Cuatro nuevas entregas de Destinatario Zona Roja llegan para contarnos historias de los centros de aislamiento para sospechosos de la COVID-19 en la Universidad de Matanzas “Camilo Cienfuegos” y en Alamar 6 (en la capital cubana).
En estas nuevas misivas de la sección exclusiva de la revista Alma Mater para sus redes sociales, Daniela Ortega Alberto (estudiante de tercer año de Periodismo en la casa de altos estudios matancera) junto a Laura Álvarez Sánchez y Mónica Delgado Abascal (de primero de Periodismo en la Facultad de Comunicación de la Universidad de La Habana) nos hablan de jornadas agotadoras, de pérdidas, de añoranzas, de resiliencia, y también de esperanza.
III
Queridas Mónica y Laura
Me encantó recibir su carta. Estos días fueron un poco complicados. Por primera vez sentimos de cerca la amenaza del nuevo coronavirus.
—El médico de “la uno” dio positivo —dijo Josué mientras nos preparábamos para el almuerzo.
Tardé un poco en procesar la información. Pensé entonces en ese joven, mulato, de sonrisa amorosa, que nos agradó desde su llegada como paciente al centro de aislamiento.
Cada día acudíamos temprano a su cuarto con el desayuno. Siempre madrugaba y, si se quedaba con hambre, le ofrecíamos un pancito más. Recuerdo la vez que derramé accidentalmente un poco de yogur en su sofá y él insistió en enjuagarlo para que yo no pasara trabajo.
La mañana antes del resultado habíamos limpiado su habitación. Conversamos sobre nuestras familias, profesiones y hasta de sus tiempos en la Vocacional. Aún no conocíamos la noticia, así que nos despedimos hasta el almuerzo.
—Estas niñas se merecen quince días de vacaciones en Varadero. ¡Cómo trabajan! — dijo desde el balcón a la profe Belkys.
—Sí, de aquí seguro vamos para un Meliá— respondimos nosotras jocosamente.
Cuando volvimos, el apartamento del doctor estaba lleno de colegas suyos y la ambulancia esperaba al otro lado de la calle. Todos los trabajadores del área salieron a decirle adiós.
—¡Te vamos a buscar en Facebook! ¡Cuídate mucho!— gritamos desde lejos.
—Sí, claro, gracias por todo— respondió mientras subía al vehículo.
Luego, nos dimos cuenta de que Maureen y yo éramos contacto de un caso positivo a la COVID-19. ¡Benditas sean las máscaras, sobrebatas, guantes y nasobucos!
Terminamos la jornada con una mezcla de optimismo y preocupación. Estamos seguras de que todo saldrá bien y algún día volveremos a verlo.
Me despido por hoy. Quiero aprovechar el clima lluvioso para preparar chocolate caliente y caer rendida en la cama.
Cuídense mucho,
Un abrazo enorme,
Daniela
IV
Dan:
¿Te has fijado con cuánta facilidad podemos perder a las personas que queremos? La COVID-19 nos ha hecho percatarnos a unos cuantos.
Quizás no lo pensó el señor que al irse de Cuba dejó aquí a su esposa. Hoy es nuestro vecino en Alamar 6, pero su compañera de vida está distante en la cama de un hospital, convaleciente de un derrame cerebral.
A unos cuartos de distancia, una situación semejante. Un joven volverá a casa en algo más de una semana, y su hermano no estará allí. Falleció. El coronavirus no será la única justificación para la escasez de abrazos: faltarán dos manos apretando contra el pecho. ¡Vamos, que la tristeza está en el ambiente! Un quinto piso sumido en el silencio y, a través de las rendijas de la ventana, el cielo donde combaten el rojo y el naranja por expandirse.
Aunque las felicitaciones y los agradecimientos llegan a cada rato, antes de estar aquí tuvimos momentos difíciles. La familia y su instinto sobreprotector nos jugaron una mala pasada. Resistencia para dejarnos salir y lágrimas en la despedida son los recuerdos más recientes de nuestros hogares.
Sin embargo, todo pasará. Lo sabemos. Pacientes, doctores, enfermeros y voluntarios volveremos al anhelado hogar con nuevas experiencias. Alamar 6 es hoy cara y forma familiar; ninguna capaz de sustituir a la que aguarda en casa, pero familia al fin, nacida de una estancia agradable a medias.
¡Fuerzas! Laura y Mónica
P.D.: La llegada de los europeos fue una falsa alarma. Seguimos con 32 pacientes.
V
Buenas noches Mónica y Laura
Aprovecho la hora de la comida para escribirles. Aquí los días son agotadores. En ocasiones salimos del apartamento al amanecer y regresamos bajo la luz de las estrellas. Dormir se ha convertido en un placer exótico. Cerramos los ojos en la noche, pero al momento llega la hora de volver a la faena.
