LAS CARABINAS DE POCHO

Sobre lectores y lecturas

No sé si el lector sabrá quién es Francisco Javier Balmaseda, pero fue su nombre el que me vino a la mente cuando, a propósito de mi última Carabina, me puse a reflexionar sobre la crisis del libro y la lectura. Balmaseda era un personaje polifacético, un agrónomo aficionado a la literatura y la pedagogía, autor de Los confinados de Fernando Poo… –dramático testimonio sobre la represión colonialista—y de Fábulas morales, un libro de lectura para niños que llegó a tener unas veinte ediciones en vida del autor. En aquella época –la primera edición de las Fábulas es de 1858—los vientos de la Ilustración soplaban con fuerza sobre ciertos sectores de la población urbana del país. “La lectura adquiere todos los días nuevos prosélitos –afirmaba Balmaseda en un artículo publicado en El Liceo de La Habana–, y éste es sin duda uno de los más gloriosos triunfos de la civilización.” Imposible suponer que se estuviera refiriendo a la lectura de libros en una sociedad esclavista donde el índice de analfabetismo, aun entre la población libre,  alcanzaba cifras astronómicas. Pero hay que reconocer que, en sus delirios, el hombre no se limitaba a opinar; en 1864 pasó de las palabras a los hechos fundando una biblioteca pública en Remedios, su villa natal… (no había recibido aún el título de ciudad). Por cierto, Calcagno precisa que mientras duró la guerra, el edificio de la biblioteca, confiscado, se utilizó como sede del Casino Español.

Balmaseda insiste en elogiar la capacidad transformadora de la lectura, tanto en el plano intelectual como social, afirmando que quien no lee “es un necio digno de compasión.” Uno deduce que, para él, hay dos tipos de lecturas: las recreativas o desinteresadas y las informativas o utilitarias, estas últimas destinadas a ampliar y consolidar la formación profesional del lector. En ellas el médico encuentra el consejo de “los sabios patólogos de todos los tiempos y de todas las naciones”; el magistrado, “las doctrinas de los grandes jurisconsultos”; el agricultor, “las prácticas más propias para que la tierra rinda mayores productos”; el artista, inspiración y reglas […]; y unos y otros, en fin, el soplo benefactor “de todas las ciencias y de todas las artes, desde Newton, que sorprendió los secretos de la naturaleza, hasta el simple autor de un tratado de economía rural”.

Que haya tantos posibles intereses de lectura plantea un desafío que nos atañe directamente a los críticos literarios. Sabemos que la lectura como entretenimiento es un lujo gratuito que no requiere demasiado esfuerzo, pero si el pasatiempo se convierte en tarea –es decir, si no se trata de leer un texto, sino de estudiarlo— la cosa cambia. Cuando el profesor Salvador Redonet, de la Universidad de La Habana, decidió enseñar a sus alumnos a analizar y juzgar las obras literarias –cuentos y novelas, en este caso–, empezó por preparar un compendio que sirviera de manual…, y el manualito  llegó a tener 671 páginas.

En la relación texto-lectura, la más radical de las hipótesis que conozco es la que postula una identificación total entre ambos afirmando que uno rehace lo que lee: va filtrándolo, asimilándolo, reescribiéndolo todo, línea por línea, hasta que uno mismo acaba confundiéndose con el autor. Hoy, cuando ya se han escrito centenares de páginas sobre la Teoría de la Recepción y se habla con toda naturalidad de nuevas estrategias narrativas –inventar citas o incurrir a sabiendas en anacronismos, por ejemplo…–, ¿quién se atrevería a descartar sin más tan fascinantes propuestas? ¿A quién se le ocurriría negar que Borges tuvo un instante de suprema lucidez cuando le atribuyó la autoría de capítulos enteros del Quijote a un tal Menard? (Publicada en el Boletín del Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau).

Ilustración: Ary Vincench.

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Ambrosio Fornet
Ambrosio Fornet (Veguitas de Bayamo, 1932), ensayista, crítico literario y editor. El autor de Cine, literatura y sociedad (1982); Alea, una retrospectiva crítica (1987); El libro en Cuba (1994); Las máscaras del tiempo (1995); Carpentier o la ética de la escritura (2006); Las trampas del oficio (2007) y Narrar la nación (2009). También de los guiones para los filmes Retrato de Teresa (1979) y Mambí (1998). Es miembro de la Academia Cubana de la Lengua y ha sido merecedor del Premio Nacional de Edición (2000) y del Premio Nacional de Literatura (2009).

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