Por Mailen Aguilera Rivas
Cuentan algunas historias de juglares que cierta vez le mostraron a Isabel de Castilla un juego de mesa que se había hecho muy popular en el continente europeo. Pero cuando la soberana conoció los limitados movimientos de su semejante en el terreno de las 64 casillas, exigió, furiosa, que se modificara inmediatamente. Pudo ser solo una leyenda, aunque coincidió con la época en que la reina del ajedrez cambió el desplazamiento de una casilla en todas direcciones a las infinitas posibilidades de tener solo el fin del tablero como límite. Lo cierto es que no deja de parecer insólito que la única pieza femenina se revele como la más temible, al punto de que no pocos jugadores prefieren liberarse de ella mediante intercambios o sacrificios para evitar complicaciones.
Isabel en su versión inglesa, Elizabeth, es también el nombre de la protagonista en la novela “Gambito de dama”, del escritor Walter Tevis, que recientemente tuvo la adaptación en una miniserie televisiva trasmitida por Netflix. Bajo la dirección de Scott Frank, cuenta en el rol principal con Anya Taylor-Joy, joven revelación que había debutado hace ya varios años de la mano de Robert Eggers en su perturbadora “La bruja”. Le acompañan otros actores entre los que sobresalen Thomas Brodie-Sangster (Juego de tronos) como Benny Watts, Harry Melling (La vieja guardia) es Harry Beltik y la realizadora Marielle Heller ahora frente a las cámaras interpretando a Alma Wheatley. La historia versa sobre Beth Harmon, una chica huérfana y extraordinariamente dotada para el ajedrez, deporte casi exclusivo de hombres y más en la época histórica que refleja, inmersa en plena Guerra Fría.
Aunque esta propuesta empezó sin muchos aspavientos publicitarios, ya se ha colado en millones de hogares y proclamado como la más vista de Netflix en el año. Toda una sorpresa para los que leyeron la sinopsis y no le pronosticaban grandes reconocimientos. Por ello, resulta fascinante desentrañar las claves que hicieron de la sencilla historia de “chica supera los obstáculos de su tiempo”, el éxito sin precedentes en que se ha convertido.
Primeramente, Walter Tevis fue de esos autores con un estilo narrativo tan coherente que al leerlo nos parece estar frente a la gran pantalla. De ahí que varios de sus libros hayan sido llevados al cine como “El buscavidas” (protagonizada por Paul Newman) o “El color del dinero”, con Tom Cruise en el papel principal. En la novela “Gambito de dama”, nos brinda el viaje incesante pero satisfactorio de la trama atractiva que, al igual que el tablero aéreo que recrea la joven en su cabeza, transforma los lugares descritos durante la lectura en magníficos planos secuenciales. Las luchas internas de Beth, su manera irreverente de interactuar con los otros, conforman un personaje muy sólido e inolvidable. Por tanto, para el experimentado director y guionista Scott Frank, fue suficiente solo crear el producto lo más fiel posible a la obra original.
El lenguaje visual de la serie resulta de una factura tan exquisita que para aquellos que leyeron el libro y luego buscaron la adaptación televisiva, experimentaron lo ya conocido, el típico déjà vu. Ello sumado a la esmerada recreación de la época, la banda sonora (impecable trabajo del compositor y guitarrista de ascendencia cubana Carlos Rafael Rivera) acoplada a los diversos escenarios, el trabajo de vestuario y maquillaje así como la estelar dirección de actores, contribuyen a hacer de “Gambito de dama” la propuesta diferente y necesaria. Es la prueba fehaciente de que el público sigue prefiriendo una buena historia por encima de cualquier maquinaria efectista.
Sin embargo, pese a la magnificencia de tal equipo, la reina se reafirma como la más poderosa. Anya Taylor-Joy se convirtió con pasmosa naturalidad en la Beth Harmon de la obra literaria. Mediante un desempeño impecable, logra mostrar el frágil equilibrio entre la genialidad y la destrucción que asolan a la protagonista. Quizás para algunos su personaje, si bien fascinante, también puede parecer antipático e impasible ante sentimientos comunes. Pero en el descalabro de su existencia, Beth descubre la lógica para explicarla solo frente al tablero. La adicción a los fármacos y el alcohol, más que soporte físico, se convierte en medio para alimentar las exigencias de su mente superdotada y a la vez hacerle olvidar que, como la dama del ajedrez, siempre estará invariablemente sola aun entre multitudes. La lucha adquiere dimensión de tarea titánica pues para reafirmar su única razón de existir, convertirse en Gran Maestra y ser la campeona del mundo, constantemente debe combatir todo tipo de discriminaciones. Tanto en el libro como la serie, se enfrenta a consideraciones legendarias que estipulaban el juego ciencia como dominio indiscutible del sexo masculino, situación que se agudiza en los torneos (Al escucharlos a los dos, sintió algo desagradable y familiar: la sensación de que el ajedrez era cosa de hombres, y ella era una extraña. Odiaba esa sensación).
