José Armando Fernández Salazar
Hay oficios que los avances tecnológicos han condenado a desaparecer. Uno de ellos es el del tipógrafo o linotipista, aquella persona que en una imprenta comenzaba su trabajo cuando casi todos -salvo los editores y correctores de guardia- recogían para irse a casa.
Con la madrugada como testigo, aquel artesano de las palabras añadía una a una, y con asiática paciencia, las letras fundidas fundamentalmente en plomo, para conformar vocablos que con el tiempo se convertían en oraciones y párrafos y luego en periódicos o libros.
Los impresos tenían cierta mística y no faltaban las erratas generadas en aquellos humeantes talleres, algunas tan escandalosas, que añadían un toque pintoresco a la lectura. En la actualidad el proceso es mucho más rápido e impersonal, como resultado de la tecnología digital.
La automatización de la poligrafía posibilitó masificar aún más la actividad editorial, y en países como Cuba, que ha convertido a la lectura en una forma de emancipación cultural del pueblo, significó la modernización de las casas impresoras asentadas en las provincias, donde residen alrededor del 80 por ciento de los autores del país.
En 2015 el ámbito literario de la Isla celebrará el tercer lustro del surgimiento de aquella iniciativa, la cual fructificó al amparo de la Batalla de Ideas y posibilitó la creación del Sistema de Ediciones Territoriales.
El programa surgió con el objetivo de modernizar y apoyar económicamente el sistema para la publicación de los títulos de autores que radicaban fuera de la capital.
La llegada de la nueva tecnología y el apoyo material gubernamental, posibilitaron que muchos sellos editoriales duplicaran el número de textos que entregaban anualmente y empezaron a salir a la luz volúmenes de creadores y lugares que no habían sido descubiertos en el mapa literario nacional.
Con la Riso, como familiarmente comenzó a llamársele al programa, se diversificó el panorama editorial cubano en cuanto a firmas y temas, y al mismo tiempo se reanimó la labor de los editores y los promotores literarios y culturales.
Desde su surgimiento, el proyecto tuvo obstáculos como el limitado número de páginas de los textos, la imposibilidad de hacer grandes tiradas o trabajar el diseño y las imágenes con varios colores. Todo ello restringió al ámbito local el impacto cultural de estas instituciones.
El desarrollo que propició la Riso provocó que luego de 15 años sus limitaciones tecnológicas y organizativas desencadenaran contradicciones. Para muchos creadores y especialistas, estas editoriales han sobrepasado las fronteras regionales y pueden ser considerados sellos impresores representativos del país.
Varios espacios de debate promovidos por las organizaciones gremiales, no gubernamentales e institucionales se han acercado al tópico, y coinciden en señalar la necesidad de expandir el universo temático y de autores de las editoriales asentadas fuera de La Habana, sin que abandonen sus principios fundacionales.
El propio Instituto Cubano del Libro ha implementado iniciativas como el otorgamiento de los premios La puerta de papel, que consisten en la reedición de aquellos textos de mayor repercusión.
Igualmente este año, la XXIV Feria del Libro, la más importante cita literaria de la Isla, cambió su programación habitual para descentralizar el diseño del evento y otorgarle mayor protagonismo a los textos editados en cada una de las localidades.
Sin embargo, los sellos impresores ubicados en las provincias necesitan incrementar el rigor de sus producciones para insertarse con competitividad en el ámbito de las letras del país.
Entre los principales retos en este sentido se encuentran la necesidad de una mayor preparación de diseñadores y editores, más coherencia en el trabajo de los consejos técnicos y perfeccionar los mecanismos para la promoción literaria a la luz de las nuevas tecnologías y los cambios organizativos que implican el tránsito de los centros provinciales del libro hacia el sistema empresarial.
En un contexto en el que se difuminan los conceptos locales, como resultado de la globalización, las editoriales territoriales se enfrentan a un nuevo reto, quizás mayor que aquel que las llevó de los tipos de plomo a la Riso, y es el de seleccionar lo más auténtico de la cultura de cada uno de esos dominios y convertirlo en patrimonio cubano y universal.
Fuente: AIN