Hay especies biológicas y otras sociales. Incluso, puede ocurrir que en la medida que algunas evolucionan o desaparecen en la naturaleza, el choque de otros extraños meteoritos de constelaciones menos interestelares, los hacen reaparecer en la sociedad en forma tan original como diversa.
Digamos que lo anterior, un tanto esotérico, puede fundamentarse perfectamente desde la famosa ideología del darwinismo social. Si quiere comprobarlo, salga ahora mismo y comience a preguntar entre los cubanos cuán agradable sería que algún bautizo popular lo ponga entre los «dinosaurios».
Pues sucede que en este Archipiélago peculiar hay alguien que no solo esquiva la vergüenza de ser ubicada entre esa especie, sino que más bien terminó por autodefinirse orgullosamente de esa manera.
No faltarán quienes piensen que semejante definición es puro marketing publicitario, intento de atraer lectores ávidos para una autobiografía nacida más por el interés de otros que por inspiración propia; pero cuando se encienden velas este domingo por sus nueve décadas, con tan suficiente como amplio merecimiento público, Graziella Pogolotti está menos interesada en las estridencias mercaderiles —cuyas fatuidades tanto ha desenmascarado— que en las profundidades, no pocas veces reposadas y silenciosas, aunque más determinantes y perdurables.
Digamos que al reconocerse a sí misma como «dinosauria», al igualarse con esa familia socialmente degradante, lo que demuestra es que ni siquiera la ancianidad la privará de seguir dando pelea, dura pelea —como ocurre en el mundo animal para la superación de las especies— por el mejoramiento de su país y de los seres humanos.
Solo un ser con conciencia crítica de sí mismo y de sus circunstancias, de las de su país y las del mundo, y dispuesto a batirse siempre por la utopía humana, puede incorporar a su existencia la capacidad purificante de una visión tan cuestionadora como dialéctica.
Graziella no se esconde para reconocer que su formación es otra, que muchos de sus rasgos y comportamientos germinaron en épocas diferentes y que, por tanto, para algunos no sería más que una especie de «fósil» viviente, testigo de un prolongado período de tiempo.
Pero desde esa condición asumida en plenitud de conciencia sabe que puede ayudar a los demás, sobre todo a los más jóvenes, a entender, además de su confusa actualidad, la continuidad de su mundo y ambición futura. No se trata de acomodarse a la resignación, sino de imponerse otro desafío a estas alturas.
Tanto camino recorrido en tensa y apasionada lucha, incluso contra sus dolorosas limitaciones físicas, junto a su singular historia familiar y personal, le posibilitan, como hizo en la recordación de los 30 años de Palabras a los Intelectuales, en 1991, entender la complejísima concepción de la historia cubana, su relación con el siglo XIX y con la forja del ser de nuestra nación y de su dimensión espiritual.
Y como parte de este proyecto, aseguró entonces, los intelectuales cubanos, antes y ahora, en los momentos difíciles de entonces y en los momentos aún más difíciles de hoy, están dentro de la Revolución, en el centro mismo del alma de la Revolución, en ese cuerpo rescatado y en el espíritu que le da sentido y razón de ser a su vida y a su obra.
Entiende perfectamente —contrario a lo que algunos intentan ignorar por vocación plattista, egolatría, mediocridad, confusión o enajenación social— que la vida y la obra de los intelectuales en Cuba adquirieron un verdadero sentido cuando pudieron entroncar plenamente con la nación recuperada, con la construcción de la república que había soñado Martí.
La hondura de su juicio le permite entender, como a Armando Hart, luchador de la Generación del Centenario junto a Fidel, que Cuba está urgida, como nunca, de un diálogo de generaciones, de empeñarse en enlazar armoniosamente los hilos de nuestra historia y espiritualidad, y con ello conectar el pasado y el presente con el futuro.
Todavía Hart estaba vivo y empeñado en hacer germinar ese diálogo cuando aparecieron en este diario uno de los aldabonazos de Graziella: «Para dialogar con los jóvenes», una columna con importante repercusión que, sin embargo, como ella lamenta en diálogo con el periodista Mario Cremata Ferrán, sus saldos mejores no se vislumbran en la práctica.
En ese texto, que debería ser revisitado especialmente en estos momentos y continuamente, reconoce cómo actitudes y comportamientos de muchos jóvenes defraudan las expectativas de sus mayores, a la vez que alerta de las consecuencias negativas en que puede derivar del enrarecimiento de ese diálogo necesario.
En dicho artículo llama a despojar el término «juventud» de su contenido generalizador y, por lo tanto, abstracto. Argumenta que ese concepto es demasiado extenso, el rango de edades incluye adolescentes, alumnos de la Educación Superior, trabajadores de las más variadas ocupaciones y también sectores marginalizados, renuentes a incorporarse al estudio y al trabajo.
Pese a esa diferencia, insiste, todos esos segmentos crecieron en circunstancias similares: «Son los hijos del período especial. Conocieron de cerca la penuria material, el aumento de las desigualdades, el deterioro de la educación, la crisis de los modelos de conducta en el entorno familiar y en el medio social a su alcance, el quebrantamiento de las expectativas de porvenir forjadas por la Revolución. Asistieron al renacer de la picaresca en la sicología del luchador, mientras la disponibilidad de recursos económicos en moneda dura ofrecía el bienestar material y, aún más, el acceso a una recreación privilegiada en el ámbito turístico. Ante la incertidumbre respecto al futuro, prevalece el interés por disfrutar a plenitud el presente. Para muchos, la difícil situación de la vivienda constituye un obstáculo objetivo para consolidar un hogar propio estable…».
De ahí que sostenga que los jóvenes necesitan construirse la idea de un futuro, para la sociedad y para ellos mismos dentro de esta. Esa suerte de diseño del mapa vital lo ve como un impulso indispensable para la integración activa y creadora, para los resultados en colectivo. Por ello defiende que para ser escuchado es preciso comenzar por saber escuchar.
Esa es su apuesta cada semana en las páginas de este diario, mientras sus lectores, como en el minicuento de Monterroso, agradecen que cuando abren el dominical «la dinosauria» todavía estaba ahí.
(Tomado del Facebook del autor) (Publicado en Juventud Rebelde el domingo 24 de enero de 2021)