Parecía que Luis Sexto y Viñas Alfonso habían hablado con el propio Pedro Junco en persona, y este les había contado, con la ligereza de carácter que lo definía, cada resquicio de su vida.
Sin embargo, la imposibilidad del hecho está en una razón biológica antes que funcional. Cuando el compositor pinareño falleció, Viñas tenía un año de edad y a Sexto le faltaban dos para nacer.
La acendrada empresa de refundar la historia de vida de Pedrito, como lo llamaban sus familiares y amigos y como también lo comencé a recordar desde el mismo instante en que cerré el libro después de devorarlo en una sola noche, logró tener forma en las páginas de Nosotros que nos queremos tanto, un título editado por la editorial Pablo de la Torriente Brau, en 2013.
Sexto tiene el olfato de un perro labrador capaz de escabullirse sorteando obstáculos para encontrar hasta el más ínfimo detalle, si de ese depende la calidad de la investigación.
A Viñas lo distingue la minuciosidad y el empeño, el arte de buscar y leer sin cansancio.
Y al unir esas dos improntas, resulta una historia de vida que intenta quitarse de encima las “lentejuelas imaginativas” que la rodean y apertrechan de atavíos innecesarios hasta conformar dramatúrgicamente un mito que se ciñe a lo trágico.
Pedro Junco Redondas, para quien cada canción era una historia vivida, regresó muerto el 26 de abril de 1943 a su tierra natal, que amaneció conmovida desde que el día 25 se conoció la noticia del fallecimiento.
Tenía 23 años y por cada uno, contrario a lo que se ha construido en el imaginario popular, hubo una mujer.
Los que lo trataron y quisieron lo definen como “bullicioso, gregario, el típico joven del pueblo, atento, fino y físicamente fuerte”, y antes de 1940, un poco más temeroso; miedo infundado por la inseguridad de no quererse mostrar como el artista que era. En una de sus cartas escribió: “tal vez la palabra que me corresponda sea egoísta. Porque cuando empecé a escribir canciones, a nadie se las mostré, ni siquiera a los más íntimos (…) nunca pensé que nadie más que yo, llegara a interpretarlas”.
Nada tiene que ver la producción musical de Pedro con la canción trovadoresca cubana, sino con la canción moderna, con las obras de los pianistas de los años treinta y cuarenta capaces de impregnar, en su creación, un sentido que funciona dentro de la poética de la música popular con “un plano léxico apenas estilizado”.
La obra de Junco no trasciende por cantidad, más bien por el rejuego que logran sus letras para seducir a los oyentes. Así sucedió con Nosotros, que, sobreviviendo al autor por su línea melodramática, se aferró a la conciencia colectiva con tal engarce que parece su único bolero.
Más que una biografía o un ensayo musicológico o literario, el libro de Sexto y de Viñas intenta ser el “reportaje investigativo acerca de un hombre”. Y lo logra.
Nunca antes se habían escrito de Junco tantas certezas reunidas y demostradas con cartas y documentos que, dentro del texto, logran ser contundentes argumentos, y como añadidura, hacia el final del volumen, de un testimonio gráfico que incluye imágenes del compositor, de sus epístolas, de sus manuscritos.
El libro se compone de tres núcleos conflictuales que tiran de un telón de vaguedades y distorsiones, para desmenuzar la historia de Nosotros, su bolero; a qué mujer, entre tantas, estuvo dedicado, y la causa real de su muerte.
Donde aparece un asidero para demostrar una historia interesante —decía Sexto—, el periodista se inclina a justificar una presunción, añadir un dato nunca confirmado. Esa repetición inexacta y ornamental es heredada por otros que pretenden hacer historias hermosas antes que verdaderas, pues “en nuestra especie, lo fantástico prefigura una tendencia o una opción. Y a veces, en asuntos de amor, música y poesía, preferimos el mito a la realidad”.
Por eso, desconociendo necrologías aderezadas con luminosidad improbable y legitimadora de leyendas, los autores, más que apropiarse totalmente de investigaciones anteriores, desarticularon axiomas y cuestionaron muchos de los argumentos recogidos por quienes se consideraban los verdaderos biógrafos de Junco.
En Nosotros que nos queremos tanto, no hay espacio para lugares comunes, ni en las construcciones sintácticas y semánticas, ni en los análisis que propicia. No hay desperdicios gramaticales. Cada palabra significa, y como en la lógica lezamiana, cada palabra también tiene preludios.
Posee este libro la unidad estilística que se construye de la concertación entre habilidad y perspicacia; ambas fundadas por las mañas de practicar la literatura y el periodismo, como fértil combinación que representa, sin afeites, a este par de autores y a sus páginas, cual golpe demoledor a un misticismo intangible.