En marzo, cuando la covid-19 fue realidad en la Isla, incidido por la enfermedad el entramado mediático nacional sufrió una gran reconfiguración. A través del teletrabajo, las redacciones se multiplicaron hacia los hogares de muchos de nuestros profesionales; otros, conformaron los equipos, reducidos al máximo de lo permisible, que continúo laborando en las salas de prensa tradicionales.
Más de doscientos colegas han reportado desde la línea roja la batalla contra el enemigo sin rostro. En sus voces llegó la esperanza con los primeros curados, y también la solidaridad, cuando en el mar de incertidumbres el país lanzó un salvavidas de certezas a los tripulantes del crucero Braemar.
Algunos de nuestros estudiantes de Periodismo se crecieron igualmente, se fueron a los centros de aislamiento a dejar la piel y cada pizca de energía. En algún momento sus agotadoras rutinas de voluntariado o postergando las poquísimas horas de sueño, desmenuzaron el día a día de esas instalaciones en conmovedoras crónicas.
Casi al borde de la punta descendente de la madre de todas las curvas, aquella que presagiaba futuros y diversos escenarios de la enfermedad en el país, se pudo respirar con un aprobado. Los protocolos sanitarios, asumidos como nuevos abecé de la profesión, permitieron sortear la acechanza del nuevo coronavirus con un gran margen de éxito. ¡Y hubo sustos en el quehacer reporteril! Sustos – individuales y colectivos- que no pasaron del sobresalto. Los PCR marcaron el tanto al favor de la vida y el signo negativo fue la plegaria común escuchada.
Sin embargo, aunque contados con los dedos de una mano -literalmente-, el gremio no estuvo exento de casos positivos en aquel entonces. Colegas que se contagiaron en escenarios fuera de los riesgos de reportar desde la primera línea. Colegas que pusieron al gremio en vilo y sumaron tristezas al conteo diario de casos, pues los números y estadísticas representan a personas que sufren, que, incluso, pueden llegar a morir.
Luego, el esperanzador cero casos del 19 de julio fue rematado por los demoledores 93 contagiados del parte del Ministerio de Salud Pública del 9 de agosto. Era evidente, el rebrote había llegado antes de lo esperado. Entre fases y desfasamientos, el país quedó dividido en varias realidades epidemiológicas, y la capital se convirtió en el territorio más azotado por la enfermad.
Ese agosto llegó también para recordar, de la manera más dura, que la prensa es vulnerable: dos focos de transmisión en el Instituto Cubano de Radio y Televisión (ICRT), con epicentros en el Sistema Informativo de la Televisión Cubana y Radio Taíno, y datos actualizados hasta el 2 de septiembre, han contagiado, al menos, a 23 de sus trabajadores.
La reubicación de las emisoras de radio y de los estudios de grabación de programas televisivos, la reducción del personal en la institución y la realización de pruebas de PCR a más de 1000 reporteros, editores, locutores, grupos operativos y personal de servicio han sido algunas de las medidas tomadas, señaló a Cubaperiodistas Guillermo Pavón, vicepresidente del ICRT.
Por lo pronto, mientras unos se recuperan o teletrabajan; otros han asumido, lejos de sus hogares – debido a protocolos sanitarios-, las transmisiones de los espacios informativos radiales y televisivos. Ellos, y los colegas del resto de los medios nacionales y provinciales, saben que junto a la pandemia circula una infodemia igual dañina. Su misión es contrarrestarla, poniendo al habla a los expertos, despejando las dudas con ciencia, contando historias que inspiren, y asumiendo que en este nueva realidad impuesta por la COVID-19 son igual de resilientes.