No se sabe cuánto hay de normal o fabricado en la secuencia electoral de Ecuador. La situación es peliaguda y amenaza con boicotear la segunda vuelta de las elecciones generales y facilita el mantenimiento del statu quo actual. Es decir, emplear las diferencias actuantes “como una excusa para modificar el calendario electoral o prorrogar el gobierno de Moreno”, es lo que advierte el ganador de casi el 33% de los votos, Andrés Arauz, quien con Carlos Abascall para vice, combina la fórmula que propone un programa de acción basado en los principios del movimiento Revolución Ciudadana, liderado en su momento, por el perseguido ex presidente Rafael Correa.
Al triplicar lo obtenido por los otros dos cercanos competidores, Guillermo Lasso y Yaku Pérez, (en empate técnico), el puntaje a favor del progresismo está claramente muy por encima de esos contrincantes, el primero del Partido CREO, quien, según afirmaciones locales, ha estado cogobernando a la sombra con Moreno en los últimos 4 años y se sirve con miras a futuro de Jaime Nebot, otro veterano que preside el Partido Socialcristiano, formación que conquistó 20 escaños en el Congreso y por tanto, fuerza a tener en cuenta, lo mismo como oposición que si concluye ganando esa derecha desembozada o la vestida con ropajes de izquierda tratando de confundir.
Lasso se desempeñó al frente de economía cuando Jamil Mahuad dolarizó Ecuador. Representa a banqueros y élite empresarial. Cuenta con influjo en los ámbitos financiero y jurídico, y le apoya la prensa conservadora, tradicionalmente con mucho fuste sobre el criterio público.
Yaku Pérez, actúa a nombre de un segmento de los pueblos indígenas que no son una masa homogénea, aunque se intente presentarla indivisa. Pese a presentarse como de izquierdas, se descubre al colocarse en favor de los victimarios de figuras claramente anti neoliberales sometidos a viciosos métodos judiciales para sacarles de sus cargos. Así ocurrió con Dilma Rouseff y Evo Morales o el impuro proceso contra Lula.
Precisamente fue Pérez quien promueve la crispación actual, al exigir un recuento de votos pues asegura ser víctima de un falsificación electoral, ya que según su criterio, habría ganado esa primera vuelta con mayoría plena. Es decir, se adjudica el éxito de Arauz, pero sin una sola prueba de que tal cosa ocurriera.
Como a renglón seguido pide ayuda a la OEA (o más bien a Almagro), paradójicamente con observadores en esos comicios sin poner en duda su normalidad, y sigue escalando el asunto, está excitando a los segmentos nativos hacia una especie de insubordinación con marchas de protesta en el país. Analistas del área la ven como una estrategia similar a la recién vista en las presidenciales norteamericanas. Imposible ignorar la analogía.
En un primer momento, culpó a Correa quien, desde Bélgica, según esa hipótesis, habría dirigido la falsificación en las urnas. Con respecto a Lasso, mantiene una retórica menos agresiva que la usada contra el ex jefe de Estado y tal cual se dijo, es proclive a apoyarlo en segunda vuelta. Yaku Pérez se retrajo ante el miedo a quedarse en un tercer puesto, fuera del juego. Por eso procedió a elevar la apuesta buscando revertir los resultados.
En el enervado panorama, aparece el Consejo Nacional Electoral anunciando que no realizarán recuento de votos, luego de haber notificado lo contrario, cuando aceptaron la exigencia de Pérez de procesar parte o el total de papeletas. Al parecer, los miembros de esa instancia decisoria no coinciden tampoco, actúan, o son usados, con propósitos no del todo transparentes.
Los sucesivos giros del caso aumentan la efervescencia de un momento políticamente delicado y muy comprometido en lo económico, incluyendo lo básico en bienes y servicios para la ciudadanía, cuando no ha concluido la pandemia global y los indicadores de infección y muerte están entre los peores del Hemisferio.
Una apretada síntesis de los acontecimientos sitúa a los comicios de este 7 de febrero como ganados por las fuerzas progresistas. Es la cuarta vez consecutiva, aunque la que ahora termina sin ninguna gloria y muchos baldones, dejó su apariencia de avanzada apenas asumir Lenin Moreno, pues él abandonó la plataforma antes compartida con Correa para regresar al neoliberalismo y la subordinación a unos Estados Unidos “del otro” como llama Joe Biden a su antecesor.
Entre las “proezas” de Moreno está su deserción de los organismos creados en procura de integración solidaria en la región y, en la cuestionable entrega de Julian Assange con pasaporte directo a la cárcel y posible extradición a EE.UU. donde le esperaría una condena de por vida. Debido a ese tipo de antecedentes se le considera capaz de empeorar lo interno y no menos en asuntos exteriores. Lo destrozado y la demagogia de que fue disfrazada su trasgresión, nutre el temor a que él o quienes están interesados en mantener los actuales derroteros, logre estirar su tiempo en el cargo y para, o por ello, son promovidas las resbaladizas circunstancias descritas y alguna otra en la ancha manga de los infieles.
Una nueva deuda externa (la que heredó Correa fue solventada en su mandato del 2007 al 2017) se añade a las barbaridades registradas en el último cuatrienio, al desmontar el esquema de asistencia social y desarrollo previos. Moreno se alió con los dirigentes de la oligarquía pretextando buscar unión en el país, una que solo concierne a las clases altas y devolvió a la insolvencia a las medias y bajas. O sea, la mayoría. El temor a mantener ese estado de cosas, es grande y justificado en este momento.
Buen análisis. Confiemos en la sensatez del pueblo ecuatoriano y que la izquierda con Andrés Arauz vuelva al poder en el hermano país y retomar el camino de la soberanía y el desarrollo, que tuvo en la época del gobierno de Rafael Corre. N