Cuando este jueves pitaron los trenes hubo quien salió solo a verlos pasar, y hubo quien logró colarse en la tienda La Venecia que amaneció vendiendo ventiladores, ollas…. Y quien se sentó en el parque Martí sin que nadie fuera a decirle que aquello no era una salida de “primera necesidad”.
Casi parecía un día normal, si los trenes no hubiesen estado demasiado aburridos, La Venecia no hubiera sacado de un tirón lo que adormecía por meses, y las tertulias del parque hubieran sido al “aire libre”, sin nasobucos.
Pero, sobre todo, hubiera podido ser cualquier día de febrero si no se hubieran enviado 78 PCR a Villa Clara. Cualquier día antes del 24 de marzo, cuando comenzaros aquí los sustos y creíamos que serían solo eso. Sustos.
Ni los avileños del tren, de la cola o del parque debieron saber que mientras ellos andaban ensimismados en su “nueva normalidad”, en un laboratorio seguían buscando el virus.
Incluso pueden trascurrir 23 días, como ahora, sin que demos noticias de confirmados en la provincia y la tranquilidad simularse estática hacia el interior de los municipios… y todavía a algunos les parecerá que se trata de una racha que acabará en cualquier momento. Ya no viven como antes ni en Ciro Redondo, donde hace 84 días nadie es notificado con el virus; ni en Majagua, en su día 73 de sosiego; ni en Florencia, 65 días después del último confirmado.
Ni siquiera ellos, los tres municipios de mayor secuencia en su “normalidad” pueden permitirse cierto despojo y, cuando este viernes hayan retomado la segunda etapa del estudio poblacional, volverá a disiparse allí la calma. Quedarán a la espera de un resultado que busca en la sangre la presencia de anticuerpos específicos, desarrollados para combatir el nuevo coronavirus. Alguna de esas 218 personas de Majagua, Ciro Redondo, Florencia, Morón y Ciego de Ávila, a quienes ya se les hizo un PCR en la primera etapa, pudieran demostrar ahora lo que ya sabemos: el virus discurre silencioso.
Ninguna de ellas se atrevería a asegurar lo contrario. Y tampoco los ancianos del hogar de Bolivia o los trabajadores de la Empresa Eléctrica, dos grupos vulnerables o de interés, cuyos estudios exploratorios se justificaron, por la edad de riesgo en un caso, y en el otro, porque trabajarán en el alistamiento de la cayería norte, donde la nueva normalidad ha de ser novísima, amén de que a los extranjeros se les aplicará también PCR.
Pero no es excesivo el control. Lo saben en sus rezagos y números, Matanzas y La Habana, y lo ha confirmado el mundo; otra vez esta semana, mientras registraba su pico de confirmados en un día: 144 465 contagiados el 13 de junio. Y volvió a recordarlo al reportar su décima peor cifra de muertes: 6 856, al cierre de este 17de junio; dos meses después del más nefasto de todos los días de epidemia: 10 520 muertes el 16 de abril.
Aquí, como sabemos, lamentamos tres decesos y el 7 de abril acaparamos las atenciones (y tensiones) al informar 20 casos de un tirón. Desde entonces comenzamos a aplanar nuestra curva que lleva 23 días en línea, aplanada, y de tal suerte hemos descendido hasta en los catarros. Invasor lo hacía notar, al comparar las estadísticas de las Infecciones Respiratorias Agudas (IRA) de un año a otro. Al cierre de la semana 22 se habían notificado 809 atenciones médicas por IRA, para una tasa de 185,1 por cada 100 000 habitantes, y en igual etapa del año anterior fueron 4327, con una tasa de 988,9. De 2019 a 2020 decrecieron en un 432 por ciento. Lo asociaba, evidentemente, a todas las medidas de protección que hemos implementado: la higiene, el nasobuco, la distancia… nos ha librado hasta de los brotes diarreicos. Lo dijimos la semana pasada mientras nos preparábamos para ascender la nueva curva.
Y ahora tenemos fuerzas para emprender el camino en una, dos y tres fases… o uno, dos y tres pasos. Poco a poco, que es como el temor obliga a caminar, por más seguros que estemos en la actual situación con solo dos pacientes de Turiguanó a la espera del alta epidemiológica en el único control de foco que queda abierto, si bien la zona de los edificios ya salió de la prolongadísima cuarentena.
Iniciamos esta primera fase con apenas dos personas en centros de aislamiento y unas 230, en vigilancia. Después de 6 195 muestras de PCR acumuladas y sus 96 confirmados; tristes historias que también “llegaron para quedarse” porque difícilmente los 93 que sobrevivieron para contarla, no lo hagan dentro de unos años.
Al resto nos tocaría aprender de sus miedos, mirar de reojo cualquier andancio y decorar los nasobucos que llevaremos, en lo adelante, como zapatos. Y cuando su uso no sea obligatorio, igual debiéramos llevarlo en la cartera, por si acaso una cola, un molote, la guagua repleta, aquel que te habla encima y escupe sus micro y sus macrogotas, el otro que te pega un beso sin haberte visto nunca, tú que te quitas el sudor de la cara con las manos, manos que rozaron lo impensable…
Será difícil que obviemos la vieja normalidad y asumamos la nueva sin esa reticencia que experimentamos ante lo diferente. Pues nadie podrá decir que se respira igual con nasobuco, que sin él, que los saludos sin beso no dejarán fríos a algunos, o que los exudados nasofaríngeos se asumirán como pinchazos de pulgar, análisis de rutina.
Definitivamente, la sospecha de un virus nuevo nos ha colado el cambio en el cuerpo, aunque todavía convivimos con gente que mata el mosquito solo cuando le pica y tiene al patio de criadero; y ese sí es un virus viejo.
Con el SARS-COV-2 que ahora nos trastroca el orden tendremos que convivir, mutar en nuestras conductas para adaptarnos, como si fuéramos el virus mismo intentando sobrevivir en otras cepas (o etapas). Así, hasta vacunarnos contra la irresponsabilidad y volvernos inmunes. Así, hasta que lo nuevo nos parezca viejo, por sabido.
(Tomado del periódico Invasor)