—Un día a la vez — pienso cada mañana mientras voy al baño con los ojos entreabiertos.
Luego el pijama verde a juego con el gorro, el nasobuco bien ajustado para que no se me empañen los espejuelos y, para terminar, los tres pares de medias, única protección contra las duras botas.
Antes del desayuno ya tenemos las tendederas saturadas de ropa, a la espera del calor solar. Las mañanas nubladas son nuestras enemigas. Estas típicas lluvias de mayo refrescan el ambiente, pero atrasan por horas la jornada laboral.
Después llega el momento de los polémicos infinitivos: limpiar, lavar, servir comida, doblar ropa, desinfectar, fregar, llevar y traer bandejas, organizar cada detalle o atender a todos los pacientes y trabajadores que necesiten nuestra ayuda. Los primeros días andábamos un poco regados; poco a poco hemos ido mejorando como equipo.
Ambulancias, taxis y guaguas traspasan constantemente la entrada de servicio. El área donde trabajo sirve de tránsito a todas las personas con síntomas. Pasan por acá antes de ingresar en alguno de los bloques que tenemos habilitados para el aislamiento.
Ahora, más que nunca, veo que esta enfermedad no entiende de edad, sexo o raza; ataca tanto al que visita una semana un hotel de Varadero como al que solo tiene la merienda de casa para pasar el día en la playa.
En las carpas azules, donde funciona el cuerpo de guardia, he visto familias atiborradas de maletas; ancianos con una bolsa de nylon como equipaje; abuelas y abuelos que, por más que desee, no puedo ayudar sin la protección necesaria; niños, de todas las edades, confundidos o emocionados por el viaje; y adultos y jóvenes sedientos de vida como nosotras. En ese momento, irremediablemente, me asaltan algunas preguntas: ¿Qué pasará por sus mentes cuando bajan del vehículo?¿Tendrán miedo?¿Se sentirán seguros?¿Saldrán victoriosos de esta batalla?
Mientras se despejan esas interrogantes, nosotros hacemos todo lo posible para que su paso por esta universidad, ahora convertida en hospital, no sea tan difícil. Cada sonrisa, cada paciente satisfecho, cada mirada de felicidad hacen que las ampollas, los dolores musculares, la falta de sueño y las nostalgias valgan la pena.
Cuídense mucho, ya tengo ganas de conocerlas en persona.
Un abrazo enorme desde este lado de la costa norte,
Daniela
VI
Pequeña matancera:
Estamos, somos y crecemos en un entorno fecundo para mejorar. Estos días han sido largos: un mayor número de pacientes, más tareas que se reparten y que nos enseñan, entre otras cosas, a ser agradecidos.
Ya es de noche. El ruido agudo del trombón y las luces parpadeantes del balcón de enfrente, donde cuelga la bandera cubana y se escucha a nuestros actuales vecinos gritar “¡vivan los médicos!”, funcionan como un reloj. Algo queda claro, aunque aquí no se escuche el cañonazo, sabemos cuándo llegan las 9.
Recordamos los primeros días aquí, los gestos, las palabras, la atención del doctor Jesús, jefe de los médicos, que nos guió e impulsó a seguir seguros. Aún tenemos fresca en la memoria la ocasión en que la comida llegó un poco tarde y, casi por una hora, hasta que se restableció la sincronía de la rutina diaria, los pacientes estaban en los balcones, como una especie de liturgia, lanzando agradecimientos por las atenciones.
Los cubanos recién llegados del exterior fueron los que más elevaron el tono con frases de gratitud. Eran para sus médicos, sus enfermeros y sus voluntarios. Eran, también, para nosotras.
¡Dan, esto eriza la piel y nos deja en pausa! Pero que te vamos a contar a ti, hermana de labores.
Ya lo de hoy por la mañana fue de otro mundo. El silencio normal del amanecer se rompió. A los muchachos que limpiaban las habitaciones, universitarios como nosotras, los llenaron de palmadas de agradecimiento.
Desde casa llega un mensaje a esta hora, casi de madrugada: “¡Prepárate!” La historia del recibimiento de los médicos internacionalistas crea altas expectativas: vecinos con halagos a toda voz, gente que abandonó sus casas para sentirse, desde la calle, más cerca. Lágrimas, alegría, ¡ORGULLO!
Cuídate muchísimo, cuando todo esto pase nos veremos en persona.
Parabienes también para ti,
Un abrazo gigante,
Laura y Mónica
Gracias a todos por la colaboración. Nuestra juventud se crece.