Miembro del Movimiento Internacional de Documentalistas. (Ciudad de México, 1956).

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