“Estoy aquí y es como si te conociese mucho”, dijo Jordi Évole en su entrevista a Ibai Llanos hace solo unas semanas. El streamer aparecía por primera vez en un programa de televisión en prime time, abandonando así su “hogar” natural en la plataforma Twitch para llegar a las pantallas de los salones, pero su popularidad viene de mucho antes.
Desde de que se iniciara como comentarista de videojuegos en la Liga de Videojuegos Profesional (LVP), Llanos ha ido acumulando fama hasta el día de hoy, llegando a entrevistar por el camino al jugador de baloncesto Marc Gasol para anunciar su fichaje por Los Ángeles Lakers, o a futbolistas como Piqué o el Kun Agüero. Incluso organizó la pasada Nochevieja en su canal de Twitch las campanadas en las que congregó a 500.000 personas en el mismo directo, incluido el por entonces ministro de Sanidad, Salvador Illa. Aunque lo “popular” es un concepto algo difuso que no se puede medir únicamente por estadísticas, el comentarista bilbaíno ya no es solo una de las caras más reconocidas entre los streamers: es un personaje mediático con influencia en casi todas las esferas comunicativas. ¿Cómo lo consigue? Gracias a una cualidad que no es precisamente nueva: el carisma mediático, anticipado hace cien años por el sociólogo alemán Max Weber.
El carisma como tal no es un concepto actual, puede encontrarse en el Antiguo Testamento e incluso en los textos de Homero refiriéndose a “mostrar favor” o “dar con abundancia”, tal y como detallaba el filólogo alemán Georg Autenrieth en un diccionario del autor griego para colegios. Sin embargo, si nos centramos en su aplicación en las sociedades contemporáneas, el carisma de los streamers se podría considerar una mutación del que el sociólogo alemán Max Weber ya exploró en el siglo XIX, incluso antes de que existieran medios de comunicación de masas como la televisión o las redes sociales, las cuales, más tarde, obligarían a los principales expertos de la comunicación a repensar teorías en las que el carisma ha sido muchas veces un tema central.
La teología protestante germana viene usando el concepto de carisma desde el siglo XIX. Para el jurista e historiador Rudolph Sohm, significaba el “don de gracia” que le otorga Dios a alguien, ya que toda Iglesia estaría constituida por un individuo carismático, un profeta, un líder natural que no ha sido elegido por otro humano, sino por una “llamada exterior”.
Más tarde, Max Weber toma esta idea de Sohm y la seculariza. Es decir: borra a Dios de la ecuación. Como el sociólogo alemán expuso en su obra cumbre, Economía y Sociedad, el carisma es “la cualidad, que pasa por extraordinaria de una personalidad, por cuya virtud se la considera en posesión de fuerzas sobrenaturales o sobrehumanas o como enviados del dios, o como ejemplar y, en consecuencia, como jefe, caudillo, guía o líder”. La diferencia es que desde ese momento es la sociedad (o los “dominados carismáticos”) quien concede esas cualidades extraordinarias a unos determinados individuos.
El carisma es, según Weber, uno de los tres tipos de dominación que existen según la fuente de legitimidad. También está la dominación tradicional, basada en la mitificación de un pasado glorificado (como puede ocurrir en una comuna religiosa, tal y como se ve en el documental Wild Wild Country); y la legal, que defienden el orden establecido a través de las normas entre los miembros de una comunidad (como una constitución).
“Esa teoría tiene un siglo. Weber determinaba carisma a la influencia que otros confieren a las características de una persona individual. Quiere decir algo así como que uno no es poderoso en el vacío, no es poderoso si no le hacen caso. Y es aquí donde la teoría del sociólogo conecta con los nuevos streamers”, explica a elDiario.es Liliana Arroyo, doctora en Sociología y especialista en innovación social digital.
De hecho, gran parte de la comunidad de Twitch se sustenta gracias a suscriptores que pueden afiliarse al canal de un streamer a cambio de beneficios como ver vídeos sin anuncios o donaciones como los “Cheer”, un emoticono animado a cambio de dinero real. “No se puede decir que Twitch sea el elemento definitivo, en el sentido de que mucha gente está en Twitch pero no todos son Ibai llanos, pero sí es verdad que estas plataformas ofrecen un ecosistema con muchos elementos que te atraen”, expone Arroyo. Twitch, en particular, dice, pone al streamer, la comunidad, la suscripción… “Es como ver la tele y estar comentando en Twitter a la vez, pero con la virtud de que el streamer te puede leer y comentarte. Eso es lo que más engancha”.
¿Se puede perder el carisma?
