Texto homenaje para Fernando Pino Solanas
Una imagen dantesca se nos revela, desde el primer instante, que se desabotona el filme documental. Es la suma de cortas secuencias resueltas a vuelo de pájaro. Claves de un símbolo que nos anuda los sentidos y nos ubica, a manera de prólogo, en las postrimerías de los itinerarios poblados de múltiples simbologías.
La cámara documenta sin artilugios cromáticos como inertes máquinas de potentes brazos, que apenas sin descanso rasuran con desprecio las llagas de la tierra. Los sonidos revelan la pulcritud y la indecencia de un eco-genocidio como signo de ramificaciones continuas, dispuestas para quebrar el curso natural de árboles nacidos para fecundar la vida.
Miles de hectáreas de plantaciones son desterradas de su natural habitad. Todo para “construir” un suelo etéreo, uniforme, aplanado. Una horizontal mampara de inconfesables dimensiones, dispuesta a quebrar esenciales anclajes de curtidos suelos y ancestrales historias.
Comienza el Viaje a los pueblos fumigados. Se desata la ruta de Fernando Pino Solanas por la nación argentina. Es la sustantiva mirada de un cineasta y su equipo de realización, que fotografía las fauces ramificadas de los agrotóxicos.
El encuadre de la puesta fílmica hace crónica de los efectos desbastadores de esta “fiesta”. La cámara se nos revela desde planos terrenales, donde el hombre es protagonista de la sustracción de lo desbastado.
Las huellas son claras. Campos anegados con arboles quebrados, ramas descoloridas envueltas en tupidas hojas de diversos calibres y formas. Son parte de esa escena anticipada en el prólogo del filme, puesto en otra dimensión, en otra curva fotográfica donde la lente es garante de la verdad.
La aguda voz de Pino Solanas, narrador de esta, su última entrega fílmica, anticipa las trazas de una retórica que jerarquiza los hechos. La devastación es la palabra enunciada de este segmento inicial, resuelto como crónica periodística.
Se produce un punto de giro, un alto en el camino de ese viaje anunciado. La palabra cobra dimensión y jerarquía. Es la argumentación compartida, destronada por la llana retórica de probada fuerza. Son los anaqueles de portentosas voces del testimonio, puestos en cuidados planos en los altares del documental.
Es la solución fílmica pensada para correr el velo de los ejes de una narrativa que discurre entre la denuncia y la urgencia de una reflexión. Se apunta hacia la sensibilidad y el pensamiento absorto, enajenado, taciturno. Son diálogos quebrados, posicionados en forma de retratos ambulantes de campesinos, herederos de ancestrales tradiciones.
Los sonidos de las palabras les dan corporeidad a sus alegatos, la virtud de una cámara viril secunda el discurso de esos actores de tránsito. Son hombres convocados para edificar memoria y testimonio. Pinos Solanas pone en el vórtice del filme una clave de esta no ficción: las comunidades agrarias son fumigadas como si fueran plantas endógenas.
El paisaje de estas poblaciones es rasgado y agreste, la pobreza es la puesta de cada encuadre superpuesto. El narrador documental acompaña el emplazamiento fotográfico como traza de solidaridad y compromiso. Se trata, por tanto, de poner en primer plano las huellas de productos tóxicos que quiebran la esperanza de una vida digna.
Los subrayados de una carretera fotografiada se repiten. La desolación de los campos es pasto de planos generales devenidos en travelling de ocasión, de llano apunte terrenal. Viaje a los pueblos fumigados nos va sumando nuevos signos de una verdad mutilada por las punzas del silencio.
Son las brumas que edifican los mass medias, cómplices del lento envenenamiento protagonizado por las industrias del “bienestar y el desarrollo”. Los símbolos son poderosos cuando se construyen desde la emocionalidad y el llano retrato de los hechos, convertidos en preguntas no resueltas. La virtud está esbozada en este filme como parte de sus logrados acentos.
Entonces se produce el texto fílmico. Pino Solanas nos edifica un libro documental. Cada una de sus partes son portentosos capítulos de un ensayo medular de palabras e imágenes. Todas y cada una de ellas, puestas desde la dimensión de construir un sentido, una gramática audiovisual. Una no ficción certera, enardecida, de icónicas meditaciones, trabajadas tras ocho minutos de una introducción, donde parecía que “todo estaba dicho”.
El testimonio vuelve a ser cauce de una verdad habitada en los aposentos del silencio. La voz autorizada de la ciencia es legitimada en el discurso del filme. Ecoagricultores edifican la alarma ante el extensionismo del cultivo de la soja que mora en buena parte de la nación argentina.
Es la configuración de un escenario que aplasta y anula la existencia y la diversidad de otros cultivos. Se impone la “filosofía” del monocultivo que destruye los ecosistemas, como parte de la “lógica” de esta normatividad agrícola, la que cercena el desarrollo orgánico de la naturaleza en nombre de la rentabilidad.
