“He tenido una idea maravillosa, me voy a España, a la Revolución Española. Allá en Cuba se dice, por el canto popular jubiloso: «no te mueras sin ir antes a España». Y yo me voy a España ahora […] La idea hizo explosión en mi cerebro, y desde entonces está incendiando el gran bosque de mi imaginación. […] Desde entonces el gran bosque de mi imaginación […] está incendiado y el resplandor glorioso ilumina hasta los remotos confines de mi vida, hasta los tres horizontes, de ayer, de hoy y de mañana.”
Así el periodista cubano Pablo de la Torriente manifiesta su decisión de partir a España a la Guerra Civil… Cuenta Víctor Casaus, el poeta cubano, investigador y director del Centro Pablo de la Torriente Brau en La Habana, que el joven intelectual toma esa decisión al participar en una manifestación en favor del Frente Popular en Union Square, el 31 de julio de 1936. Estaba exiliado en Estados Unidos, tenía 35 años y una carrera profesional luminosa.
Pablo de la Torriente Brau llegó a la Guerra Civil Española, en septiembre de 1936 después de reunir cada centavo para su traslado y obtener la corresponsalía de la revista norteamericana New Masses y el diario mexicano El Machete. Su primera crónica fue «Des avions pour l’Espagne!», del 10 de septiembre y cuenta la solidaridad hacia la República, que encontró a su paso por Bruselas y París.
Refiere Víctor Casaus que es fascinante acompañar a Pablo en su recorrido por tierra española a partir de sus crónicas, que confirman su máxima: «mis ojos se han hecho para ver las cosas extraordinarias. Y mi maquinita para contarlas. Y eso es todo». Y en medio de un escenario lleno de pasión y vida, Pablo decía: «Yo asisto a la vida, con el hambre y la emoción con que voy al cine (…) «Y ahora Madrid es todo él un cine épico».
Las crónicas de Pablo desde Madrid narran vívidamente las angustias y conmociones de la ciudad asediada, relata sus experiencias en Somosierra, donde los milicianos detuvieron el avance franquista sobre la capital con aquella consigna de « ¡No pasarán!». Y Pablo contó también la historia de Lolita Máiquez, la miliciana muerta de diecisiete años y la dimensión humana inmensa de sus vivencias.
“Me acosté a cielo abierto, porque no había más espacio en las pocas chabolas que aún se habían hecho. Había una clara luna remota, de menguante. Y las estrellas, mis viejas amigas del cielo del presidio. Tanto tiempo sin verlas. De pronto me entró una duda. ¿Era Casiopea la constelación que brillaba sobre mi cabeza? El cuerpo me temblaba por el frío, como si fuera un flan. ¿Tendré yo miedo –pensé– que no me acuerdo bien de lo que sé? Me acordé de Cuba, de Teté Casuso, de mis perros y de mis árboles en Punta Brava. Yo me dije: a lo mejor, en la guerra, cuando uno tiene un recuerdo es porque se tiene miedo. Pero no estaba convencido.”
A finales de noviembre de 1936 Pablo de la Torriente cuenta su encuentro con el poeta español Miguel Hernández y fascinados hacen planes para trabajar juntos. Describe Pablo: “Descubrí un poeta en el batallón, Miguel Hernández, un muchacho considerado como uno de los mejores poetas españoles, que estaba en el cuerpo de zapadores. Lo nombré jefe del Departamento de Cultura, y estuvimos trabajando en los planes para publicar el periódico de la brigada y la creación de uno o dos periódicos murales, así como la organización de la biblioteca y el reparto de la prensa. Además planeamos algunos actos de distracción y cultura.” El cubano ya era el Comisario Político.
Días después de esa historia narrada, Miguel Hernández leía en el cementerio madrileño de Chamartín de la Rosa, junto al cuerpo muerte/ vida de Pablo, la Elegía segunda, escrita por él, al periodista cubano caído en Majadahonda:
“Me quedaré en España, compañero/ me dijiste con gesto enamorado./ Y al fin sin tu edificio tronante de guerrero/ en la hierba de España te has quedado.
Pablo, el periodista cubano de la Guerra Civil española, contó la lucha, las batallas y el amor con la objetividad de la justicia.
(Ilustración: Aldo Cruces).