FIEL DEL LENGUAJE

Fiel del lenguaje 28/ Señales, códigos

Cualquier persona podría preferir que las luces del semáforo y el diseño en general de las señales del tránsito fueran diferentes. Pero el código vial es el que es. Con su propia naturaleza, el lenguaje es también un código. Asumirlo como el gran recurso que es para la creación literaria, y para la comunicación personal, no avala que cada quien haga con él lo que en el habla popular cubana se diría “tirarlo pa’ la tonga”, expresión cercana al clásico defenestrar. Maltratarlo no tendrá quizás consecuencias trágicas como las que a menudo ocasiona la violación del código del tránsito. Pero se conocen anécdotas, no necesariamente fictivas, en que la vida de una persona ha corrido peligro, o más, por un texto mal escrito, con meras comas díscolas.

Alguien que, desde el reducido balcón de una casa donde se hallaba de visita, elogiaba entusiastamente los espaciosos balcones de un edificio de la acera de enfrente, varias veces los calificó de angostos. Provocó así que otro visitante le preguntara: “¿Por qué te parecen angostos esos balconazos?”, y esta fue su respuesta: “¿Acaso no ves lo anchos que son?” Como aquel, asombrado, le dijo: “Pero angosto significa estrecho”, el apasionado elogiador se mantuvo en sus trece como un papa tenaz.

El diálogo habría sido cómico de haber tenido esa intención, pero se basó en la ignorancia de alguien a quien ni siquiera se le sentía aliento etílico, y que llevó su terquedad al punto que su posición resultó absurda. Hasta ganas se le notaron de lanzar por el balcón a quien discrepó de él. Cuando se marchó, otra persona dijo: “Y eso que carece de los conocimientos necesarios para argumentar que si angosto es una palabra demasiado ancha para significar estrecho, se debe a que sus tres vocales son abiertas. A diferencia de chiquitín, con sus tres íes, sonoramente apropiadas para su sentido”.

Pero las confusiones no se dan solo en personas poco instruidas. No había aparecido “Fiel 27”, y denosta sustituyó a denuesta en el mismo diario donde se vio el uso indebido de defenestrar comentado en ese artículo. Otro había rozado el desafío de las conjugaciones, que no deben confiarse al corrector —no siempre honra ese nombre— de la computadora: exigen estudio, cuidado y consultar diccionarios. El verbo denostar se conjuga como soñar, soltar, volar y otros en los cuales esa o se torna ue para algunos tiempos y personas gramaticales.

Dicho así, todo parece sencillo; pero luego irrumpen casos en que el uso va colando incorrecciones exitosas. Como es más cómodo pronunciar alinear con una e cerrada próxima a la i, ese infinitivo casi (o sin casi) se torna aliniar, parónimo acústico de aliviar. De ahí alinia y alinio —remedos de conjugaciones como alivia y alivio—,  en vez de las canónicas alinea y alineo, que ya pueden parecer rarezas, o faltas. Sin embargo, ¿alguien dice telefonio o telefonia, o lo correcto: telefoneo y telefonea?

La palabra fotocopia es familiar, además de correcta. Pero, al menos en Cuba, su terminación puede alterarse usada en términos médicos, como endoscopia y otros, en los cuales se sustituye —¿influencia del francés?— por copía, y proliferan a sus anchas endoscopía y otros vocablos afines. Pero igualmente en ellos remite a la imagen (copia) de un elemento anatómico interno captada con recursos tecnológicos. Un prestigioso médico le confesó al articulista que, aun sabiendo que es incorrecto, dice endoscopía por una “sencilla razón”: para que sus colegas no lo crean ignorante.

Alguien ha pedido que se aborde el lenguaje inclusivo, que el autor trató en un texto reciente, al cual remite: “Un modo de tener presentes a las madres, y a todas las mujeres”. Pero ahora saborea una cita del Cantar del mío Cid recibida junto con la petición, pues para el tema del lenguaje inclusivo resulta sugerente, en especial lo que aquí se destaca en cursivas: “Mío Çid Ruy Díaz por Burgos entrava,/ en su conpanna LX pendones./ Exíenlo ver mugieres e varones,/ burgeses e burgesas por las finestras son,/ plorando de los ojos tanto avíen el dolor”. El pasaje termina con un verso que ha dado pie a largos debates eruditos —“De las sus bocas todos dizían una rrazón:/ ‘¡Dios, qué buen vassalo! ¡Si oviesse buen señor!’”—, y esta es una de las interpretaciones propuestas: ¡Dios, qué buen vasallo es el Cid, ojalá tuviera un buen señor!