“Gambito de dama” logra develarnos los misterios de las 64 casillas inclusive para los que no conocen todas las reglas. Como jugadora aficionada hace muchos años, aún recuerdo el exhaustivo combate intelectual de cada partida, la angustia de la jugada por hacer, la anticipación de todo posible movimiento del contrario. En definitiva, una batalla bien difícil para atraer a muchos espectadores porque se necesita paciencia y genuino interés para seguir algo que puede durar horas. Por ello, aunque hubiese preferido más especificaciones de aperturas, estrategias y finales como se relata en la novela, es comprensible que la adaptación al medio audiovisual sacrificara parte de la esencia del juego en aras de conseguir el interés mantenido de una audiencia heterogénea. Las palmas también para todo el trabajo de edición, encabezado por Michelle Tesoro, otra del equipo que acompaña a Scott Frank en sus proyectos. Las secuencias relativas al deporte mental se remiten entonces a las jugadas polémicas y rotundas o, mayoritariamente, a las expresiones en el rostro de cada participante. No es de extrañar que en aras de lograr resultados cercanos a lo perfecto, tuvieran el asesoramiento de figuras emblemáticas como Garry Kasparov.
Por otra parte, no debe dejar de destacarse algunos elementos que, a pesar de no empañar el producto final, sí me parecieron contraproducentes. Durante el torneo de México, aclaran que los hombres que acompañaban al campeón Borgov eran de la KGB para evitar que este huyera, detalle que en el libro no se menciona en lo absoluto. Lo que sí plasma la novela es que Beth además de luchar contra el machismo social, también tuvo que enfrentarse al institucional que le impuso el país, que obstaculizó su capacitación y le impidió ser una niña prodigio como el pequeño Girev. En todo momento, Walter Tevis otorga al juego ciencia que se practica en Rusia el nivel superior que Beth debe descifrar para acceder al trono (Esto no era el ajedrez de ataque con el que ella se había labrado su reputación en Estados Unidos: era ajedrez de música de cámara, sutil e intrincado). Para esa nación, el deporte de las 64 casillas se devela desde hace décadas como orgullosa práctica de multitudes con apoyo constante de las instituciones oficiales. De ahí que, con la salvedad de Bobby Fisher, haya monopolizado por casi 50 años el Campeonato del Mundo. Por ello encuentro también poco creíble los vítores de la muchedumbre a Beth en Moscú cuando tenían a uno de los suyos discutiendo el título, independientemente de la impresión que hubiera causado la joven norteamericana.
Lo cierto es que tanto la serie como la novela tuvieron el efecto para miles de personas, entre las cuales me incluyo, de volver a enamorarnos del ajedrez. No solo de aquel disciplinado, metódico, que se logra con años de estudio y dedicación, sino también su variante intuitiva y excepcional de la que hizo gala nuestro genial Capablanca. “Gambito de dama” se convierte además en la expresión de un sueño acariciado desde hace mucho: una mujer con el título de campeona mundial absoluta, sin distinción de sexo. Hitos como la cubana María Teresa Mora, la mencionada Nona Gaprindashvili o Judit Polgar son ejemplos de que pueden existir otras Beth, esperando entre las sombras el momento propicio para coronarse.
Ficha Técnica
Título: The Queen’s Gambit
Año: 2020
País: Estados Unidos
Duración: 60 min.
Dirección: Scott Frank (Creador), Allan Scott (Creador), Scott Frank
Guion: Scott Frank (Novela: Walter Tevis)
Género: Serie de TV. Drama | Ajedrez. Guerra Fría. Años 50. Años 60. Miniserie de TV
Reparto: Anya Taylor-Joy, Thomas Brodie-Sangster, Bill Camp, Harry Melling, Isla Johnston, Moses Ingram, Chloe Pirrie, Janina Elkin, Marielle Heller, Marcin Dorocinski, Patrick Kennedy, Matthew Dennis Lewis, Russell Dennis Lewis, Rebecca Root, Christiane Seidel.
Productora: Netflix (Distribuidora: Netflix)
Tomado de Canal USB