Desde hace dos décadas la periodista Ilse Bulit se desempeña como asesora general de la emisora Habana Radio, la Voz del Patrimonio Cubano, creada por iniciativa del doctor Eusebio Leal y dirigida, desde su fundación, por la también periodista Magda Resik. Durante veinte años Ilse se mantiene -gran parte del día y de la noche- pegada a la radio y, diariamente, hace un informe valorativo y crítico de cada uno de los programas que se pone en el éter señalando aciertos y desaciertos. La respeto por sus conocimientos y, también, porque con sus lúcidos ochenta años de edad, se mantiene en la pelea -en “la lucha” como solemos decir aquí- a pesar de que la vida la ha llevado recio: en los noventa perdió la visión totalmente. Medio en broma y muy en serio la llamo “el oído de Dios” porque a Ilse no se le escapa un detalle: a ella no se le puede pasar “gato por liebre”. Para Ilse la pandemia, como para todos, está siendo un período complejo.
Eres una mujer acostumbrada a la batalla, ¿con qué armas has enfrentado la actual pandemia?
Con las vacunas que mi abuela me inoculó. Bajo la consigna de que la tierra es un valle de lágrimas. No significa ahogarse en las lágrimas. Flotar y cuando el viento esté a favor, buscar la orilla y prepararse otra vez, para vencer otros malos tiempos. Eso sí, bajo una premisa: siempre por las buenas. Nuestra pandemia se vive aderezada con otras complejidades nativas. Para mí, son las causas principales de la baja percepción del riesgo. Me he dado a la tarea que el cuidado hacia mí no abrumara a mi corta familia. Como ellos no leerán estas disquisiciones, te confieso que aprendí a engullir cada invento gastronómico que ha tenido en protesta a mi hernia de hiato.
-Por tu profesión eres una mujer muy vinculada a los medios de comunicación y al análisis informativo, en general, ¿cómo valoras el papel de la prensa en estos momentos?, ¿tanta información ha sido para bien o para mal?
A mis años y en tiempos de pandemia esa preocupación se las dejo a quienes les toca. La escribí en la revista Bohemia, en mi voz en reuniones, asambleas y congresos. La preocupación por mi conciudadano, no me abandona: si lo hiciera, dejaría de ser cristiana y martiana. Y mi vecino o el otro no tienen esa preocupación. Si lo atiborra la información, desconecta el radio, cambia el canal o toma la hoja del periódico para limpiar la luna del espejo.
-La radio ha sido, en los últimos veinte años de tu vida, como una ventana desde la cual observas, ¿piensas que en estos momentos de comunicación digital sigue teniendo un rol importante o habrá caducado en su impacto a nivel masivo?
Una observación. Es cierto. De la radio recibo información, pero no es mi única fuente. Cuando la línea telefónica, la nacida del invento procreado en el Siglo XIX en nuestro teatro Tacón, me lo permite, me nutro de lo mejor de Internet porque mi formación familiar y mi país me apertrecharon de estudios y de ejemplos prácticos para saber decidir entre la verdad y la mentira. Y en materiales leídos encontré los nuevos usos de la radio en países que, como el nuestro, necesitan autoabastecerse de alimentos, emplear la inteligencia y la creatividad a nivel de barrio. En nuestras provincias, las emisoras municipales pueden constituirse en un enlace seguro para que a los decisores les llegue la pura verdad no hermoseada al pasar de mano en mano.
Puedo agregar una verdad repetida. Tanto la radio como la lectura de buena literatura, desarrollan la imaginación, esa que le hace falta tanto al científico como al agricultor. Además, dada nuestra realidad económica y tecnológica, no todos los cubanos tienen acceso a celulares, ni a Internet de alta velocidad. Ni aún los nuevos entrados en la adultez mayor introducidos en el mundo digital, al paso del tiempo por el engarrotamiento natural de los dedos y de la mente, podrán seguir los rápidos y violentos cambios de las tecnologías de los telefonitos.
-Eres una periodista de sólida formación cultural, pero la tecnología, creo, llegó a tu vida en un momento complejo en el que perdiste la visión total, ¿cómo te las has arreglado?, ¿te has visto obligada a “colgar los guantes”?
-No pude colgar los guantes porque nunca tuve guantes. Siempre luché con mi mano franca de amiga. Y las manos francas me respondieron, las que usan guantes, por supuesto, no. Ciega en la cama del Hospital Docente Clínico Quirúrgico Hermanos Ameijeiras articulaba mi futuro. Estábamos en medio del período especial. Ya en la casa, dictaba mis comentarios a mi analógica grabadora. Al ser mecanógrafa al tacto los copiaba y mi Manolo los llevaba a Bohemia. Manos francas de Radio Progreso, Reloj y Metropolitana se tendieron, hice comentarios en mi voz o servicio de análisis.
El especial apretaba. Manolo, profesor universitario, hacía paleticas de helado en la madrugada y yo las vendía en el portal. Hasta me las anunciaba Alberto Luberta en su memorable programa humorístico Alegrías de sobremesa. Pero la vida del cuentapropista en aquellas fechas era muy difícil. Ya había pasado el Centro de Rehabilitación de Ciegos y sabía Braille y el reconocido y premiado escritor Joaquín Cuartas, ya fallecido, me regaló una radio grabadora. Iris Dávila, esa maestra de radialistas, me puso en manos del doctor Eusebio Leal y Magda Resik. Ella les dijo que yo podía ser una asesora al estilo de las tenidas por Goar Mestre en la otrora CMQ. Este febrero hace veinte años. Un buen día, la joven Magda se aparece en mi casa y me dice: ¿te atreves a aprender computación? Y le di un SÍ rotundo. Robertico, el primer ciego ingeniero informático de Cuba, me enseñó en dos meses. Me prestaron una vieja computadora y se le colocó el lector de pantalla.
Soy tan explícita porque soy una muestra del teletrabajo. Con jefes conocedores de sus funciones y del trabajo de sus subalternos y con subalternos bien capacitados y responsables, funciona. En nombre de una bondad excesiva del sistema cubano, no debemos acomodarnos. Le hacemos daño al país y a nosotros mismos. La actividad mental unida a mis caminatas por el pasillo de mi casa en las madrugadas me ha permitido arribar a los ochenta.
(Publicada en la web de Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau).)