Los hechos implicados son ajenos al tema del artículo, pero la cita recuerda un chiste que —se dice— una fuente perdida le atribuye a un humorista andaluz. El Cantar, anónimo, se escribió en castellano medieval allá por 1200, cuando aún se fraguaba el idioma que se llamaría español, y el lenguaje era un vasallo sin más señor que el pueblo, la sabiduría y la creatividad poética, y la útil buena enseñanza, para quienes pudieran recibirla. No le había salido al paso una autoridad señorial fundada en 1713 y que, si sus guardianes, varones sabios, no rebautizaron Academio, fue —he aquí el chiste aludido— para que siguiera siendo femenina, y hacer valer ellos sus leyes patriarcales.

La Academia tiene gran utilidad en el cuidado del idioma, pero no es su dueña, ni él su vasallo. En el afán de impedir deformaciones significativas, y cuidar —librándose de hispanocentrismos colonialistas— la unidad de un idioma ampliamente multinacional, tiene y puede cumplir su mejor papel. Para ello debe, sin trazas del espíritu monárquico presente en el “Real” de su nombre, seguir contando cada vez más con las Academias nacionales, llamadas a no dejarse imponer ni asumir colonialismo alguno.

Un asiduo lector de “Fiel del lenguaje” se interesa por la antonomasia, que opera cuando un integrante de una especie deviene denominación de ese conjunto. El consultante reacciona contra “la liberalidad” con que dice ver empleado ese recurso “en la prensa escrita y en programas de la televisión”. En Cuba, para entender qué es la antonomasia se cuenta con ejemplos rotundos. Otras naciones y culturas tendrán sus apóstoles por antonomasia, pero en Cuba el Apóstol es José Martí. Y si no hay referencia que remita a otra persona con esa jerarquía, el Comandante es Fidel Castro. Según una leyenda, el médico chino identifica a un solo profesional de ese origen.

Sucede también con marcas comerciales: cuáquerincluso guáquer, ambos por Quaker, que en inglés significa cuáquero— funciona como nombre común de la avena, y frigidaire —marca que en ese idioma se escribe así, con inicial mayúscula, y se pronuncia friyidéar— vale como sinónimo de refrigerador. En el habla informal el título de una publicación puede convertirse en nombre genérico de las otras de su tipo: Bohemia, de tan popular y extendida la publicación así llamada, se igualó a revista: “la bohemia Carteles” (o Social, y otras) y, más acá en el tiempo, “la bohemia Verde Olivo” o —el articulista es testigo— hasta “la bohemia Casa de las Américas”. Con ello se reconocía entonces a Bohemia como la gran revista cubana.

Supuestas antonomasias sugieren desprevención. Un texto revolucionario puede denunciar que a Cuba “la atacan los medios, sin especificar cuáles. Dicho así, caben dos posibles significados: uno, solo existen medios enemigos de Cuba; otro, los que atacan a Cuba son los medios por antonomasia. Los demás no pasan de “alternativos”. Es necesario precisar qué medios atacan a Cuba y para eso hay rótulos: capitalistas, hegemónicos, dominantes, desinformadores

En la historia del país sigue primando una opción interpretativa que le regala a la República neocolonial el título de la República, como si lo fuera por antonomasia. ¿No es Cuba hoy otra república? Hay para seguir meditando, y discutiendo.

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Luis Toledo Sande
Escritor, investigador y periodista cubano. Doctor en Ciencias Filológicas por la Universidad de La Habana. Autor de varios libros de distintos géneros. Ha ejercido la docencia universitaria y ha sido director del Centro de Estudios Martianos y subdirector de la revista Casa de las Américas. En la diplomacia se ha desempeñado como consejero cultural de la Embajada de Cuba en España. Entre otros reconocimientos ha recibido la Distinción Por la Cultura Nacional y el Premio de la Crítica de Ciencias Sociales, este último por su libro Cesto de llamas. Biografía de José Martí. (Velasco, Holguín, 1950).

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