Tuvo el poder de adueñarse de la luz. La tomó con los pinceles y la dejó para la eternidad en los lienzos. Tejados, balaustres de madera o hierro… nacieron gracias a un don natural. Y es que Oscar Fernández Morera captó como pocos el espíritu de la villa. Tanto así, que su ciudad, nacida al borde del río Yayabo, transpira en cada obra poesía hecha color.
“En las primeras cinco décadas de la etapa republicana son dos figuras que distinguen las artes plásticas del territorio: el paisajista urbano, Oscar y, el paisajista rural, Esteban Domenech. Ambos también cultivabanel retrato y naturaleza muerta porque formaban parte de los modelos de creación de San Alejandro”, confesó el doctor en Ciencias del Arte Luis Rey Yero a la serie televisiva Sancti Spíritus no podía ser una ciudad más.
Sentado en el balcón que brota hacia la calle Céspedes, desde la casona hoy convertida en galería de arte con su nombre, reflejó el aliento de la urbe. Rompió con la forma de hacer de su contexto histórico. Sus bodegones y retratos lo delatan. Coquetea con desenfado al proponernos creaciones atrevidas para entonces por sus colores y técnicas pictóricas.
Esquivo de las influencias europeas que marcaban el ritmo de la época, se mantiene vivo en muchas de las generaciones de artistas espirituanos. Cada uno de sus sucesores en el panorama artístico ha sabido reconocer su estilo propio capaz de trascender entre tantas corrientes y formas de hacer.
Herencia
El linaje artístico llegó desde la cuna el 31 de octubre de 1880. Nació justo en la casona de 100 puertas, muy cerca del río que tantos suspiros pictóricos le robó.
Su padre, Jacinto Fernández Morera, administrador entonces de las propiedades de los dueños de dicho inmueble, le mostró desde los primeros años la mayor de las riquezas: los valores culturales.
Fue testigo de las largas jornadas de su tutor como escritor y crítico. Pasiones que acompañaban a sus negocios y que lograron su punto máximo al fundar en 1907 la revista artística y literaria Hero. Allí, su hermano Anastasio le mostró sus narraciones no solo a Cuba, sino a diferentes regiones del mundo; una certera guía familiar que escoltada por los retratos realizados por pintores españoles que colgaban en la suntuosa vivienda lo condujo a materializar su vocación: pintar.
Autodidacta. Víctima de una guerra devastadora que puso en tierra a toda la isla. Testigo de algunos de los sucesos intelectuales de la época. Consumidor empedernido de lo mejor de la cultura que movía la vida de la urbe. Eterno aprendiz, Oscar Fernández Morera bebió de todo un poco para forjar su propio sello.
Su estética transita por naturalezas muertas, paisajes rurales y urbanos, hasta ilustraciones para libros, revistas y escenografías teatrales para los que se valió de creyones, óleos, pasteles, acuarelas y plumillas.
Caballete perenne
Al mudarse la inquieta familia para la construcción, ubicada en el corazón del bulevar donde hoy se muestran a los mejores exponentes de las artes plásticas espirituanas, se desató un volcán creativo.
La revista Hero le dio la vuelta al mundo. Oscar pintó a todas horas. Se gestaron en sus salones varias exposiciones colectivas y promocionó a otros creadores.
En esa misma residencia, donde se mantuvo hasta su muerte el 5 de enero de 1946, se conservan cerca de 200 obras de sus más de 1 000 contabilizadas: retratos, dibujos, bodegones, esbozos, retocados… Allí dialogan, convergen con quienes en la actualidad regalan a los diversos públicos sus creaciones, algunas más convencionales, otras transgresoras.
Es ese el mejor de los homenajes a tanta entrega desde el caballete, en aquellas jornadas sin horas, sentado en el pequeño balcón que mira a la calle Céspedes y desde donde supo cronicar el Sancti Spíritus que crecía frente a sus ojos.
(Tomado de Escambray)