Por estos días de cálido agosto los barbaros soldados israelíes arremeten, una vez más, contra el sagrado pueblo palestino. Los medios alternativos circulan las imágenes de otra ofensiva, revelándonos sus esencias. En paralelo, los tradicionales medios “informan minuto a minuto”, desprovistos de humanidad, de pasión, de lealtad a los hechos.
Una vez más, las practicas del genocidio se desatan en tierras de hombres y mujeres nobles, que han resistido, y resisten por décadas, la ocupación del estado sionista.
La humanidad es responsable de esta inaceptable realidad. El silencio cómplice de muchos, de los que son parte de la solución, el “desconocimiento de estos hechos” por otra buena parte de los habitantes de este planeta, la equidistante palabrería de los políticos occidentales, todos ellos, conforman una ecuación que contribuye a dilatar la barbarie de una nación sumida en el dolor, anclada en el horizonte de un futuro incierto.
Pero no todo es pasto de hediondo forraje con vestidura hueca. La dignidad, el compromiso y la solidaridad también existen en este convulso mundo.
Tal es el caso de los cineastas españoles Carles Bover y Julio Pérez, autores del documental Gaza(2017), una pieza profunda, medular, sustantiva que cala a fondo los más herméticos sentidos y nos golpea las manos, las insulsas rutinas, descorchando nuestra fragilidad ante el horror.
Nos enfrentaremos a un filme que fotografía, desde la síntesis, el desamparo de ciudadanos palestinos víctimas de la furia de morteros, proyectiles y bombas, que cercenan anónimas vidas inocentes, de civiles empeñados en agarrarse a la vida, ese derecho que nos asiste a todos.
La narración de esta no ficción evoluciona como una crónica horizontal, apegada al magisterio de una fotografía indagadora, cómplice, que cautiva y compromete, que revela y enciende.
Son pocos los testimonios que habitan en esta pieza fílmica, forman parte del discurso autoral, genuinamente cinematográfico, que entronca con la realidad, con los hechos que son la esencia discursiva que encumbra sus trampas artísticas.
La emocionalidad no es burdo gancho, resulta un recurso imprescindible, totalmente justificado ante los hechos. Ella nos siembra memoria, reflexiones, apuntes que nos abrazan como un pliego dejado en la cien de nuestras vidas.
La fotografía persiste como línea de crónica dura. Cadáveres de niños envueltos en humildes ropajes son parte de las grietas de este documental. Existen en esta entrega desde una narración que aspira, y lo logra, a destronar los metrajes de nuestras rutas en descansados andares, ajenos a estos cercos del horror. Son vidas mutiladas, ángeles sin nombre con destino trunco.
El encuadre nos lo presentan con rigor escénico y atisban tupidas interrogantes. ¿Qué justifica tamaño genocidio? ¿En nombre de quién o quienes se desencadenan tales actos? ¿Dónde está la humanidad que baila con los hilos de la historia?
Las ruinas de edificios aniquilados, los escombros que mutilan las calles, los boquetes de metrallas que se exhiben como huellas interminables, son expresión de lo grotesco, de lo criminal de estas prácticas. Están allí, dispuestos como parte de una arqueología de la irracionalidad y el odio.
En una escala singular de la narrativa de Gaza, se nos muestran corpóreos a otros niños que son parte de este drama. Sufren a la par que los adultos nutridas embestidas de las que no entienden nada.
Sus rostros son patinas de miedo, de dolor vertido. Nos llevan a los cimientos de lo que alguna vez fue su hogar, o nos enseñan su polvoriento espacio para el recreo, musicalizado por el zumbido de balas que avisan que podrá ocurrir un ataque mayor: letal, demoledor, “ejemplarizante”.
El hospital de Al-Wafa Nuevo resguarda las vidas de los que se “salvaron” de las bombas inteligentes diseñadas para aniquilar “tropas enemigas” que son pintadas por los burdos mass medias como “terroristas”, anulando todo derecho a defender tres palabras que son principios: soberanía, patria, dignidad.
El drama es parte de sus pliegues, en este recinto de vida un niño de poco más de dos años desata sus ojos en el vacío. Le duele el cuerpo y grita con fuerza contenida descorchando una expresión despavorida.
Las manos de los galenos le trasmiten consuelo, pero no basta. El dolor persiste y el llanto es protagonista de un espacio pulcro, sanador, que arropa a los que escaparon de los latigazos de cañones desatados.
Carles Bover y Julio Pérez han construido con esta magistral pieza un texto que deberá volar en los estratos de las redes sociales, en los espacios de exhibición pública, en las tertulias de casas pintadas para la ocasión.
Somos parte de una sociedad global atomizada, desprovista de contextos, de causas posibles, de historias anuladas. Esta entrega fílmica contribuye, con altura, a tributar los vacíos de este perenne genocidio, pues edifica zonas de verdad desmoronando la ceguera ante el horror.
¿Cuánta poesía es posible moldear en un texto cinematográfico? ¿De cuantas metáforas nos podemos apropiar para encender los trazos del camino inverso? Todas estas y muchas otras trampas narrativas son ejemplares núcleos dramáticos en Gaza.
Bienaventurados los que lleguen a verla desprovistos de la nada, arropados por el todo.
Ficha técnica
Título: Gaza
Año: 2017
Duración: 20 minutos
Género: Cortometraje documental.
Dirección y producción ejecutiva: Carles Bover y Julio Pérez
Guión: Carles Bover
Música: Pere Campaner
Producción: Cecilia Sánchez y Raquel Doblado
Productora: El Retorno Producciones
País de Producción: España