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Que no nos arrebaten las banderas

Una de las tragedias de las cuales la izquierda mundial no parece haber sabido o podido librarse, es que le arrebaten banderas con cuya defensa está medularmente responsabilizada. No son consignas, sino metas básicas para la dignificación de la humanidad.

La derecha —que las viola de modo sistemático— las enarbola propagandísticamente para que no prosperen en la realidad. Ha sucedido con ideales tan relevantes como la democracia, los derechos humanos y la libertad de expresión.

Además de tener gran poderío material y mediático, y sobrado cinismo, las fuerzas ultrarreaccionarias son hábiles en manipular requerimientos fundamentales de la especie, y fingirse sus garantes. Se ha visto a nivel planetario y en ámbitos menores.

Cuando era evidente que en Cuba debían cerrarse las fronteras para que en su territorio no se expandiese la actual pandemia, no solo se pronunciaron por esa medida personas sinceramente interesadas en el bienestar del pueblo. Se agitaron otras deseosas de que, cuando el país hiciera lo necesario, pareciera que actuaba presionado por la contrarrevolución. Pero el país hizo lo que debía hacer.

Hasta circularon mensajes que pedían enviar a la dirección del Estado cartas con el ruego de que se interrumpiera el curso escolar, “para proteger la vida de nuestros hijitos”. Habría mensajes de buena fe, y otros escritos como si Cuba no estuviera dispuesta a hacer, al igual que en otras circunstancias, un trabajo que podría parecer imposible en medio del bloqueo aplicado contra ella por el imperio, con apoyo de la chillería contrarrevolucionaria y apátrida.

Ellos siempre buscarán aprovecharlo todo, hasta la campaña por el cuidado de los animales, a la que no querrá ser ajena la conciencia revolucionaria. En ese frente, y en otros signados por la virtud, sería fatídico que el proyecto cubano limitara sus pasos para no parecer que complace a la contrarrevolución, la que disfrutaría tal parálisis, pero no se le hará ese regalo.

No ha faltado quien haya querido prohibir en el área de sus prerrogativas editoriales el vocablo feminismo, tildándolo en general de invención maligna dirigida a minar la unidad revolucionaria. La interdicción naufragó —hubo quienes contribuyeron a que así fuera—, pero ¿se habrán ahogado los prejuicios y temores vinculados con ella? Bien hace Granma al prestarle clara atención al feminismo, como en su “Minidiccionario (para el mundo de hoy), sección a cargo de Víctor Fowler.

Que haya una Federación de Mujeres Cubanas responde a un hecho: pese a los grandes esfuerzos de la Revolución por alcanzarla, y lo mucho logrado en ese empeño, la emancipación de la mujer —que no es minoría, sino alrededor de la mitad del pueblo—, no se ha conseguido plenamente. Si alguien creyera que la palabra feminismo expresa una hipertrofia unilateral indeseable, vea los probados excesos del machismo, que no es solo un vocablo, sino un hecho que favorece al género que representa.

A propósito del racismo —cuya perversidad se expresa hasta en su nombre, que eterniza una falacia: la existencia de razas en la humanidad— Graziella Pogolotti ha pedido que todas las personas exorcicemos el pequeño (y acaso no tan pequeño) racista que llevemos dentro. Vale igualmente reclamar otro tanto con respecto a la dosis de machismo que tengamos, quizás no tan menuda.

Que por prejuicios contra un color o contra un género, o cualquier otro, a una persona, una sola que sea, se le prive de sus legítimos derechos, ya la humanidad está disminuida. Si alguien no es consciente de ello, será porque la disminución le ha calado muy hondo.

No vale esperar a que todo lo resuelva la justicia lograda con la lucha de clases. Ese día puede estar lejos, demasiado lejos, y un ser humano befado o asesinado es un crimen que se debe denunciar, combatir y condenar. Cuba seguirá condenándolo.

El deber lo multiplica la cifra de víctimas. Y el crimen crecería si quienes deben repudiarlo vacilaran, o creyeran que el repudio debe ser cauteloso, “prudente”, de modo que no les dé a las voces contrarrevolucionarias sustento para su labor de zapa.

Contra los crímenes urge que se pronuncien y luchen todas las personas que tengan vocación de justicia, no solo las víctimas. Bregar contra lo injusto no es deber exclusivo de un género y de un color, que a menudo, además, se mezclan. Es una misión humana.

Las voces revolucionarias tienen la misión de desenmascarar a sus adversarios, sin dar asidero para que ellos ejerzan el morbo de fabricar injurias. Es cierto que de todas maneras las fabrican, pero aún más lo harán si se les da materia prima, pretextos.

Quienes integren las filas de la Revolución deben además proponerse librarlas de invertir tiempo y energía en rectificar —¡ni hablar de justificarlos!– errores que ellas no merecen cargar en su seno.

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Luis Toledo Sande
Escritor, investigador y periodista cubano. Doctor en Ciencias Filológicas por la Universidad de La Habana. Autor de varios libros de distintos géneros. Ha ejercido la docencia universitaria y ha sido director del Centro de Estudios Martianos y subdirector de la revista Casa de las Américas. En la diplomacia se ha desempeñado como consejero cultural de la Embajada de Cuba en España. Entre otros reconocimientos ha recibido la Distinción Por la Cultura Nacional y el Premio de la Crítica de Ciencias Sociales, este último por su libro Cesto de llamas. Biografía de José Martí. (Velasco, Holguín, 1950).

One thought on “Que no nos arrebaten las banderas

  1. Muchas gracias por el acertado y tan necesario mensaje, suscribo sus dos últimos párrafos:
    “Las voces revolucionarias tienen la misión de desenmascarar a sus adversarios, sin dar asidero para que ellos ejerzan el morbo de fabricar injurias. Es cierto que de todas maneras las fabrican, pero aún más lo harán si se les da materia prima, pretextos.”
    “Quienes integren las filas de la Revolución deben además proponerse librarlas de invertir tiempo y energía en rectificar —¡ni hablar de justificarlos!– errores que ellas no merecen cargar en su seno.”

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