Más de veinte soldados del régimen genocida israelí colman los espacios del encuadre. Avanzan hacia la cámara con aparente linealidad, surcando la polvareda abigarrada —tal vez— de una calle estrecha. Las burdas botas que sostienen su marcha pisan los imperceptibles cercos de una ciudad distante, 30 kilómetros al sur de Jerusalén.
Es la mítica Hebrón de la Palestina ocupada; se distingue por el cultivo de uvas, el asiento de piedras caliza, el trabajo con la cerámica y el antológico soplado del vidrio. Desde sus pedestales milenarios, la ciudad se dibuja entre calles estrechas y torcidas. Sus casas soportan techos planos, como paraguas de una escalonada urbanidad.
La soldadesca israelí de este retrato grupal lleva abultadas mochilas, portentosos cascos, ropajes grotescos y pesados armamentos que cuelgan como novias de usar y tirar, como sacados de posters de alguna película de acción narrada por brutales escenas de “héroes” de pelo rubio, permeados ojos azules y tatuajes hechos por encargo, sello mundano de las tropas de élites de la U.S. Navy.
El desequilibrio envuelve los anclajes semióticos de esta entrega fotográfica. La desproporcionalidad, el sin sentido, las tramas de lo absurdo trazan delgadas rutas que colorean pátinas imperceptibles. Una segunda lectura desvela las esencias de esta crónica fotográfica, tomada por los azares de las circunstancias y la impronta de congelar un instante simbólico, un momento dramático.
Los rostros de cada uno de los actores de este instante, los uniformes de grueso calibre que cubren sus cuerpos, las poses de sus abigarrados brazos, son partes esenciales de un boceto coral de nítidos trazos. Responden a estados de ánimos, delgados contextos, despreciables biografías y herencias de una historia labrada por décadas, que anulan el sentido de sus vidas. Y también los destinos de muchos otros, de miles de hombres y mujeres que tienen truncados sus andares por los límites que marcan los Checkpoint.
Los actores de las rutas del terror israelí deambulan por esa calle, llevan un “trofeo” que irradia luz, miedo y soledad. Cargan en sus puestas actorales muchas preguntas y también muchas respuestas que los políticos de occidente son incapaces de desgranar. Las despreciables complicidades de sus actos de equilibristas atan, permean, anulan toda posibilidad de coherencia, todo acto de vestidura digna.
Los límites de esta foto de escritura simbólica delatan el subrayado objetivo de narrar el drama bocetado por sucesivas oleadas de represión. Truncan todo signo de protesta contra la ocupación del Estado Israelí, que escupe contra poblaciones enteras morteros que cercenan las raíces de casas habitadas, ancladas en los pasajes de barrios acribillados, marcados por los sonidos de metralletas y balas de última generación.
Relatados con virtuosos apuntes, se erigen como eje central de la foto los colores de su gestualidad, auténticos actos de miedo, de soledad y dolor. Fawzi al-Junaidi, un menor palestino de 16 años, es el núcleo de este documento.
Los flujos que habitan en las texturas de ese instante, convergen hacia el protagonista, hacia sus ojos vetados del derecho a la luz, a la ruta y el tiempo. Cada año, entre 500 y 700 niños y niñas palestinos son detenidos y procesados por la justicia militar israelí. Fawzi al-Junaidi fue uno de ellos. (De la serie: Crónicas de un instante).
Imagen: Fawzi al-Junaidi, un menor palestino de 16 años, detenido por militares israelíes en Hebrón. Foto: Efe.
Pero la foto fue tomada en el 2017 acaso el escritor del articulo lo descubrio ahora. Seguro ademas nunca ha estado en Israel y no sabe como funciona, escribe muy teórico sobre lo que ha leído y oido de fuentes secundarias y terciarias, nunca primarias. Sobre la base de un falso tono poetico con mucha pseudo sensibilidad. Bueno al menos sabe escoger sus temas para que se los publiquen.