Pocas puestas en escena han tenido la repercusión mediática que ha caracterizado cada temporada de presentaciones, en la sala Trianón, de la célebre pieza Las amargas lágrimas de Petra von Kant, estrenada en el año 2008 por el grupo de teatro El Público, y que en cada una de sus representaciones provoca frenesí entre los espectadores que pugnan por encontrar una butaca.
Carlos Díaz, fundador y director artístico y general de esa compañía, decidió reabrir con esta obra el céntrico coliseo de Línea y A, en el Vedado capitalino, cerrado durante varios meses debido al aislamiento social decretado por la presencia en Cuba de la Covid-19—. Una vez más, la concurrencia pugnó por conseguir una butaca, ahora dispuestas de manera tal que eviten la cercanía física entre los espectadores, para evitar un posible contagio de la pandemia.
El experimentado poeta, dramaturgo, investigador, crítico y ensayista, Norge Espinosa, tuvo a su cargo la versión de esta pieza, escrita para las tablas por el director de cine, teatro y televisión alemán Rainer Werner Fassbinder (Bad Wörishofen, 1945-Múnich, 1982), quien la dirigió en una multi-premiada película (Die Bitteren tränen der Petra von Kant) estrenada en el año 1972.
La dramaturgia de Espinosa, ajustada al provocativo estilo de Díaz y El Público, convierte a este melodrama en una conmovedora, y a la vez divertida, reflexión crítica en torno a la discriminación sexual y la diversidad de géneros, en tanto insta al juicio sobre sentimientos y emociones humanas derivados de la incomprensión, la soledad, el miedo y el amor en un mundo donde la pérdida de valores, el interés y la desidia ganan cada vez mayor espacio entre la sociedad contemporánea.
En cada una de sus vueltas al Trianón, Las amargas lágrimas… se exhibe con renovados matices escénicos. Esta vez, el más significativo, fue la sorpresiva y coherente alternancia interpretativa del personaje de Petra von Kant (Fernando Hechevarría, Yailene Sierra y Enmanuel Galbán) dentro de la misma puesta, luego de que cada uno de estos artistas demostrara su solidez actoral en anteriores representaciones; táctica igualmente adjudicada a los personajes de Karin Thimm (Edgar A. Valle y Daysi Forcade), la sensual y oportunista muchacha, quien es la causa principal del conflicto; y el de Sidonie von Grasenabb (Claudia Tomás y Roberto Fomero), la glamorosa y sensual amiga de la protagonista.
La trama del original de Fassbinder se ubica en el Bremen —ciudad del noroeste de Alemania—, de los años 70, donde Petra, una mujer desequilibrada que ya ha sobrepasado los seductores años de la juventud y se ha convertido en una triunfante diseñadora de modas, está sumergida en disimiles trances personales, fundamentalmente derivados de la inseguridad y el desamor con que es correspondida por Karin, quien la ama a su manera.
En Las amargas lágrimas… se evidencia la manera sui generis y vanguardista de Carlos Díaz —Premio Nacional de Teatro 2015—, al concebir sus representaciones no como fidedignos discursos del original llevados a las tablas, sino como espectáculos performáticos, conformados sobre la base de la experiencia aprehendida durante más de 30 años como director artístico, en la que cada obra atrapa al espectador con nuevos y mayores retos expresivos, evidenciados en la pluralidad reflexiva, las simulaciones, el travestismo, los desnudos bien justificados y el hecho de concebir el teatro como una extraordinaria y atrevida vía de comunicación —con tonos cinematográficos— que insta a la meditación sobre múltiples situaciones inherentes al hombre, desde su perspectiva como individuo social y sus múltiples tormentos existenciales.
