El pasado sábado 3 de marzo en la Necrópolis de Colón, ante la tumba de Juan Gualberto Gómez, se efectuó el acto de inicio de la jornada por el día de la Prensa Cubana, allí el estudiante de primer año de la carrera de Periodismo Ernesto Eimil Reigosa, le dio lectura a la crónica que escribiera para la ocasión. Cubaperiodista.cu la publica íntegramente.
Hay hombres que pasan por la vida de puntillas, sin méritos ni infamias. Los inútiles e indecisos, aquellos que caminan por el mundo sin dejar huella, están condenados a correr sin reposar en una suerte de anteinfierno, del cual Dante, a través del poeta Virgilio, daba detalles en su Divina Comedia.
Juan Gualberto Gómez no era de esos. Nació el 12 de julio de 1854 en Sabanilla del Comendador, Matanzas. Hijo de esclavos: negro en la Cuba colonial. Pareciese que las condiciones estaban creadas para que el muchacho de pelo ensortijado y rebosante curiosidad fuera una de esas infelices figuras dantescas, para que la Historia lo ignorara, sin darle apenas un saludo. Pero no fue así.
Martí lo definió como solía hacerlo: “… Él sabe amar y perdonar, en una sociedad donde es muy necesario el perdón. Él quiere a Cuba con aquel amor de vida y muerte, aquella chispa heroica, con la que ha de amar en estos días de prueba quien la ame de veras. Él tiene el tesón del periodista, la energía del organizador y la visión distante del hombre de estado”. No creo que exista descripción más precisa, ni enunciación más auténtica, de un periodista a otro.
Dueño de verbo inspirado y mirada mordaz, fue un destacado personaje de las pasiones independentistas, experto con sus discursos en hacer nudos en las gargantas, en apretar corazón y neuronas. Siendo un niño, ciudadano de la “patria verdadera del hombre”, como afirmaba Rike, fue enviado a estudiar a La Habana, pues su talento emergía y ya traspasaba las fronteras de Sabanilla.
No pasó mucho tiempo para que la Capital se hiciera pequeña también y diese el salto a Francia, donde coincidió con Francisco Vicente Aguilera, iniciador, junto a Carlos Manuel de Céspedes, de la Gesta del 68´.
Los ideales de la Revolución francesa calaron en la lozana mente de Juan Gualberto, al punto de que dos de sus más famosos periódicos, en los que ensalzaba a la “raza cubana”, se llamaron La Fraternidad y La Igualdad; tal vez casualidad histórica, tal vez certeza patriótica.
En la tregua posterior a la contienda, calificada certeramente de “fecunda”, fue uno de los más prolíficos periodistas. Acosado con frecuencia por las autoridades, sufrió exilio en varias ocasiones, siendo este, quizá, el peor castigo que pudiera vencer a un cubano raigal. Sin glorificar las virtudes de la disciplina castrense, nunca dudó en cambiar el arma que emborrona cuartillas por otra, de acero y fuego. Los héroes saben elegir el mal menor, por ello, cuando el Apóstol ordenó que el inicio de la Guerra Necesaria debía ser el 24 de febrero de 1895, Juan Gualberto dio cauce firme a la lucha.
Con el siglo XX, nació una república cubana mutilada por tratados y enmiendas, donde la corrupción y el engaño estuvieran la orden del día, donde oportunistas de todo pelo y disfraz dictaban y no dejaban de dictar. Juan Gualberto, ya anciano, fustigaba a los pusilánimes con el sarcasmo criollo que nunca lo abandonó, y sacudía el orgullo de los que alentaban esperanzas de rebeldía. Pasaron los presidentes, las protestas, las huelgas y los embajadores estadounidenses, pero él seguía ahí. Hasta que la muerte lo alcanzó un 5 de marzo de 1933, o eso dicen, pues hay gentes que al morir viven, que se encumbran hacia el martirologio de la nación, hacia el santoral donde adoran a los patriotas del alma.
Para nosotros, estudiantes, seguidores de esta senda profesional, tortuosa en ocasiones, que es el Periodismo, son necesarias en demasía figuras como la de Juan Gualberto Gómez o la de ese otro genio del pensamiento político que hoy cumple tres años de eternidad: Hugo Chávez Frías. La vocación y creación requieren influencia. Todo lo que hacemos es una combinación de hechuras precedentes, nuestras vidas y las vidas de otros.
Como Isaac Newton dijo una vez: “si he logrado ver más allá es porque me he parado sobre los hombros de gigantes”. Colosos, como el cubano verdadero que nació en Sabanilla del Comendador y aún escribe en las planas calientes de nuestros días.
Ernesto Eimil Reigosa, estudiante de primer año de Periodismo de la Facultad de Comunicación.