Leí periódicos como si noticias propias fueran, cambié el tono de la voz para parecer otro mientras informaba encerrado en el cuarto e, incluso, jugué a narrar historias en “composiciones de la Primaria” sobre “las vacaciones y yo”, género de románticos o un catálogo de locuras. Era el naciente gusanillo de querer salir en estas páginas, de anotar un propósito en un papel o en un archivo de Word.
Lejos de formular así las dudas, quería entender cómo podían ser “los invasores” capaces de localizar rápidamente el dato significativo y recubrirlo de discurso, cómo hacían las distancias más pequeñas mediante las palabras, y cómo comprendían a las personas para llegar a ellas y que ellas les llegaran.
Aun con la familia algo en contra, porque los beneficios económicos iban a ser inferiores a los de otras carreras, no me contuve. Y hoy, sin hacer el cuento muy largo, defiendo el periodismo local, el contacto directo con el hecho, la calle, los barrios, los problemas que, verdaderamente, importan a la gente. A eso enseña Invasor: a mirar más allá para que los demás puedan ver lejos también.
Diseñadores, correctoras, periodistas, editores web… Somos tan fanáticos del oficio que apenas hablamos de algo distinto al oficio mismo. Así ha ocurrido en el transcurso de 41 años, desde el 26 de julio de 1979, cuando viera la luz la primera edición del periódico.
Los viernes son una tertulia abierta para discutir en caliente los contenidos de cada sección y dar los toques preliminares a las publicaciones de la próxima semana, con el pálpito sobrenatural de pensar la más integral noticia, al ritmo de las zancadas del presente.
Aquí, donde aquel chamaco una vez se vislumbró, creemos que el tema favorito es el que llega de momento y que apasiona tanto el que toque como el que nace. Nos mueve el fundamento de que la mejor información no es siempre la que se da primero, sino la que se da mejor. En el periodismo, buscamos evolucionar a la misma velocidad que sus instrumentos, como un baño de contexto.
El poder de una prueba de plana —donde se monta el trabajo para pulir su diseño y redacción—, de la investigación de peso, el estado de shock en que queda el reportero cuando se cortan líneas por cuestiones de espacio…, son tramas en las que cada uno se foguea. Después, tratamos de transmitir a otros aquellas experiencias en la carpintería del oficio, para que no desmayen.
Invasor se empeña a fondo en no dejar para más tarde la formación de su infantería, en un mundo que pretende empoderar el periodismo canalla y la vocación por el mal, que se ceba en el morbo, o en el que parece más fácil comunicarse con los fenómenos siderales que con los lectores.
En este periódico que —desde el 4 de abril— pone más colores a sus verdades, la obra no acaba una vez publicada la noticia y tampoco se confiere un instante de reposo mientras no vuelve a buscarse otra en el minuto siguiente, con más ardor que antes. Aunque, a veces, sea difícil llegar hasta el rincón más pequeño que no todos conocen.
A través de esta puerta se abrió un mundo de posibilidades en el cual vivo sumergido, a diez meses de servicio, y sigo contando. Me vuelco de lleno en cada reto y, cuando llega el otro, vuelvo al mismo proceso. La práctica impone la necesidad de transformarse y el ambiente de trabajo se encarga de fomentarlo.
El contenido que se vierte en nuestras páginas es un modo de mirar a Ciego de Ávila, de sonsacarla, de elaborarla narrativamente, de transmitirla. Y uno, que tiene un mar de ideas en la cabeza, sigue la señal de los faros del periodismo cubano, entre los cuales aparece Invasor, por el que vale la pena salir y llegar hasta usted.
(Tomado de Invasor)