Weber habla de diferentes características que definen ese carisma, como que se atribuye a un individuo en particular o que se ve potenciado en una situación de crisis (como puede ser una pandemia). También, y quizá esta sea una de sus mayores cualidades, es que es inestable. Si ese líder carismático falla en su cometido o entra en contradicciones con su relato fabricado, el amor de sus seguidores se puede convertir en odio. Por ejemplo, Ibai ha sido uno de los streamers defensores de pagar impuestos en España. ¿Qué pasaría si cambiara ese relato? “Probablemente, que sería considerado un ‘traidor’ por muchos de sus seguidores”, explica a este periódico Luis García Tojar, profesor de Sociología en la Universidad Complutense de Madrid (UCM).
Pero el propio Llanos reconoció en la entrevista con Évole que a otros compañeros de profesión “no les ha ido mal” en Andorra, ya que a pesar del revuelo inicial han seguido recibiendo el apoyo de marcas y seguidores mientras además pagaban menos impuestos. Sin embargo, lo que se considera como “traición” también varía según el contexto. “Uno puede consumir un producto cultural que le guste sin admirar a su autor, supongo. Además en España la evasión de impuestos tiene poca sanción social, y menos aún entre los jóvenes. todos estos factores pueden intervenir en ese hecho”, añade el docente.
Es la audiencia quien decide qué creador es digno de su apoyo, ya que se crea lo que el estadounidense Robert King Merton definió como pseudocomunidad. En la obra Persuasión de Masas (1944) hizo un análisis de las campañas que realizó el gobierno norteamericano para recaudar fondos para la guerra, y, precisamente, la más exitosa es una de radio donde la locutora se presentaba como una típica madre americana. La tesis final es que es precisamente ese carácter ordinario lo que lo convierte en una campaña auténtica.
Lo para-social como salvavidas en un mundo capitalista y solitario
“Creo que no hay campaña que haga el ministerio de Hacienda que iguale lo que acabas de decir”, dijo Évole tras la respuesta de Ibai sobre su decisión de tributar en España. Un mismo mensaje cala de forma diferente en los espectadores según quién sea su emisor. ¿Por qué? “Los medios de comunicación son capaces de producir lo que en sociología llamamos interacción para-social’. Se trata de una falsa sensación de proximidad que se produce cuando determinadas personas aparecen de forma recurrente en los medios para hablar de asuntos personales, que pueden ser triviales (aficiones, gustos, etc) o no (problemas que hayan podido tener)”, apunta Tojar.
El término de interacción para-social fue acuñado por Donald Horton y R. Richard Wohl en la época de la radio y la televisión, pero como señala el profesor de la UCM, ahora con las redes sociales “tiene una potencia mucho mayor”. “Nos permiten ver a estos ‘ídolos’ en su aparente intimidad, a cualquier hora del día, y encima interactuar con ellos. Vivimos en la edad de oro de la para-socialidad, y al efecto de las redes sociales se suman los procesos de individualización y desafiliación sociales forzados por el capitalismo contemporáneo. Perdemos interacciones personales y las sustituimos por para-sociales, perdemos comunidad y la sustituimos por pseudo-comunidades”.
Arroyo cree que “el caso de Ibai Llanos es muy llamativo porque para muchos sectores de la sociedad puede resultar extraño que un tipo en chándal, que emite desde su casa, y que viene de una familia humilde, haya llegado a ser un referente que engancha a decenas de miles de personas a sus directos de tres horas”. Recuerda el directo que realizó después de la entrevista con Évole, en el que criticaba sus propios comentarios. “Proyecta la imagen de ser un tipo sincero, honesto, directo, sin pelos en la lengua, que sabe que tiene influencia sobre una comunidad y la ejerce con responsabilidad”, apostilla.
Esta sensación de comunidad también se ve reforzada por el uso de un vocabulario específico. Los creadores se expresan en términos propios de millennials y la generación Z, y palabras como ‘streamer’, ‘Fortnite’ o ‘Twitch’ forman parte de un vocabulario compartido por ambos. A diferencia de lo que ocurría con el carisma definido por Weber, los nuevos medios de comunicación permiten que se pueda fabricar lo que el sociólogo Salvador Giner definió como “manufactura del carisma”. “Puede darse una espontaneidad controlada, o fabricada. Lo importante es fijar el personaje: su aspecto, sus ademanes, su lenguaje, etc. y luego interpretarlo en contextos diferentes”, sostiene Tojar.
El carisma contemporáneo se ha “democratizado”, y ahora cualquiera que cuente con una adecuada estrategia de comunicación puede pasar como persona carismática, como se puede ver en campañas políticas capaces de convertir atributos como “soso, serio y formal” en virtudes. Se trata, en definitiva, de aprovechar lo que queda de “humano” y afectivo en un mundo racionalizado. Y, si ese individuo es carismático, como ocurre en el caso de Ibai, las nuevas plataformas multiplican su efecto. “La plataforma se aprovecha del carisma del influencer y, en base a algoritmos, catapulta al que ya lo es”, culmina Arroyo.
Tomado de elDiario.es