No se requiere un gran esfuerzo para identificar al autoritarismo ideológico burgués. Basta y sobra con exhibirles sus contradicciones y aparecerá, volcánica, una verborrea pagada de sí y exultante en argumentos de baja estofa pero escupidos con gran confianza y seguridad. Todo ello con tonito didáctico y cierta benevolencia dulzona propia de aquellos que se compadecen de los seres inferiores y los conducen con “mano firme”, y generosa, por el sendero de sus “razonamientos” univalentes, frecuentemente improbables y siempre autoritarios. Infernal y nauseabundo producto ideológico burgués que nos acecha a diario. Hay que oír a Claudio X. González y sus secuaces empresarios travestidos como “políticos”(dicen). Es metástasis de la corrupción, el perfil demagógico de empresarios que, “metidos en política”, adoptan vociferaciones mesiánicas. Y las propagan por todos sus “medios”.
Operan como “predicadores” dispuestos a dar por verdad categórica los eslóganes que memorizan en cualquier almanaque de ferretería. Y a fuerza de repetir, con aires de grandeza, su colección de palabrerío inflamado, llegan a creerse “inteligentes”. Algunos, incluso, secuestran academias y organizaciones donde se hacen acompañar por trotamundos demagogos iguales a ellos. Ostentan títulos académicos y se premian entre sí y con frecuencia. Se creen “autoridades”.
Uno reconoce esos soberbios cuando los mira manotear, desesperadamente, cualquier sofisma que sirva para no admitir sus equivocaciones. Encaramados en el reino de las verdades auto-conferidas, no conciben un milímetro de autocrítica y menos aún la posibilidad de pensar cómo piensan “los otros”. Dan por válidas sus consignas más escleróticas y tiemblan de terror si hubieren de admitir sus torpezas. Entonces redoblan la “superioridad” de sus “certezas”. Como si no conociesen la duda, decía Borges. Derrochan “imperativos categóricos” confiados en vencer al oponente a fuerza de imponerle necedades histriónicas antes que admitir yerros. No hay peor cosa que un ignorante soberbio decía Lope de Vega. Y razón le asiste.
También la vida burguesa, cuando se infiltra en la cabeza del proletariado, suele producir engendros ideológicos patéticos. Produce, por ejemplo, víctimas reverenciales cuya libido se explaya repitiendo frases hechas y consignas prefabricadas para anestesiar la realidad propia en contextos y épocas muy diversos. Las víctimas aprenden las reglas del opresor: Todo antes que interrogar sus premisas y sus conclusiones. Todo antes que reconocer las diferencias y las diversidades. Todo para incensar sus preceptos y sus egos infectados de mediocridad leguleya. De eso viven las palestras burguesas y de eso aprenden mucho (a sabiendas o no) sus discípulos. Son ejércitos de la ideología de la clase dominante en acción cotidiana. Metidos aquí y allá, infiltrados en los medios y en los modos. Todos van armados, y armadas, con espadas lenguaraces convencidos de que deben convencernos. Imponernos su autoritarismo de egos histéricos y vendernos su mediocridad maquillada como si fuese un logro civilizatorio.
Son incapaces de razonar con evidencias (de hecho las excluyen o las tergiversan). Son incapaces (literalmente) de pensar de manera “compleja”, considerando la integración dinámica de cinco o más variables, cada una de ellas portadora de vectores de clase en pugna, de historia, de matices y de identidades no subordinadas a la estrechez de la ideología mercantil, lineal y rígida como los intereses de la acumulación del capital. Sus razonamientos más humanos son refritos del vocabulario filantrópico más banal, difundido en seminarios de auto-ayuda o “coaching” empresarial. Mediocridad sublimada. Piensan que el centro del mundo son ellos. “Entre esos tipos y yo hay algo personal” Serrat dixit.
En algunos “informativos” los “periodistas”, arrodillados ante la burguesía, aprendieron a leer en público “noticias” (manipuladas desde las oficinas -gubernamentales o privadas- de espionaje e inteligencia) pero con tono patronal. Asimilaron como “estilo exitoso” la locución “categórica” y a los gritos, como si eso construyera verosimilitud y confianza en las audiencias, (cada día más hartas de falacias y exageraciones mercantiles). Hablan como “patrones de estancia”, terratenientes o señores feudales; hablan como hablan los gerentes a sus vendedores, como hablan los generales a sus soldados, como se le habla a quienes se piensa ignorantes, infradotados, tontos o simplemente incapaces de producir los “méritos” necesarios para vivir con éxito burgués. Hablan como el jefe le habla a sus asalariados. Hablan con autoridad burguesa. Como habla Trump, ídolo de mercachifles.
Nos urge una Guerrilla Semiótica de acción directa, por todos los medios, para producir los anticuerpos culturales indispensables que exterminen, en plazos cortos, las influencias tóxicas de los medios y los modos burgueses para manipular consciencias. Al pie de la letra, palabra por palabra. Y además de las “vacunas culturales emancipadoras”, necesitamos organizar las ideas y los valores producidos en las luchas por liberarnos de la explotación laboral, la sujeción al Estado que ha servido para reprimirnos, la pandemia de los anti valores que nos acomplejan, que nos excluyen estigmatizan… Guerrilla Semiótica contra las humillaciones burguesas proferidas, por ejemplo, en forma de iglesias, entretenimientos y chistes. Contra la estulticia bajo palabra. No somos lo mismo.
Tomado de TeleSur