Frente a prodigiosos diálogos se nos deja ver las emigraciones de grupos de animales que formaron parte de un ecosistema. El signo: la destrucción de hábitats.
El filme apela a la entrevista de contundentes fracciones y agudas retóricas, como parte sustancial de una narrativa audiovisual que construye baldas argumentales de probadas sentencias, ancladas en los cimientos de legitimados puntos de vista.
Es la simpleza de la complejidad. El extensionismo de la soja que anula la existencia del arsenal agrícola de una nación rica en tradiciones culturales. La cámara fotografía clonados campos y destraba lo que transita en el subsuelo de las argumentaciones: la obra de la multinacional estadounidense Monsanto y su producto “estrella”, el glifosato. Sus trampas están ancladas. Esta es la base sobre la que Pino Solanas pone los pliegos de su ensayo fílmico.
El cineasta interroga, discrimina, jerarquiza, recompone una artillería de ideas compartidas que se despliegan en los cimientos del filme. Es la aguda narrativa que genera inquietud, zozobra y, sobre todo, preguntas que serán resueltas en los posteriores capítulos de este viaje. La palabra es el centro dramático del filme, dispuesto para ser socializado en los recónditos parajes de las muchas urgencias que laceran nuestro planeta.
Fernando E. Solanas no se desprende del road movie, es el otro vital recurso narrativo de su ensayo documental. Se empeña, tras sucesivas rutas indagadoras, en identificar y posicionar argumentos, en jerarquizar palabras anuladas, en socializar testimonios.
Son las soluciones cinematográficas de un gran puzle, que se incorporan gradualmente a las baldas ideoestéticas de una pieza de autor. Con este filme Pino Solanas nos confirma la verticalidad de su filmografía, la de un cineasta reconocido por el compromiso con el ejercicio de la verdad y la transparencia de los hechos. Un intelectual anclado a la historia. Los excluidos han sido el centro de sus artes cinematográficas.
En otra parte de este ensayo, Viaje a los pueblos fumigados se enrola en el discurso del contrapunteo, en la retórica de los antónimos. El realizador posiciona en los nuevos metrajes del filme escenas dispares, de renovadas soluciones cinematográficas: la involución de los cultivos tradicionales frente a la incultura extensionista que impone el monocultivo.
Nuevamente el testimonio se torna parte protagónica de esta pieza esencial, narrada para desmontar los laberintos de un proceso signado por las trampas de las multinacionales y las complicidades de los gobernantes de turno. Son los “líderes” que anularon las encumbradas tradiciones agrícolas de la cultura argentina para responder a las apetencias foráneas del buen postor que fabrica corruptos locales.
Los campos fotografiados revelan una sustantiva performatividad. Como nichos ocultos afloran los restos de arboles talados que aun persisten, como islas secas de anillados maquillajes. Son unos pocos, anclados en los campos de los cultivos de soja, encerrados en los cotos del silencio y la ignorancia. La semiótica de esta yuxtaposición delata el horror calculado y esquivo de prácticas erigidas para cimentar los desarrollismos agrarios de la “modernidad”.
Lo simbólico no es solo terreno de lo rural en esta entrega de altos valores cinematográficos. Las brasas de la sociología son también protagónicas en el filme. Poblaciones que vivían en estas comunidades agrícolas torcieron hacia el abandono de historias, tradiciones y encuentros culturales. La dramaturgia del documental lo enmienda con imágenes de las ruinas de lo que fueron las escuelas de los chicos y las comunidades, hoy troceadas por la hierba y las grietas de paredes inhabitadas.
Familias enteras pernoctan en algún otro lugar de la Argentina, desgarradas de las raíces donde crecieron y de las que se alimentaron cultural y espiritualmente. Se repite la formula migratoria que estimula las fluctuaciones sociales, donde se impone el capital frente a los estamentos de la cultura en cada nación. La economía afina sus recetas descolonizadoras, fragmentado las sociedades, las regiones, los tiempos.
El gran Pino Solanas fotografía la otra pata de la soja argentina. Retrata el complejo industrial del procesado de la semilla convertida en aceite y su destino final, los puertos de mares. Todo un entramado de maquinarias que constituyen “el gran complejo del desarrollo económico” que hoy está tomado por el capital privado, cuyas ganancias van a parar a los clásicos de siempre. Sus ingresos son depositados en volátiles cuentas opacas de bancos, dispuestos a cubrir las “ligerezas” de estos emprendedores de cuello blanco.
Dispares encuadres de ángulos cromáticos y la narración del cineasta son puentes de diálogos para la comprensión coral de este capítulo que transversaliza a la sociedad argentina, pues el cultivo de la soja constituye uno de los “puntales” del economicismo de la nación suramericana.
La cámara de este filme documental no deja de rutar. Más que un viaje físico es una ruta temática, un abanico de posibilidades e interrogantes que se van complementado en la evolución de esta pieza de agudas texturas narrativas. Los agrotóxicos se tornan eje de otras historias excusadas en las trampas de la tierra. El testimonio se vuelca nuevamente como eje y portal de transiciones y entronques fílmicos. ¿Contienen agrotóxicos las verduras en la Argentina?