Sin pretender reubicar esta puesta en Cuba, y mucho menos en su contemporaneidad, el imaginario del excelente binomio Díaz-Espinosa deja deslizar matices, poses, frases y giros que acentúan nuestra idiosincrasia, con refinadas y precisas salpicaduras humorísticas, como determinadas alusiones al uso del nasobuco y el distanciamiento entre personas para evitar el contagio de la pandemia, otro de los aportes vistos en esta etapa de reposiciones de la célebre pieza de Fassbinder, fallecido en tiempos de su fecunda carrera artística, a la edad de 37 años, y autor de relevantes títulos del séptimo arte, como El matrimonio de María Braun o Lili Marleen.
La majestuosidad interpretativa del consagrado actor Fernando Hechevarría, quien asumió su estreno hace doce años, se suma al inobjetable desempeño del resto del elenco —once sobre el escenario—, entre los que sobresale Yanier Palmero (Marlen), quien se desdobla de manera sorprendente —muchos espectadores descubren, al final de la función, que se trata de un hombre—, sin diálogos, a través de sus desplazamientos, gestos y la incorporación de una difícil psicología como factótum o asistente sumisa —casi esclavizada— de la von Kant, quien finalmente, en un extraño y repentino momento de lucidez y luego de una breve llamada telefónica de Karin, experimenta un rotundo cambio y decide olvidarse de esta última e intenta encontrar en la obediente criada la compañía amorosa que tanto anhela. Pero se enfrenta a una realidad diferente…
No menos brillantes son los desempeños de Alicia Hechevarría (Gabriela) y Clara de la Caridad González (Valeria), quienes asumen las figuras de la hija y la madre, respectivamente, con acertado dominio del diseño de sus personalidades; en tanto el carismático joven Rey Oro (Pierre) atrae —también sin diálogos— con sus desplazamientos sobre la pasarela que conduce al escenario para representar el recuerdo de quien fuera el esposo de la angustiada protagonista de esta historia.
Sin dudas, la rigurosa —casi escolástica— labor de Carlos Díaz en la dirección de un elenco de altos quilates propicia que cada representación escénica asumida por El Público trascienda por la incuestionable entrega de los actores, quienes convincentemente asumen sus papeles en concordancia con los presupuestos estéticos de este creador escénico que los conduce a interiorizar y vivir intensamente los personajes de cada puesta en escena. Implacable requerimiento que identifica a esta compañía desde su surgimiento en el año 1992, con la memorable Trilogía de teatro norteamericano (El zoo de cristal y Un tranvía llamado Deseo, de Tennessee Williams, y Té y simpatía, de Robert Anderson).
Para Díaz, su objetivo esencial es trabajar “dondequiera que haya un sentimiento, una historia, un buen actor o un actor que se exprese sobre el escenario…”. Y el conjunto de toda su producción teatral ha sido fiel a esa premisa.
Asimismo, no puede dejar de subrayarse el diseño escenográfico a cargo de Roberto Ramos, quien logra crear un enigmático y simbólico ambiente que acentúa la trama de la puesta. Una cama enorme en medio del escenario —a cada lado de este, como en el teatro arena, parte del público—, es el centro de atención de la obra, pues en torno a este lecho mayoritariamente transcurre el argumento; el cual igualmente se apoya en los maniquíes y otros objetos de utilería, así como en el diseño de los vestuarios (Vladimir Cuenca), exuberantes y tentadores, en correspondencia con cada una de las características de los personajes; amén del trabajo con las luces, asumido por el experimentado maestro Carlos Repilado.
La música, más bien sugerente y dispuesta alrededor de 30 minutos antes de comenzar la función con el fin de ambientar y predisponer la psicología de los espectadores, consta de una atractiva selección de algunos de los boleros clásicos del pentagrama insular, sobre todo enfatizados con las excitadas interpretaciones de la casi olvidada vocalista Marta Estrada, entre ellas sus memorables Abrázame fuerte y Días como hoy, que bien se ajustan a la dramaturgia de Las amargas lágrimas…, una pieza escrita por Fassbinder para ser interpretada solo por mujeres y que Díaz, con su habitual estilo, resalta esos roles entre hombres travestidos, féminas, y varones, estableciendo un rejuego entre estos, al alternar sus papeles.