Siempre se pensó que solo los seres humanos podían sentir pena por el dolor ajeno, o experimentar duelo al recordar a los seres queridos que fallecen, pero ahora sabemos que no es así.
Muchas especies animales se abrazan y consuelan con diferentes gestos después de la pérdida de un ser cercano, por tanto, como los humanos, también experimentan el dolor de la muerte ajena y otras emociones relacionadas con esta situación.
Los procesos mentales que impulsan a los animales a cuidar y compadecerse de sus compañeros tienen como base la capacidad para verse a sí mismos dentro de la piel de otros; y esto, a su vez, depende de los sistemas de neuronas espejo.
Según los psicólogos, en los seres humanos dichas virtudes brotan de manera espontánea poco después de alcanzar el año de edad. La solidaridad no es solo humana y no depende solo de la buena o mala educación.
Ciencias como la neurobiología, la biología y la etología, han demostrado que, aunque los cerebros se vean muy desarrollados o muy primitivos, la capacidad de sentir dolor, y otras emociones, las compartimos con otros vertebrados.
El dolor es una experiencia sensitiva y emocional desagradable, que puede dañar a un organismo. Pero también tiene un aspecto evolutivo muy importante, pues permite a los individuos y a los grupos alejarse de situaciones de peligro y provoca una respuesta que permite a los organismos conservar la vida.
El sufrimiento que es dolor emocional, fue un sentimiento que por mucho tiempo se le negó a los animales. Cuando estos no están lesionados, no están enfermos, no tienen predadores cerca y tienen alimento, pero están confinados y no pueden desarrollar un comportamiento normal, se comienzan a presentar condiciones de sufrimiento. El sufrimiento puede darse por procedimientos invasivos, pero también por situaciones restrictivas, es decir, por un dolor psicológico.
Cuando las condiciones de opresión no cesan, el sufrimiento de los animales puede llegar a ser tan severo que se convierte en un estado de depresión y pueden terminar con una condición conocida como pérdida de la esperanza, que es cuando los animales ya no quieren vivir, dejan de luchar por su vida y se dan por vencidos.
En el reino animal, existen algunas especies más emocionales y empáticas que otras, y es en la observación de la vida de estas cuando encontramos más sobre sus emociones, afectos y sus lutos respecto a la muerte. He aquí algunos ejemplos.
Entre los primates, las muestras de empatía se hacen más delicadas y profundas. En un grupo de macacos rhesus vivía una hembra joven con un serio retraso mental congénito, y los adultos le permitían toda suerte de tropiezos, incluso el lujo de amenazar impunemente al macho alfa. Otro ejemplo lo dio una tropa de macacos japoneses, en el que nació una hembra sin manos ni pies, no podía trepar, ni apenas andar; pero sus congéneres la mimaron tan bien, que llegó a tener sexo con otros machos, y nada menos que cinco hijos.
Un caso de sútil empatía concierne a un chimpancé bonobo que llegó a un zoológico con un padecimiento del corazón; la enfermedad lo mantenía débil y desorientado, como si hubiera sido un viejito. Sus compañeros no tardaron en comprender su situación, y lo llevaban de la mano como un anciano, a todas partes.
En más de una ocasión en los zoológicos algún chimpancé ha resbalado accidentalmente hacia el foso con agua, y en su ayuda ha acudido un congénere que, en el empeño, hasta ha perdido su propia vida.
El chimpancé al igual que el Gorila, no sabe nadar. Cuando muere un miembro del grupo, los chimpancés muestran durante días una cualidad no muy común en su naturaleza; el silencio, una especie de tributo o de estado de ánimo compartido por la muerte de un compañero.
Otro ejemplo. Cuando se coloca una rata en una jaula y se le ofrece alimento cada vez que presiona una palanca, el roedor engorda a ojos vista, pero si a su lado ponemos otra jaula con otra rata, y se prepara el segundo receptáculo para que el animal sufra una descarga eléctrica cada vez que la primera rata solicita alimento, esta dejará de comer por completo: se supone que no soporta ver a su vecina sufrir.
Este experimento también ha sido llevado a cabo con monos, con el mismo resultado: el proveedor de víveres pasa hambre durante días, con tal de no presenciar la agonía del vecino.
Por otra parte, los elefantes vuelven sistemáticamente al lugar donde yacen los restos de sus muertos, aunque hayan pasado meses o años. Además, han probado llorar, enterrar o cubrir a sus muertos, sufrir depresión, y hasta perder el apetito luego de una muerte cercana.
De acuerdo con un reporte, en el desierto de Kalahari, durante la estación seca, cuando el agua escasea y los animales se disputan el acceso a sus fuentes, los compañeros de un viejo elefante macho caído, lo velaron durante siete días, pero las causas de esta conducta aún permanecen sin resolver.
Quizás el mito más famoso acerca de la conducta de los elefantes y sus muertos sea el del famoso cementerio de elefantes, ubicado en África. La leyenda surgió a partir del hecho de que los esqueletos de elefantes se encuentran frecuentemente en grupos, cerca de fuentes de agua. Los elefantes con algún tipo de desnutrición buscan instintivamente este tipo de fuente acuosa, esperando que el líquido les permita mejorar sus condiciones.
Aquellos animales que no lo consiguen muestran niveles cada vez más bajos de azúcar en la sangre, y terminan muriendo cuando aún se encuentran en las proximidades del agua y de las osamentas de otros elefantes.