Enhebró sus primeros versos bajo la sombra del parque de Guayos. Sembró allí sus primeras amistades y amores. Descubrió el sentido de los colores y las palabras. Demasiado mundo emergió ante los ojos de Fayad Jamís, por lo que bautizó al bucólico poblado como su cuna.
“Realizaba los clichés para el cine y me ganaba el dinero dibujando las envolturas de mazos de tabaco. Una mañana leí en un periódico sobre la convocatoria para ingresar en la escuela de artes plásticas San Alejandro y decidí matricular en ella. El 4 de octubre de 1949 partí de mi querido Guayos hacia la capital”, contó en una ocasión al periodista Orlando Castellanos.
Su familia plantó raíces en el poblado esparcido a un lado y otro de la Carretera Central, bajo la mirada de la torre de hierro del otrora ingenio, luego de trotar por otras comunidades del país. Habían llegado desde México en 1936.
“Recuerdo como si fuera hoy cuando la maestra de Geografía nos anunció la llegada de un nuevo alumno. Al verlo era muy evidente que procedía de otra nacionalidad. No conversaba mucho, pero se detenía a observar todo. Demostraba mucha sensibilidad y se interesaba por los temas de la cultura”, rememoró la espirituana Rosa Castañeda en un radio-documental gestado en Radio Sancti Spíritus.
La motivación por la cultura provocó que el hijo de mexicana y padre de ascendencia libanesa moldeara sus trazos en San Alejandro. Y aunque no pudo terminar sus estudios por la inestabilidad de aquel contexto, logró erigirse como uno de los integrantes del célebre Grupo de los Once.
Agotado por las incomprensiones y la situación política y económica que atravesaba la isla, en 1954 viajó a París, donde residió durante cinco años. Pero ni Europa ni su estancia en México como diplomático hicieron que Fayad olvidara a Cuba y a su pequeño terruño en el centro del país. En ese rinconcito quedaron familiares, amigos y gran parte de su vida.
Consecuente con la energía que brotaba desde sus más puras esencias pintó, escribió, diseñó, editó, tradujo, dirigió la plana cultural de la publicación cubana El combate y del suplemento dominical del periódico Hoy.
Tras su regreso a Cuba luego del triunfo de la Revolución, se le vio con sistematicidad atravesar medio país para respirar el aire descubierto en su niñez. Sin previo aviso, llegaba cada vez que podía vestido con guayabera de mangas largas. Visitaba siempre el taller de artes plásticas, dirigido por Mario Félix Bernal, y dedicaba muchas horas a conversar, taza de café de por medio, sobre el quehacer cultural con los intelectuales Tomás Álvarez de los Ríos y Crucelia Hernández.
Regreso a la semilla
La vida a veces resulta injusta. Quizá el Moro, como también lo bautizaron por sus rasgos físicos, lo sintió en carne propia. Le regaló al mundo unos versos que punzan: Tanta crueldad, frío y tanto miedo./ Eres un loco de mirada triste/ que solo sabe amar con todo el pecho,/ fabricar papalotes y poemas y otras patrañas/ que se lleva el viento.
Fayad murió en 1988, aún joven y vital. Mas, las personas cercanas no se conformaron con que descansara en La Habana, lejos del sitio que tanto amor le regaló.
“Supe del anhelo de Fayad de ser enterrado en Guayos luego de leer varias misivas entre él y Tomás, además de una entrevista publicada en Juventud Rebelde en el año 2003, donde los escritores Adys Cupull y Froilán González hicieron referencia al tema. Con el permiso de su familia me di a la tarea de traer los restos hasta aquí”, alegó a los medios de prensa en el 2014 la espirituana Damaris Rodríguez Ramos, quien no descansó hasta encontrar sus restos en el cementerio de Colón.
Apoyada en la sapiencia del historiador e investigador matancero Ercilio Vento Canosa, espeleólogo y especialista de Segundo Grado en Medicina Legal, quien escudriñó en varias bóvedas, se comprobó que uno de los restos encontrados pertenecía a Fayad.
Tras un arduo proceso de comprobación y solicitar los permisos necesarios, el Mexicano, otro de sus tantos sobrenombres, retornó a Guayos para siempre en noviembre del 2014. Seguro que siguió la ruta de su Brújula, creación que allí marcó pasajes de su niñez y primera juventud.
Se recuerda la jornada con mucha añoranza. En el parque donde tantas veces se le vio caminar y hoy permanece en forma de busto, esculpido por Julio Neira, Esbértido Rosendi Cancio compartió con los presentes varias anécdotas del Vagabundo del alba. Lo honraron sus amigos, familiares e intelectuales como Alpidio Alonso, actual ministro de Cultura, y Edel Morales.
Allí, sus versos premonitorios: Que no me falte nunca, ni un día, tu mirada,/ que no se apague en mí/ el azul de esta llama.
(Tomado de Escambray)