“¿Pero, usted es periodista?… ¿de verdad, es periodista?”, me insistía mi entrevistada. Aunque tomé los datos, aunque mostré mi acreditación, no me creyó. Cuando se publicó en el periódico Venceremos, aquella nota sobre la Asociación Nacional de Economistas de Cuba (ANEC) en Guantánamo, la especialista me llamó por teléfono. Quería asegurarse, quería disculparse, quería felicitarme.
Los comienzos son difíciles, son saltos de un mundo a otro. Uno tiene tanto que demostrar, tanto que mostrarse a sí mismo. Antes y ahora, el quebradero sigue siendo el mismo: reconstruir la atmósfera sin que pierda el oxígeno, ondear la bandera que pusieron en ti.
Una tarde, casi una noche, llegaba de un recorrido por Yateras a la casa donde vivía. El viaje había sido accidentado. El polvo, las palabras, el apremio, todo colgaba sobre mí. En la vieja máquina de escribir, invicta máquina, enorme máquina Robotrón, me senté a destilar. Terminé exhausto, abrí los brazos, suspiré. ¡Al finnn! Me molestó el comentario, la chanza que me salió al paso: “Ah, pero… ¡quién dijo que escribir es un trabajo!”.
Entonces di un portazo. Uno que estremeció los marcos de la puerta, uno que no dejó dudas. Ahora pienso que, tal vez, tenía razón. Hay mucho de gozo, mucho de fe, mucho de sajadura. Uno escribe, porque no puede evitarlo. Escribir es una manera de salvarse.
¡¿De qué escribes tanto… aquí, en Guantánamo?! me preguntaron un día. El doble signo intenta calibrar el tono, reconstruir el acento. Las interrogantes siempre encuentran al periodista: las que llegan con buena energía, las que cargan su poco de sorna. Y yo, que vivía corriendo de un lugar a otro, le solté en andanada…
De La Guantanamera. De la salinidad de la tierra, de una visita a la Loma de Malones. De un niño de Maisí que descubrió el recalo de una paca de droga. De un premio para la escritora Ana Luz García, de la hija de Boti, de La Fama. De una muestra de platos, de los increíbles platos del “período especial”. De una milenaria del café, de la casa del guarapo, de lo malo del Coppelia, del estado de las calles. De la Confianza. De Egipto, de Bombí, de Vega Grande… de la gente, de la vida.
La grandeza es un monumento invisible.
Llegué a finales de 1991 a un periódico cuya frecuencia de salida era ya de cuatro veces a la semana. Pronto se convirtió en semanario. Una vez al mes, volvía a mi casa en Santiago de Cuba, y varios ejemplares del Venceremos iban conmigo. Esas idas y regresos se volvieron cada vez más tensos, se volvieron imposibles. El servicio social tocaba a su fin.
Cuando recorro el modo, el espíritu, la letra de aquellos artículos, asoma un joven en perpetuo asombro, en permanente descubrimiento. Cuando vuelco mi memoria, halló a mi madre en su inseparable balance, con el periódico desplegado, sonriente. Nunca encontraré una lectora como ella. Jamás, una ciudad con el halo virginal de Guantánamo.
Nuestra ciudad, tu ciudad…..Guantánamo es asi de grande y como los grandes todo lo da. Supiste verlo, sentirlo y encontrar las palabras para perpetuarlo. Gracias por ello y por Guantánamo