El cineasta documental Pino Solanas se convierte en un “animal de laboratorio” ¿La excusa? Saber si su sangre contiene componentes nocivos. Se construye una suerte de compás de espera. El tiempo fílmico transcurre y una experta de la ciencia agrícola se explaya contundente.
El Parkinson y Alzheimer están asociados a los plaguicidas. El glifosato provoca cáncer. Genera también malformaciones en los fetos ¿Están bien asentadas estas sentencias en los mass media?
“Todos lo saben y no es una fábula siniestra. Se siguen fumigando con veneno los campos y los pueblos rurales. Se fumigan todos los cultivos y cereales. Arroz, tabaco, uva, frutas. Se usan venenos prohibidos como el endosulfan, el paratión y el tal fosfuro de aluminio (causante de la muerte de camioneros) para combatir el gorgojo en silos y transportes. Miles de horticultores, chacareros y tractoristas sin trajes de protección fumigan y respiran venenos en los silos, molinos y viveros donde trabajan”, sentencia el cineasta Pino Solanas.
Lo simbólico no deja de ser parte de las soluciones narrativas de esta medular pieza. Un entrecruzado de avionetas agrícolas significa la “obra” de estos esperpentos aéreos que despliegan sus eses en comunidades y escuelas.
Los pobladores, también los niños, son víctimas de actos que superan el término irresponsabilidad. Las huellas de estos químicos son puestos en las pantallas del filme como parte del Viaje de Pino Solanas.
El doctor Andrés Carrasco, del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas de Argentina, ante una cámara reveladora desgrana las preguntas, también las respuestas, que se imponen asentar en cada metro del filme.
Es parte de la obvia justificación argumental. Sus palabras son duros mazazos que golpean las brechas del silencio. “El glifosato produce malformaciones en los embriones, desaparece un ojo, produce ciclopes. También genera achicamiento de la cabeza y afecta toda la estructura craneal”, apunta el certero investigador.
Científicos argentinos de otras regiones argumentan sobre las secuelas que producen los agrotóxicos regados en proporciones gigantes en muchas provincias de la nación sudamericana: cáncer y problemas respiratorios. Es parte de la ruta indagatoria del filme documental que explora las huellas de los pueblos fumigados.
Don Pino Solanas no se contenta con el testimonio a pie de calle y la certera argumentación de un renombrado científico. Sus andares lo llevan a la facultad de Medicina de la ciudad de Rosario donde se han realizado estudios de campo, liderados por el doctor Damian Bercenasi, quien ha coordinado la Red de pueblos fumigados en varias regiones de este país.
El dialogo interpersonal fluye, claramente se jerarquiza, adquiere connotaciones de agudas lecturas. Lo visual resulta ejemplar huella de la contundencia. Un recorrido por una suerte de “galería” científica asienta menudos fetos en “peceras”, sumergidos en formol.
Son cuadros líquidos que desgarran, espantan y estremecen. Se avistan cuerpos rajados, deformes, inquietantes, víctimas de los agrotóxicos esparcidos, cual si nada, en las zonas rurales de una nación donde apremia un cambio de modelo agrícola.
El hipertiroidismo es también, parte de las muchas otras huellas que dejan estos líquidos “virtuosos”, identificados en veintinueve localidades objeto de estudio de estos científicos de vocación social. El movimiento ambientalista argentino es capítulo fecundo de la entrega fílmica, huella de conciencia social.
El cierre del filme destraba propuestas responsables con la ecología y el desarrollo agrícola. Resulta el epílogo simbólico de este fin del viaje, donde el horror se fecunda con la luz de otras alternativas, despreciadas por los intereses del capital masificador y extractivista.
Viaje a los pueblos fumigados fue la última entrega del cineasta Fernando Pino Solanas, autor de antológicas piezas. La hora de los hornos (1968); Tango: el exilio de Gardel (1985); Memoria del saqueo (2004); La dignidad de los nadies (2005); Argentina latente (2007); La próxima estación (2008). Son estas algunas de sus trascendentales piezas documentales, patrimonio de Nuestra América.
Viaje a los pueblos fumigados es el cierre virtuoso de un artista que nos legó una descomunal filmografía, comprometida con la denuncia de los desmanes de la sociedad global, trazadas por la aritmética del capitalismo sistémico.
(Tomado de Cuba en Resumen)
Ficha Técnica
Dirección, guion y producción: Fernando E. Solanas
Dirección de Fotografía: Nicolás Sulcic, Fernando E. Solanas
Editor: Juan Carlos Macías, Alberto Ponce, Nicolás Sulcic, Fernando E. Solanas
Música Original: Mauro Lázzaro
Diseño de sonido: Tomás Bauer
Productora: Cinesur, S.A.
Género: Documental
Duración: 97 minutos
País: Argentina
Año: 2018