Prefiero arroparme del desenfado que me da el periodismo para saldar esta deuda inaplazable. No sé si cuando la descubra entre sus manos, sentada en una de las butacas de su casa debido al confinamiento impuesto por la pandemia y la salud quebrantada porque los años no perdonan, me desherede o continúe siendo su sobrina.
Pero insisto en saldar esta deuda con quien hace más de tres décadas me sedujo hacia esa profesión que cautiva y desobedece los apetitos del bien personal para atender de manera imparcial al bien público.
A pesar de sus casi 70 años, a quienes llegamos después y se incorporan “al mejor oficio del mundo”, como lo llamó García Márquez, todavía les brinda su sapiencia y esa lección que defiende como fiel escudero: “el periodista se muere de un infarto o en la profesión”, por ello sigue en la batalla y tras la verdad.
Así es, al periodismo llegué por Mayra Lamotte Castillo y no sabe cuánto le agradezco a esa cubana devenida pinera de corazón, pero que no escatima ni un segundo en recordar que es oriunda de la ciudad heroica y hospitalaria: Santiago de Cuba.
De ahí sus anécdotas cuando la redacción del periódico Victoria quedaba en calle 41 y el taller en 22 entre 37 y 39, de su añorada Universidad de La Habana, vanagloriándose por ser cuna de la Federación Estudiantil Universitaria (FEU) y de jóvenes valientes como José Antonio Echeverría, Mella, Fidel…
En ese pequeño lugar, cargado de aprendizaje y calor humano, no pocas veces detuvo sus depurados textos periodísticos para presumir de haber pertenecido a la FEU de ese centro educacional, por cuya escalinata descendieron los jóvenes de la generación del centenario en su histórica Marcha de las Antorchas.
Y cuando este 20 de febrero el periódico celebra sus 54 años de creado, nada más justo que dedicarle esta crónica a Mayrita y la recuerde también alardeando de sus dotes como danzarina y de pertenecer al grupo folclórico de la universidad; para acentuarlo no pocas veces lo demostró con un cadencioso baile de guaguancó o chancleta.
Mucha historia atesora este Premio por la Obra de la Vida de la Unión de Periodistas de Cuba en la Isla de la Juventud, donde varias generaciones de profesionales de la prensa hemos vivido de las experiencias de quien llegó aquí a cumplir su servicio social repleta de sueños y como esas criollitas de Wilson robando corazones… que nos pregunten a quienes le acompañamos desde entonces.
Le podríamos comentar, además, de su rechazo a la cocina, a pesar de los infructuosos intentos de algunas voluntarias para su aprendizaje, pero ella en eso sí no tranzó, prefirió ser mala alumna y de ello dan fe sus grandes amores, esos que crecieron y retozaron en la actual y espaciosa redacción del Victoria, enclavada en el antiguo poligráfico Pablo de la Torriente Brau, hoy empresa de Industrias Locales.
Cuántas madrugadas en vela por la salida de cada edición, cuántas cuartillas desechadas salidas de aquellas máquinas de escribir alemanas Robotron, cuántos recorridos por centros de Salud, uno de sus sectores más apasionados por la sensibilidad y calidad de tanta gente comprometida con sus pacientes y la vida.
Sus entrevistas, informaciones, reportajes, comentarios… llevan ese sello que la ha hecho conocedora en el gremio como la “preciosista”, “meticulosa” o “exquisita” por su redacción de estilo, esa que ha llevado al lector al aprendizaje y la reflexión.
De ahí los años como jefa de Redacción, donde si bien sus subordinados –correctores y periodistas– aprendimos a escribir con un lenguaje más claro, directo y en ocasiones con metáforas, no pocos quisimos “estrangularla” por sus exigencias y desmedida minuciosidad; así como por la demora en la entrega de los trabajos y, por consiguiente, la conformación de páginas.
Mas, le agradecemos por tanto; para sus estudiantes de siempre es una garantía que Mayrita le eche una ojeada a nuestros materiales y así mantenerla ocupada desde su casa, devenida redacción personal por los achaquitos, así como de la revisión de las ediciones impresas porque en ella va el sello de calidad.
Su andar por estas más de cuatro décadas tiene historias al frente del departamento de Corresponsales, donde surgieron varios apasionados por la profesión, nos llegaban reportes de los poblados más apartados de Nueva Gerona y propició encuentros con los lectores para así crear publicaciones que respondieran más a los intereses de los públicos.
La era de Internet la descubrió siendo una veterana. Venció no sé cuántos cursos; sin embargo, a pesar de su torpeza para las nuevas tecnologías no desiste, sacude las telarañas que intentan obstruir el trayecto a los contenidos multimediales y gracias a su empeño batalla en el ciberespacio, sobre todo en el sitio web del órgano y la red social Facebook, defendiendo a esta Cuba que le ha proporcionado tanto como madre, negra, mujer.
Nuestra Lamotte Castillo, ganadora de disímiles premios, menciones y formadora de tantas generaciones de periodistas, sigue dando lecciones de constancia y lealtad con esa profesión a la que le coquetea, a pesar del cansancio de sus piernas y pelo encanecido, desde sus reseñas históricas, las inquietudes de los lectores mediante la sección Buzón del lector o la variedad y frescura de la página seis del Victoria.
Ni me atrevo a preguntarle por la jubilación, de ella aprendí que hay preguntas que el periodista no hace, ni tan siquiera insinúa, además conozco su tesis y de su enamoramiento por el periodismo, el amor que todavía la hace palpitar, crear.
No sé si me desherede, ya lo decía, sin embargo me arriesgo porque a la decana del periodismo impreso pinero –como muchos le reconocemos– le debía esta crónica.