No todos los caminos llevan a Roma, aunque muchos se empeñen. Desde luego, no es imposible que si se camina bien y con ahínco, sea posible arribar a la meta. En esas anda España cuando el gobierno presidido por Pedro Sánchez, llega a sus primeros 100 días. Esa escala temporal ha ido cobrando valor casi mítico, pero poco dice, si no se vincula a hechos fundamentados y el marco histórico en el cual transcurren.
Hay muchas determinantes a la hora de juzgar. Fuera de algunos agoreros de menor o alto acierto, nadie supuso que el mundo se vería metido en una crisis sanitaria de envergadura enorme, pese a infravaloraciones interesadas de dudosa moralidad, y no otras son las esgrimidas por el Partido Popular y VOX, buscando desacreditar al gobierno bipartidista.
Los golpes bajos, las espeluznantes mentiras, la falta de disposición a colaborar pese al delicado impasse, le resultan pocos a una derecha y sus ultras, tan malevolentes y sedientas de poder, que les hace incapaces de darse cuenta, o admitir, que la insolvencia de los servicios de salud fueron generadas por sus antecesores mientras usaron el poder, sin privarse de doble contabilidad, estafas y derroche, (ellos: los privilegiados) mientras le recortaron salarios, pensiones y servicios sociales a la mayoría.
Si los sucesivos gobiernos conservadores no hubieran cercenado casi hasta la amputación el sistema de salud ibérico, el enfrentamiento a la pandemia habría tenido ciertos amortiguadores, deslizándose sobre bases más expeditas. Ni olvido ni capricho. Es hipocresía e irresponsabilidad, pero lo esconden tanto que muchos les creen bien intencionados cuando critican el manejo de la COVID-19 y cuantas medidas se pusieron en marcha para aliviar a los ciudadanos de penurias acumuladas durante las últimas casi dos décadas anteriores.
Las consecuencias de la actual crisis afectan la economía mundial y la española, por supuesto, no está fuera. El Fondo Monetario Internacional augura una caída de 8% en el PIB y un aumento del desempleo en el orden del 20,8%. No son cifras inéditas. Las han padecido los españoles en varias etapas y sin la excepcionalidad actual, aunque los peperos y voxeros aleguen, de a porque sí, sea consecuencia de torpeza gubernamental.
La ofensiva descalificadora viene tomando proporciones lindantes en lo absurdo pues si algo se precisa en tiempos como el que corre, es unidad de miras para salir lo mejor y cuanto antes del grave trance.
El PSOE, secundado por Unidas Podemos, abrió esas puertas proponiendo espacios de consenso con las restantes fuerzas políticas, pero el PP y Vox no aceptaron las sucesivas invitaciones y alimentan la confrontación y las crispaciones, violentadas sobre un escenario fortísimo.
No aportan ni participan de soluciones pese a la dimensión del problema en sí mismo o los de tipo económico a expresarse en lo adelante. Las tensiones llegan a tal punto que Pedro Sánchez y Pablo Iglesias, al frente de sus formaciones políticas y con apoyo de otras menores, decidieron no esperar por cuanto parece tan turbio y malintencionado, enfermizo sin dudas, y crearon una comisión para hacerle frente a las pérdidas nacionales sufridas o por vivir.
La salud pública, su recomposición, tiene lugar preeminente en el proyecto que intenta subsanar los sistemas de protección social abandonados en las etapas de Mariano Rajoy. Al propio tiempo, se desea darle inicio a esfuerzos dirigidos a normalizar la economía con posibles cambios en el modelo productivo y mejoras del sistema fiscal, entre varias medidas.
Ni esos ni otros propósitos serán de fácil emprendimiento. De acuerdo con datos del Banco de España, la deuda pública era de 95,8% del PIB antes de que llegara a tan altas proporciones el SARS-COV-2 en el país. Es de imaginar la elevada cuota usada de los fondos estatales en esta dura emergencia y lo que exigirá la etapa postcrisis.
Si acaban de destrabarse las objeciones dentro de la Unión Europea o se procede a un procedimiento mancomunado (en su defecto, ayudas pertinentes a los miembros más afectados del Pacto Comunitario) España e Italia sobre todo, se encontrarían incentivadas por sus socios y en condiciones de salir adelante a menor plazo.
Eso, pasando por encima de atrabiliarios augures vaticinando funestos los próximos 20-30 años.
La recesión mundial que se avecina, (de eso no hay duda) traerá períodos difíciles para casi todos los pueblos. Es muy posible que ocurran modificaciones de hábitos y propensiones humanas tras la amarga experiencia y, por supuesto, mucho dependerá del manejo que se tenga por las autoridades en cada sitio, para aminorar los traumas previsibles en ese tiempo venidero.
España no está excluida del reto y el gobierno actual tiene, encima de la responsabilidad asumidas al hacerse cargo del poder con sus múltiples insuficiencias y perversidades, la de probar su firmeza y habilidad administrativa en un período récord. Sus oponentes, estarán intentado impedirlo.