Escoger sinónimos para evitar repeticiones no es sustituir palabras más o menos al azar. La sinonimia requiere discriminaciones, y los términos no se deben desechar ni acoger mecánicamente. Otro artículo recordó que la necesidad de distinguir entre el bien y el mal no la debe solapar el descrédito con que siglos de injusticia han maculado el verbo discriminar y el sustantivo discriminación.
Ejemplos rotundos de la necesidad de seleccionar con acierto lo ofrecen secuaz y seguidor: guardan parentesco entre sí, pero cada quien se cuidará de elegir cuándo emplea uno de esos vocablos, y cuándo el otro. Sea real o imaginada, es célebre la anécdota de la impredecible cantante que, en medio de una de sus actuaciones, dio la bienvenida desde el escenario a un alto dirigente “y sus secuaces”.
No siempre son intercambiables, digamos, revertir y resarcir, y amontonar sinónimos para expresar una misma idea puede dar pie a juntar, como supuestos equivalentes, diálogo y diatriba; ni hay por qué convertir hilaridad —vocablo que no han faltado quienes confundan con ilación— en hilarancia. Pero “maravillas” tales, y algunas de las anteriores, han sonado en espacios de gran audiencia.
Fines y contextos, y las convenientes buenas maneras, pueden sugerir qué palabra usar. Es probable que alguien con buena educación y adecuado conocimiento del idioma le diga al médico: “Doctor, estoy sufriendo un molesto prurito en el ano”, y que, entre personas de confianza y en ámbito familiar, se valga de términos más coloquiales para referirse al mal que lo hace sufrir.
No todo museo es identificable como pinacoteca. Este último vocablo da nombre a una colección de pintura, que puede llenar todo un museo u ocupar solamente parte de uno que atesore contenidos varios. En el segundo caso llamarlo pinacoteca encarna una alteración del significado, un falseamiento frente al cual será preferible repetir museo. En Venezuela —donde por primera vez, va para cuarenta años, el articulista oyó escogencia como nombre de la acción de escoger— se habla de “simulacro electoral” para lo que vale aspirar a que en Cuba siga usándose ensayo o ejercicio, no simulacro.
En días de pandemia pueden requerir atención los usos lexicales vinculados con la salud. “Fiel del lenguaje” ha tratado algunos casos: uno, que negativo y positivo deberían aplicarse a los resultados de pruebas de laboratorio, no a las personas analizadas; otro, que covid-19 y sarscov-2 son los nombres (femenino) de una enfermedad y (masculino) de un virus. Pero profesionales de la información, y hasta de las ciencias —incluida la medicina—, insisten en incorrecciones como el covid-19 y la sarscov-2, que son como decir el tuberculosis y la bacilo de Koch.
Si de personas que al ser valoradas las beneficia una suerte generosa se dice que tienen buena prensa, otro tanto cabría decir de algunas palabras, como cruzada. Goza de la aureola de acciones bélicas edulcoradas con el símbolo de la cruz, para que se tuvieran como defensa de valores del espíritu, no como guerras libradas por intereses materiales. Se discute sobre la posibilidad de que al menos en alguna de ellas se usara el escalofriante reclutamiento que dio origen al nombre de Cruzada de los Niños.
El éxito del edulcoramiento de esas contiendas se ha manifestado no solo en quienes profesan credos que se vieron representados en ellas, sino en personas que no los tienen o suponen no tenerlos. Así se habla de cruzadas de amor, y a una plausible labor en pos del disfrute del teatro en Cuba se le llama Cruzada Teatral.
El idioma es un organismo vivo, y cambia, pero es necesario cuidarlo para no propiciar falseamientos de conceptos ni confusiones. La instrucción debe servir para preservarlo, no para convertirlo en manto lleno de rajaduras y remiendos mal hechos. La Real Academia Española, tan severa o remisa frente a tendencias justicieras como el lenguaje inclusivo —que no merece ser objeto de abuso, ni proscrito, como si fuera un crimen, con una “encíclica claustral”—, a veces puede resultar demasiado tolerante.
Quizás lo sea, sobre todo, con tendencias más peninsulares que de todo el ámbito del idioma. Mientras en Cuba, por ejemplo, se daba la batalla para que se tuviera en cuenta la diferencia de significados entre los vocablos inadvertido y desapercibido, la vetusta institución acabó aceptándolos como sinónimos. Pero eso no basta para que quienes estén convencidos de las diferencias que los separan acepten resignadamente la sinonimia.
Quienes se empeñaban en defender que la expresión período de tiempo era pleonástica, como cuchara para comer comida, ahora tienen en su contra que el pleonasmo se coló en los registros de la Academia, como ha pasado en el mundo con medio ambiente. No se debe descartar que se naturalice un dislate en expansión: plausible —adjetivo que significa “merece aplauso”— como sinónimo de posible.
Otras voces que se usan como equivalentes estrictos sin serlo de veras son deleznable —cualidad de lo que, asociable a lo resbaladizo, remite a lo que, por quebradizo o inseguro, puede tener escaso valor material— y detestable, que apunta al plano moral directamente. Hay maravillas frágiles, como la vida, especialmente en edades infantiles, y horrores con alto poder de resistencia.
Ejemplo de lo segundo es la opresión que individuos, clases sociales y países con poder para ello imponen a los “débiles”. De significar “muy temible” y “excesivamente grande”, formidable pasó a sentirse como igual que magnífico —de la familia de magno—, y se le dio connotación de elogio. Con ese significado no sería que José Martí lo aplicó a los Estados Unidos, “vecino formidable”, monstruo agresivo y codicioso.
El afán de no empobrecer el lenguaje es plausible, pero no es lo mismo una información televisual masiva que un ensayo académico, ni una intervención en el CDR que una ponencia en un foro científico. Si en una rutina de la televisión el locutor o periodista adopta ademanes de seriedad y se apea con términos como ergo y dizque —este último, al parecer, como arcaísmo de lujo, no en el sentido coloquial centroamericano de murmuración—, puede mostrar más afectación que cultura bien asumida. Sobre todo si, además, usa como despectivo el vocablo pléyade, que desde sus orígenes mitológicos indica grandeza.
Ni la naturalidad es pobreza, ni la supuesta grandilocuencia es siempre un acierto.
Ilustración: Ary Vincech