Se suponía que con tantos hipertensos, tantos diabéticos, tantos ancianos y tanto molote íbamos a enfermarnos de cuajo y casi por obligación porque el virus estaba en el aire, en la acera, en la pared de enfrente y hasta en el pan con pasta. Parecía que nos servíamos en bandeja de plata, aun cuando hace un año Cuba se regodeara de 100 000 médicos activos que ahora, sin embargo, no podían recetar antivirales como quien espanta un dolor de cabeza con Dipirona de 500 miligramos.
Todo parecía concomitar, convertir de mal en peor al extrañísimo SARS-CoV-2 que llegó a Cuba justo el mismo día en que la Organización Mundial de la Salud (OMS) declaraba pandemia su enfermedad: la COVID-19 ya había desandado 114 países y matado a más de 4 000 personas, mientras paseaba por Trinidad, importada desde Lombardía. El 11 de marzo lo supimos y, aunque 13 días después, cerraríamos las fronteras, los 57 casos acumulados el 24 de marzo habían iniciado ya cadenas de contagios que encadenarían, de a poco, todas las provincias.
La de Ciego de Ávila se enlazaría desde Luisiana, por Ceballos, justo en la fecha que la Isla comenzaba a aislarse, todavía más, y cortaba la transmisión allende los mares. Ahí, quizás, empezamos a entender que no había entonces, ni ahora, manera más efectiva de escapar del contagio que quedándonos en casa; un contrasentido que, finalmente, clausuró todas las suposiciones e hizo de la ruta crítica una curva que nunca subimos. Terminamos quedándonos por debajo hasta de los malos augurios y por encima de los malos agüeros que tendrían que tragarse sus cientos de miles o verlos enfermar en otra parte. (Aquí pudiéramos acotar que el dolor no se cartografía en mapas, a pesar de que ellos tengan muy delimitado el odio.)
Pero algunos creen, tres meses después, que la contención de esta Isla con días de uno, dos y tres confirmados ha sido un poco milagrosa, conteo insólito en medio de tanto besuqueo y colas (que también significa movimiento) al por mayor. Sin dudas, la gente que desafía brotes y rebrotes, y se siente capaz de surfear oleadas no ha dejado de pasar por la esquina; del mismo modo que otros pasan por ahí alejados de ellos, “forrados” y con olor a Cloro. Por cada cubano que no tuvo, no tiene y no tendrá percepción de riesgo han existido varios precavidos, sin que tales proporciones podamos calcularlas como el 93 por ciento de confirmados que está de alta en casa.
No obstante, la mayoría sabe que han sido los científicos, y nuestros doctores y enfermeros los que se han encargado de reducir las muertes en las salas de Terapia Intensiva y mantener la evolución clínica estable fuera de ellas, que más de 20 medicamentos se combinaron en un “estado de salud” que se ha velado con celo “enfermizo”. Que hubo Interferón cubano, incluso, para quienes creíamos que podían estar enfermos porque los asintomáticos en el país rondan el 54 por ciento y los sospechosos se miraban con lupas.
Sabemos que gracias al cierre de las escuelas y la reducción de la movilidad, la mayoría pudo quedarse en casa con ingresos y puestos laborales garantizados. Que las pesquisas siguen por todas partes como si no anduviéramos camino a la normalidad; que rastreamos casos por más arañas epidemiológicas que parecieran y más eslabones sueltos que tuvieran; y que lo hicimos a pesar de encuestas incompletas donde no siempre los enfermos decían todo o lo decían a tiempo.
Un detallado análisis en el blog de la Revista Temas hacía notar la efectividad de la estrategia cubana en ese sentido: “Para el 20 de marzo, cuando el país tenía apenas 40 casos positivos, ya se encontraban aisladas 1 036 personas, entre confirmados o sospechosos, y se vigilaban 37 788 por el Sistema de Atención Primaria de Salud. Este agresivo y amplio programa de detección de sospechosos y rastreo de contactos, seguido de su inmediato aislamiento, fue vital para contener el avance del brote en la Isla.”
A estas alturas, sabemos que el camino cubano fue exitoso y que testeamos, incluso, por encima de las recomendaciones de la OMS, en relación con la cantidad de muestras por cada positivo. Este miércoles, por ejemplo, habíamos aplicado alrededor de 68 PCR-RT por cada caso confirmado. Y no dejamos de buscarlos ni siquiera en las provincias que se creen libres de la COVID-19.
Por eso el milagro resulta una tesis difícil de sostener. Las atribuciones están bien definidas aquí: “Al César lo que es del César” y donde decimos César digamos Díaz-Canel, el que donó frijoles, dobló turnos o desinfectó cuartos en un centro de aislamiento.
En Ciego de Ávila serían listas interminables de nombres, detrás del hecho de que todos los pacientes ya estén de alta epidemiológica, una noticia que recibirían felices el lunes los casos 95 y 96, y con lo cual Turiguanó se despojaba, finalmente, de 73 días de cuarentena, un extenso encierro que vivieron todos, sin distinciones (amén de ciertas licencias que se permitieron algunos, como ya sabemos).
Hay demasiados anónimos detrás de la búsqueda de Infecciones Respiratorias Agudas, de las medidas de control allí donde hubo cuarentenas y allí donde se evitaban. En las ayudas a quienes vivían solos o imposibilitados de salir. Mucha gente que vive temerosa de pescar el virus en el ir y venir del trabajo a la casa y aun así no ha dejado de hacer por otros hasta lo que “no le toca”.
Están los que se conduelen todavía de las tres muertes avileñas porque siguen creyendo que de haberse detectado a tiempo se hubieran salvado. Gente orgullosa gracias a doctores que salieron al Iraola, a Lombardía o a Santa Lucía, valientes que salieron a enfrentar la pandemia en cualquier lugar y algunos tuvieron que vencerla por partida doble: se contagiaron, lucharon y también se curaron. Otros avileños con fe y PrevengHo-Vir, y tomando distancias en la cola.
Tuvimos personas que hicieron nasobucos para regalar y mascarillas que nunca estuvieron de más. Niños que tragaron en seco por no poder jugar fuera y debieron crecer, solo de entendimiento. Y padres ingeniosos que merecen los hijos que tienen. Hubo hasta chistes que se esparcieron más rápido que el polvo del Sahara (nunca mejor escrito) y nos animaron a salvar el mundo sentados en casa. Y con eso, por supuesto, hubo quien rió y se quedó y quien carcajeó y salió… pues hubo de todo.
Pero fuimos más los que hicimos bien. Ganamos o, al menos, dejamos noqueado a un virus que, desde el 26 de mayo, hace exactamente un mes, no nos sacude los nervios. Y hablo en pasado porque paramos de contar: 96… y ya.
(Tomado del periódico Invasor)