Restaurar “La última cena” (1976), esa obra magistral en la filmografía de Tomás Gutiérrez Alea (1928-1996), señala la cima del acuerdo suscrito varios años atrás por la dirección del ICAIC con el Archivo de la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas de Hollywood (AMPAS), que fuera puesto en práctica por la gestión directa de la Cinemateca de Cuba.
Como fruto de esa colaboración, hasta la fecha han sido restaurados cuatro largometrajes dirigidos por Titón, como se conoce familiarmente a este cineasta mayor: “La muerte de un burócrata” (1966), “Una pelea cubana contra los demonios” (1971), “Los sobrevivientes” (1978), y el más reciente, “La última cena”, concluido tras un complejo proceso en laboratorios de Los Ángeles el pasado mes de agosto. El propósito era la exhibición de esta copia, con carácter de première mundial, el lunes 31 en el Festival Il Cinema Ritrovato de la Cineteca de Bologna, Italia. Integró la selección de clásicos del Festival Internacional de Cine de Veneciapresentada en Bologna por la reducción de espacios de ese certamen suscitada por la pandemia.
Ese evento boloñés —considerado la meca de la cinefilia mundial— programó, además, “La muerte de un burócrata” (recibida con gran éxito en la edición del Festival de Venecia de 2019), y el documental “El arte del tabaco” (1974), también restaurado por el archivo de la Academia. Que el 42 Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano escogiera para su función inaugural este jueves 3 de diciembre en el cine Acapulco, de la nueva copia de “La última cena”, nos incita a reproducir fragmentos de declaraciones de Tomás Gutiérrez Alea a propósito de su concepción y antes de admirarla por enésima vez, como si fuera la primera:
“La idea de «La última cena» surgió a partir de la lectura de «El ingenio», un estudio exhaustivo sobre la industria azucarera en nuestra historia, de Manuel Moreno Fraginals. La anécdota, muy simple, que pasó a ser el argumento del filme, aparece escuetamente narrada en el libro. Ese episodio es un hecho real; se concentra en el personaje del conde de Casa Bayona, que reunió un Jueves Santo a doce esclavos, les lavó los pies y los invitó a cenar; era esa la forma de tranquilizar su conciencia.
Durante la cena, el conde trata de convencer a los esclavos de que deben aceptar el dolor con resignación porque así fue dispuesto por Dios. Cuando al otro día nadie acude a trabajar, el mayoral desata la represión y el conde se quita la máscara; comienza una rebelión que será brutalmente aniquilada. Los doce esclavos que se sentaron a la mesa del señor tendrán un castigo ejemplar: son perseguidos y decapitados. Solo uno conseguirá escapar.
La cena que el conde ofrece a sus esclavos no pretende ser una despedida sino más bien todo lo contrario, una reafirmación ritual de su condición de amo y, al mismo tiempo, un intento desesperado por resolver la contradicción entre sus intereses materiales y espirituales. En dos palabras: el conde quiere seguir disfrutando de sus privilegios, pero con la conciencia limpia. […]
La secuencia de la cena constituye el núcleo estructural del filme y es en ella donde se presentan los esclavos como personajes, no como simple masa cuya presencia sirve de fondo a una acción principal. Allí se revela la personalidad particular y muy específica de algunos esclavos entre los que interpretan momentáneamente el papel de apóstoles. Se trata de cuestionar la imagen tan tergiversada y prejuiciada que del esclavo construyó la cultura del opresor, y también de revelar en toda su complejidad los disímiles y contradictorios aspectos de su personalidad, provocados por su situación de sojuzgamiento social: su espíritu supersticioso y al mismo tiempo realista, su mezcla de confianza y credulidad…
Para rescatar esa imagen de los esclavos fue necesario llevar a cabo un trabajo riguroso. Era preciso excitar la imaginación y al mismo tiempo evitar que se desbordara. El hecho es que no podíamos apoyarnos en documentos de primera mano sobre el mundo de los esclavos sencillamente porque no existen. Ese mundo siempre ha sido visto desde afuera. […]
“La última cena” recoge la experiencia de “Una pelea cubana contra los demonios”, experiencia que no fue del todo afortunada. Pienso que la confrontación con el público es lo que determina, en última instancia, el carácter y significación de una obra, independientemente de sus buenos propósitos. De ahí el esfuerzo por expresarme en “La última cena” con un lenguaje todo lo diáfano y sencillo que permiten la complejidad y la densidad del tema tratado, y de ahí esa evidente distancia que la separa —en lo que al tratamiento del tema se refiere— de “Una pelea…”.
La conversación que se produce durante la cena dura unos cincuenta minutos. Revela toda la hipocresía inconsciente del conde. También muestra cómo el espíritu religioso de cualquier tipo de ideología puede ser manipulado para servir a los intereses más materiales del hombre. Las ideas más altruistas pueden ser mal utilizadas para hacer al mayor daño posible. Este hombre sinceramente religioso está movido por una sensación real de caridad, pero cuando se encuentra atrapado en una crisis seria no reacciona como un verdadero católico, sino como un vicioso explotador de hombres.
Cada parte de la película, lo mismo que cada movimiento de una soata orgánicamente construida, tiene no solo un tempo característico, sino también un color particular que funciona como tónica dentro de una gama determinada y que debe ser consecuente con las necesidades expresivas que plantea el tema mismo a todo lo largo de su desarrollo. Ese fue el criterio que sirvió como punto de partida para la realización del trabajo fotográfico. Claro que este se desarrolló en toda su complejidad más allá de esta simple idea. […]
“«La última cena» es una película metafórica basada en acontecimientos reales, narrados a modo de parábola. Aborda el hecho de cómo puede ser manipulada una ideología que representa valores éticos —la ideología cristiana, por ejemplo—. Todas las ideologías religiosas y políticas representan valores morales, éticos, pero una ideología puede ser distorsionada desde el momento en que empieza a volverse contra sí misma. Es lo que ocurre en La última cena con la religión católica y con los principios del catolicismo”.