Por Ms.C. Edelmira Rodríguez Portal
Ignacio Agramonte, ganó desde sus años de estudiante en la Universidad de La Habana, la admiración de sus compañeros y la suspicacia de las autoridades colonialistas, por su exposición abierta del derecho de resistencia de los oprimidos ante los opresores.
No admitía el irrespeto a ningún ser humano, hasta el punto de batirse a duelo con un oficial español para reparar una ofensa a una camagüeyana. Su fidelidad a Amalia se convirtió en leyenda y ella, siguió viviendo por él, para sus hijos y la patria.
El culto a la amistad, para El Mayor, se hizo épico en el rescate al brigadier Julio Sanguily, sus virtudes como jurista y su pensamiento democrático se plasmaron en la Constitución de Guáimaro; su condición de ciudadano ejemplar, en aquella advertencia realizada a sus hombres, a pesar de sus diferencias con Céspedes: “Jamás permitiré que en mi presencia se hable mal del presidente de la República”. El mayor reconocimiento a su obra como jefe y estratega militar lo recibió de su sucesor en el cargo: Máximo Gómez, quien lamentó no haberlo conocido.
Nadie pudo sintetizar mejor que José Martí en sus artículos y discursos, la singularidad de Ignacio Agramonte como patriota entero. Comprendió tempranamente sus cualidades paradigmáticas y lo cimentó en el panteón de héroes como obligación perenne a continuar su obra para que no fueran “muertos inútiles”.
Cuando el 11 de mayo de 1873 cayó Agramonte en el combate de Jimaguayú, una honda conmoción estremeció a los revolucionarios en Cuba y en la emigración, sin embargo, un hombre que solo había vivido 31 años y peleado en la guerra por espacio de cinco, se agigantó, revivió de generación en generación hasta hacerse imperecedero, símbolo y escudo de la nación.
También en mayo, el día 19 de 1895, José Martí, entregó su vida de renuncias personales, en consagración ejemplar por la independencia de Cuba. Tuvo un verbo torrencial, capacidad de convencimiento, de liderazgo y limpieza moral para lograr lo aparentemente imposible: la unidad de los cubanos de dentro y de fuera, en una guerra que sería un “procedimiento político” para construir después de la victoria, la verdadera revolución en Cuba y la independencia de Puerto Rico. Así las Antillas libres podrían ser un valladar de contención del “Imperio del Norte”, sobre el resto de América.
En la república neocolonial trataron de convertirlo en santo primero y luego vulgarizarlo. Su nombre fue invocado como un abstracto, por los gobernantes de turno. La fuerza de su pensamiento se alejaba de las masas a las que solo se le daban frases descontextualizadas para aprender de memoria. Aun así el magisterio cubano lo salvó y revivió en Mella, en Villena, en Guiteras, en Chibás y sobre todo en la Generación del Centenario con su líder al frente.
Su pensamiento integral se hizo una doctrina epítome, reinterpretada en cada etapa posterior de lucha, hasta lograr su mayor altura en Fidel Castro y en la Revolución Cubana; confirmación de su grandeza y humanidad. ¿Lo saben los enemigos de la independencia de Cuba? Por supuesto; la gusanera y el imperialismo conocen la importancia del pensamiento martiano para Cuba y Latinoamérica.
No les valió de nada apropiarse de su nombre y han arremetido contra sus bustos. Acaban de fabricar un “loco” muy cuerdo, al que debiera darle vergüenza por su origen y su color vejar dos símbolos sagrados, balear el pecho del mayor antirracista de América, pero si a Martí no lo mataron en Dos Ríos mucho menos van a matarlo ahora cuando significa sustrato ideológico de una Revolución invencible.
* Miembro de la filial de la Sociedad Cultural José Martí en Camagüey. Profesora de la Carrera Licenciatura en Historia, Universidad Ignacio Agramonte
La Sociedad Cultural José Martí en Camagüey, desarrolla cada año, del 11 al 19 de mayo, la Jornada “De Agramonte a Martí” para estimular el conocimiento de la vida y la obra de estas dos indispensables figuras de la historia de Cuba. En esta ocasión, por motivos conocidos, no se realiza de la forma habitual. Con este artículo, la Sociedad conmemora los momentos en que ambos adalides se convirtieron en semillas de la nación.
(Tomado del periódico Adelante)