Che fotógrafo es una exposición ambiciosa; lo es porque, a decir del subtítulo de la muestra, propone miradas a “un artista llamado Ernesto Guevara”. Se trata de una figura más conocida como médico, guerrillero, dirigente político, mártir o héroe, si bien sabemos que desde niño amó la instrucción y cultivó la lectura y la escritura. De ahí también sus dotes de periodista e ideólogo revolucionario. Ahora, este conjunto de imágenes lo consagra como artista del lente.
Conformada por 277 fotografías de los fondos del Centro de Estudios Che Guevara y auspiciada por el Consejo Nacional de las Artes Plásticas y el Ministerio de Cultura, Che fotógrafo es más que un intento por apropiarse del referente simbólico guevariano, sino la exhibición de fotografías tomadas por el Che entre inicios de los años 50 y un año antes de su muerte.
La exposición inicia un recorrido por el país desde el centro de Cuba, exactamente desde el Centro Provincial de Artes Visuales de Santa Clara, ciudad que alberga los restos del Guerrillero Heroico y de sus compañeros de lucha, lo cual aporta valores adicionales a la propuesta. Debemos partir de la premisa de que esta faceta de fotógrafo —quizás la menos conocida— es innata en el héroe: están fundidos en el Che el revolucionario y el ser espiritual, la dimensión humana y la sensibilidad estética. Esta última nace de una experiencia personal que la expo recoge desde sus iniciales autorretratos y las fotos de correrías y viajes por Latinoamérica. Allí están las esencias culturales cuyo hallazgo le serviría para reencontrarse con la condición tercermundista defendida por él hasta sus últimos días. Los “glamurosos” 50 son aprehendidos por el Che desde la otra cara, desde otra investidura muy lejana a los prototipos de la gran industria mediática, en una documentación de calado sociológico —e incluso antropológico— del hombre americano.
A ese primer gran bloque expositivo, en el que destacan los autorretratos, la fotografía documental, el paisaje y hermosas fotos de interés arqueológico y cultural, le sigue un amplio segmento consagrado al simbólico año 1959, muy prolijo en la producción fotográfica del Che y que funciona como parteaguas en el recorrido. Estamos al borde de los 60, en el clima de la Revolución triunfante, y pese a sus altas responsabilidades en la dirigencia revolucionaria y las misiones diplomáticas en las más variopintas geografías, Ernesto Guevara nunca olvidó la fotografía. De hecho, captó en sus tomas documentales bellos paisajes de las más disímiles y distantes geografías. El Che continuaba siendo un trotamundos sin remedio en busca de una imagen; un guerrillero con cámara en mano o, si lo preferimos, un hombre universal y un artista globlal.
Un primer apartado dedicado a la Cuba de 1959 refleja la apreciación guevariana respecto a ese nuevo sujeto que se gestaba; el héroe colectivo, la masa anónima en la inicial construcción del socialismo.
Un pequeño lobby con instantáneas de países del bloque socialista da paso al último capítulo expositivo de Che fotógrafo: “Cuba en los 60”, años plenos de ansias de fundación, modernidad, utopía, y de la concepción de hombre nuevo. Al ver las imágenes del desarrollo industrial captadas por quien siempre estuvo cerca de las esferas vinculadas a la producción y se destacó por un pensamiento coherente en ese sentido, nos parece estar frente a todo un ideario, frente a un fragmento de su clásico ensayo El socialismo y el hombre en Cuba, escrito por el Che al calor de esa década apasionada. En el cierre del recorrido se unen, además, su incursión en la llamada fotografía épica del líder y la masa, hermanándose a lo que por ese tiempo hacían otros grandes fotógrafos cubanos de formación fotorreportera; así como el regreso, a manera de colofón expositivo, al espacio íntimo mediante sus últimos autorretratos e imágenes de la vida familiar.
La muestra está acompañada por una selección audiovisual de testimonios y entrevistas en torno a la figura del Che, el hombre y el mito. La fotografía, en calidad de arte, manifiesta una relación del sujeto con su entorno que, ya sea asumido como crónica de la realidad o desde una visión más cálida, es capaz de funcionar como otro nivel de escritura, en este caso una autobiografía visual.
De eso se trata, de extender la dimensión de quien devino símbolo mundial, de quien nos ofrece aquí su condición de artista del lente en un recuento del hombre y su época con su particular punto de vista. Che fotógrafo es la suma de todo ello: la suma del revolucionario, del inconforme, del artista sensible.