PERIODISMO CIENTÍFICO

Racismo y sexismo: ¿Realidades biológicas o malinterpretaciones de la realidad?

El color de la piel y otros rasgos “raciales” en los humanos, solo constituyen variaciones genéticas entre poblaciones de diferente origen geográfico que se expresan en el fenotipo, que, dado por los genes y el ambiente, se conforma a partir de todos los aspectos morfológicos, fisiológicos y conductuales de un individuo. Estos fueron -o aún son- adaptaciones de los humanos surgidas en el curso de su evolución al migrar a diferentes continentes.

Al nivel fenotípico, el racismo no se sostiene, pues lo que importa o define a todas las especies es su genoma: la información genética completa que la caracteriza y que se trasmite a la próxima generación. Así, fenotipo no siempre es igual a genoma.

Sin ningún fundamento científico -o como seudociencia-, basado en intereses sociales, políticos, económicos y culturales, y para justificar la explotación del grupo “superior por el “inferior”, se dice que A (un grupo humano con ciertas características fenotípicas) es diferente de B, para transformarlo en A, mejor o superior a B. Pero la realidad biológica dice que A es igual a B.

En los humanos ha existido un alto mestizaje desde la prehistoria hasta la actualidad. Por ejemplo, durante toda la historia europea sus pueblos se mezclaron con otros de origen asiático. También los afroamericanos de Estados Unidos tienen entre un 26 y un 30 por ciento de genes procedentes de antepasados europeos o amerindios.

En este sentido, la autovaloración del fenotipo racial casi siempre dista mucho del genotipo dado por su ADN. Con esta apreciación coinciden los resultados de un estudio realizado en Brasil. Las personas entrevistadas estimaron que tenían un 63.1 por ciento de africano y un 17 por ciento de europeo, mientras que sus ADNs indicaron un 40,9 por ciento de genes africanos y un 51,7 por ciento europeos.

Hoy se acepta que para que una raza sea reconocida como tal, debe de existir como mínimo, un 25% de diferenciación genética. En los humanos, dos grupos supuestamente diferenciados como razas, solo difieren genéticamente en un 0,01 por ciento.

De acuerdos con expertos, las razas humanas son variaciones menores de una misma biología básica. El concepto de raza está basado en construcciones de la mente humana, más que en la realidad biológica; es, sobre todo un derivado social e histórico. La colaboración entre las ciencias sociales y la genética es necesaria para entender de manera completa la complejidad del problema racial.

Por otra parte, el término sexismo se refiere básicamente a la creencia de que los varones son mentalmente superiores a las mujeres, cuya función principal sería la maternidad. Este supuesto estaba firmemente enraizado en la mente de los hombres europeos del siglo XIX, como lo ilustra lo que en esa época Darwin planteó al respecto: “Los varones son más corajudos, agresivos y enérgicos que las mujeres y tienen un genio más inventivo. La principal distinción en las facultades intelectuales de los dos sexos, es que los varones alcanzan metas más altas en cualquier actividad, que las mujeres, lo cual requiere pensamiento profundo, razonamiento e imaginación, o meramente el uso de los sentidos y las manos”.

Tales criterios aún persisten en algunas mentes masculinas, desconociendo que entran en contradicción con los resultados de los estudios neurofisiolígicos más actuales, acerca de las habilidades mentales de hombres y mujeres.

El neurólogo y psiquiatra español Nolasc Acarin, plantea que durante millones de años, entre animales y homínidos se ha repetido la forma de selección sexual (selección natural pero diferente en función del sexo): “los machos más aptos en la competencia por la pareja y las hembras más listas para escoger pareja son los de mayor éxito reproductivo”.

Así se perpetuaban los genes que influyen en dichas conductas, moldeado nuestro cerebro y las diferencias necesarias entre los dos sexos, a fin de tener la mejor eficacia reproductiva.

En un larguísimo periodo de nuestra existencia primitiva, predominó la división de labor por sexos (hombres cazadores y mujeres recolectoras y criadoras) con función complementaria y adaptativa para el individuo y el grupo.

Ello dio tiempo suficiente a la selección sexual, para diferenciar en promedio a dichos sexos en cuanto a ciertos aspectos de su anatomía, fisiología y conducta (dimorfismo sexual en caracteres sexuales secundarios).

Los escasos milenios de vida civilizada (y los menos aun de vida tecnológica), no han podido borrar estas concepciones, aunque ahora puede que ya no desempeñen su función adaptativa original.

Todo esto consistente con el hecho de que nuestra especie, en su etapa primitiva, fue medianamente poliginia (un hombre con varias mujeres), con efectos de la selección intrasexual entre machos, más intensa que entre hembras.

Nadie ha demostrado que, por las particularidades anatómicas de su cerebro, la mujer en comparación con el varón sea incapaz de la excelencia en física, ingeniería o matemática. En relación a la selección sexual, entre los cerebros de varones y mujeres no se supone que exista dimorfismo sexual para los centros relacionados con el sexo.

La elección recíproca en ambos sexos humanos, para caracteres físicos y mentales, a través del cortejo de los varones y la elección de las mujeres, hicieron que se fijaran en nuestro genoma, genes de preferencias y deseos específicos y formas de pensar creativas, ingeniosas e inteligentes, que nos conducirían a la amabilidad y la honestidad en el amor. Pero, !ambos sexos son iguales en capacidades mentales y  diferentes por selección sexual en anatomía, fisiología y conducta en relación al sexo!

(Imagen tomada de Biorigenes)

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Vicente Berovides Alvarez
Profesor Emérito de la Universidad de La Habana.

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