¿Podrá pedírsele paciencia a un periodista? ¿Es pertinente en el mundo hiperconectado de hoy? Confieso que siempre me fue esquiva, que prefiero correr a esperar. Por el camino descubrí, sin embargo, que contar la historia que te ponen delante, hacerlo como vocación, como destino, requiere de una paciencia inexcusable, insustituible.
Que alguien tenga mucho que decir es una suerte, que lo diga bien, un lujo; pero que ponga cierto orden a sus recuerdos, que sepa embridarlos para que no cabalguen desbocados, que no se desdibujen fechas y nombres con el tiempo, eso ya es un milagro. Toca al periodista, entrar en esa maraña y encontrar el hilo de la historia.
Un periodista debe hacer labores de detective, arqueólogo y bordador, limpiar reliquias a golpe de brochazos, unir la urdimbre y la trama para que aparezca el tejido.Tal vez no se repara lo suficiente en el riesgo que se asume, en la cuidadosa labor que presupone cada vez jerarquizar y tocar la médula de un hecho o una vida, en un espacio y tiempo mínimos.
Si se trata de una historia colectiva donde has de cruzar fuentes, donde una voz tiene que convertirse en eco de muchas otras, estás justo frente a un rompecabezas. Y una vez ahí, no hay fórmulas exactas: la manera en que encaja cada pieza es un puro acto de creación.
Un proyecto feliz puso en mis manos una de las historias más increíbles de la cultura cubana en las últimas décadas: el surgimiento del primer canal televisivo fundado por la Revolución, Tele Rebelde (1968). Unas pocas cámaras y mucho entusiasmo. Un capítulo dorado de colaboración artística y humana pocas veces visto en semejante magnitud. Una labor heroica que algunos han querido sepultar en el olvido.
Hurgar en viejos materiales fílmicos y archivos impresos, enhebrar los recuerdos de transmisiones en vivo ya irrecuperables, buscar fotografías, folletos, procesar más de doscientos testimonios ―sí, esa cantidad que usted lee― es una exigencia que francamente te puede sobrepasar. Fue un libro que me sacudió física y emocionalmente. Así nació un día A capa y espada: la aventura de la pantalla (Editorial Oriente-Fundación Caguayo, 2011).
Un país en nuestras manos
Los medios de prensa ―sin chovinismos, pero con real conciencia― tienen que superar su orfandad de memoria y acercarse a sus propias historias, esa que generan mientras graban, documentan y escriben las de los demás. La producción de material simbólico tiene sus hitos y sus protagonistas. Los anales de un país están ligados indefectiblemente a sus medios de comunicación, a los profesionales que lo hacen posible.
La paciencia es una virtud esencial para escuchar cada una de las vivencias que llegan a ti. Pueden venir de un agricultor, de un héroe, de un artista consagrado. Pueden venir de un niño, de un centenario.
Recuerdo mi acercamiento al director de coros, Electo Silva, Premio Nacional de Música. Seis casetes (¿recuerdan?) grabados de una y otra cara que me llevaron meses de arduo trabajo. No puedo olvidar la entrevista a Eufemia Rojas, testigo de excepción de la reconcentación de Weyler (¡nada menos!) que exigió un análisis posterior riguroso, más de una comprobación.
Nunca me he conformado con el reporte inmediato, con lo efímero, con unos minutos, si hay algo que late, que merece más. Y de aquilatar todo lo valioso que queda fuera de la reseña de ocasión, han emergido libros. De la inconformidad y la paciencia se han tendido los proyectos. “No es por azar que nacemos en un sitio y no en otro, sino para dar testimonio”, escribió el poeta Eliseo Diego, de quien estamos celebrando por estos días el centenario de su centenario.
Seleccionar los materiales válidos para construir La noche mas larga (Ediciones Santiago 2014, reimpresión en 2016), volumen de memorias del paso del huracán Sandy por Santiago de Cuba, fue otra prueba de fuego. No basta que un libro testimonie, también debe ser atractivo.
Había que contar la furia y el desastre, el mar desbordado, las casas arrancadas, la naturaleza devastada. Y luego las manos tendidas, el asombro de los primeros brotes, la reconstrucción, incluso el humor. Pedí ayuda a mis colegas periodistas, a poetas, a fotógrafos, y de allí salió una obra coral que requirió decantar y bruñir hasta quedarnos con lo que consideramos más valioso.
Una paciencia infinita ha requerido el acompañamiento de los medios en las largas coberturas alrededor de esta pandemia, de esta corona que ninguna testa quiere. Una aliada, una rara virtud que va entrenándose, para transformar las rutinas en creatividades, para sobrepasar exigencias infértiles y largas austeridades, para construir las historias de tu gente, para que ―pese a todo― emerja un país de nuestras manos.