En su primer artículo la columna precisó que “no se buscará desacreditar a nadie” y, “aunque se usen ejemplos reales, para que no parezcan invención del columnista, no se citarán las fuentes”. En su propósito, contribuir a un mejor uso del idioma en la prensa cubana, tendrá una guía: “La batalla es contra los errores, no contra las personas que los cometen, aunque no mencionarlas tampoco las libre de los deberes u obligaciones que les correspondan en la creación o en la edición de los textos”.
El artículo de hoy sigue respondiendo consultas, que se agradecen, aunque estaba pensado en la estela del que trató las muletillas, para volver sobre el abuso de algunas palabras. Una de ellas, también —como la expresión por supuesto—, puede casi abundar más que boniatos en un reporte sobre la agricultura; o más que títulos de obras en una información acerca de una feria de libros, y casi tantos como datos en textos dedicados a otros asuntos: desde el subsuelo hasta la atmósfera.
Si no se hace con una intención muy marcada, ¿por qué decir que alguien camina y también respira, o que desayuna y también usa sombrero, o que es persona y también juega dominó, o —recreando un refrán cubano— que es zurdo y también de Matanzas? A veces también cede su lugar a por supuesto, y el efecto empeora.
Un lector de lujo que ha colaborado con la columna, Germán Piniella Sardiñas, sugiere en su página de Facebook: “Ahora que, debido a la pandemia, Tele Rebelde utiliza parte de su tiempo en transmitir la educación a distancia y el resto de la programación es grabada en su mayor parte, […] los narradores, que en su mayoría están interruptos, pudieran recibir algunas clases de gramática, redacción, dicción, geografía (en especial una lista de nombres de otros países en español para que no digan más ‘el atleta de Latvia’, porque así se pone Letonia en inglés)”.
La idea parece válida no solo para la programación de temas deportivos —de la cual se han visto ejemplos en “Fiel del lenguaje”, así como de otras— y para locuciones improvisadas. En estas no todo el mundo tendrá la misma preparación y similar fluidez —citar ejemplos vivos podría suscitar comparaciones innecesarias— que José Antonio Cepero Brito y Germán Pinelli. El talento ayuda, pero nadie es infalible, y para improvisar se requiere mayor preparación, mayor esmero.
Solo que incorrecciones se dan hasta cuando se usa el teleapuntador, llamado teleprompter por influencia del inglés. Y en ocasiones, por lo menos al articulista, el empleo de ese equipo le da impresión de falsedad, sobre todo cuando se leen largos textos como recitados de memoria. Pero hasta eso cabría soslayar si la máquina erradicara pifias, tarea de la cual son responsables quienes la manejan y supervisan su empleo.
Ni en el generador de caracteres la prisa avala faltas, por las que a veces ese recurso podría llamarse degenerador. Momento oportuno para insistir en que una letra es un carácter, no un caracter. De la singularidad de carácter como signo gráfico viene su uso para identificar lo individual distintivo de una persona. Al paso de siglos, pasa como si no fuera una metáfora, al igual que la pata de la mesa y tantas otras. Llamar caracter a una letra es un error comparable con el uso de estadío por estadio, equivocación tratada en otros artículos, pero las evidencias sugieren que no se ha señalado lo bastante.
En respuesta a la solicitud de otro lector atento, la anterior entrega abundó sobre la antonomasia, recurso expresivo en el cual suele tener una marcada presencia el artículo, y el curioso nombre de esta partícula gramatical recuerda —el autor fue testigo— el aprieto vivido por un prestigioso profesor de gramática. En busca de un ejemplo imaginario, dijo que el nombre de esa partícula hace pensar en un hombre muy feo llamado Adonis. Y en el aula había un caso relevante. Quedó así corroborado que, si de ilustrar errores se trata, ni la más culta imaginación libra de riesgos.
Y sobre el uso del artículo pregunta —buena señal— un entusiasta estudiante de periodismo. Lo dicho en otra entrega sobre lo correcto de el UNICEF, no la UNICEF, porque esa F significa Fondo, masculino, lo ha interesado en saber qué artículo es el pertinente para ALBA, caso que tiene su complejidad particular. En la entrega aludida se citaron ejemplos como MINSAP, MININT, MINED, UNEAC, UPEC, que apuntan a la predominante pronunciación aguda de las siglas en español, no de la generalidad lexical de este idioma, en el que prima la acentuación llana.
Esa característica del español se desconoce o sencillamente se viola en casos como detective, que suele sustituirse por detéctive. Esta es una forma que —en las distintas acepciones del verbo— obedece a la voz inglesa detective [detéctif], que ha inundado al mundo difundida en especial por el cine estadounidense y traducciones del inglés al español.
ALBA, además de tener la misma estructura vocálica de palabras como agua, alma, ala, arca…, presenta una sugerente y aprovechable resonancia simbólica ostensible: le viene del nombre común alba. Pero las ventajas no suelen venir solas. El autor recuerda las preocupaciones de amistades venezolanas a quienes en España tuvo la alegría de acompañar en el propósito de fundar, también allí, una Casa del ALBA: topaban no solo con obstáculos de otros tipos, sino además con las implicaciones de la omnipresencia que en el imaginario de esa nación tienen la Casa de Bernarda Alba y conocidas duquesas. En otros territorios ese hecho no tendrá el mismo peso, y el sentido simbólico de alba saldrá libremente airoso.
Es natural, o normativo, que en español agua, alma, ala, arca, alba… se pronuncien con fuerza acentual en la primera a. No es español, sino árabe, el origen de Alá, mientras que anjá, interjección construida en Cuba a partir de ¡ajá!, tiene otro “sabor sonoro”, valga la sinestesia. ¿Podemos imaginar a Benny Moré gritando ¡anja!, o a alguien del vecindario decir que fulano o fulana “es de anja”? Allá la Academia si no se da el gusto de reconocer anjá. Pero en aquellos vocablos, aunque femeninos, se emplea el artículo el, masculino, para evitar la traba cacofónica que los reduciría a lagua, lalma, lala, larca, lalba…
En ese camino va el ALBA. Pero el nombre completo, de núcleo femenino —primero, Alternativa; luego, Alianza—, exige que la sea el artículo usado: la Alianza Bolivariana para las Américas. Por cierto, si se hubiera escogido el adjetivo Martiana, pasaría algo similar, incluida la dimensión simbólica: la Alianza Martiana para las Américas, abreviable como el ALMA. ¿No es el ALBA, en espíritu, el ALMA?
Añádase que en ALCA —el opuesto de ALBA— el núcleo es Área, y en él no asoma el simbolismo de ALBA, ni la misma alternancia de artículos. A diferencia de Alternativa y de Alianza, Área lleva la fuerza acentual en la primera sílaba, y de ahí el ALCA y el Área de Libre Comercio para las Américas.
Más cabría decir acerca de una partícula tan pequeña como el artículo, y algo quedará para futuras entregas. Si después de lo dicho hasta aquí tuviera que seguir la escritura, y aún no hubiera desayunado, el autor necesitaría una pausa para hacerlo. Y a lo dicho al inicio acerca de los propósitos de la columna, suma una preocupación: pudiera no ser una sola persona la que —como un comentario hizo saber que ocurre— sufra de indigestión al leer sobre el lenguaje. Por fortuna, resolver tan penoso trance está en manos de quienes lo padezcan: les bastará sencillamente ignorar la columna. No está en las del autor, que no es gastroenterólogo, sino mero aprendiz de filología.