A mediados del pasado año, un equipo periodístico de la cadena radio-televisiva alemana Deuche Welle, hizo una exhaustiva investigación sobre el terreno, en busca de certificar la cantidad y condiciones para la franja de pobres e indigentes dentro de Estados Unidos.
Aunque Donald Trump afirma de modo tajante que el país y sus ciudadanos viven los mejores momentos de toda la historia nacional, el resultado de la pesquisa germana, llevada a un documental, prueba la falsedad propalada por la Casa Blanca, incapaz de admitir transcursos bien documentados.
Antes de la revelación del medio difusivo, un informe de la ONU, fechado en octubre de 2019, alertaba sobre la situación dentro de Estados Unidos que venía lesionando de modo muy serio a los norteamericanos y ha tomado especial relevancia ante la actual pandemia del Covid-19.
El vocero del organismo mundial, Philip Alston, aseguró entonces que las políticas económicas de Trump “parecen deliberadamente diseñadas para eliminar las protecciones básicas de los más pobres, castigar a aquellos que no están en el empleo y convertir incluso la atención médica básica en un privilegio que se gana, en lugar de un derecho de ciudadanía”.
El estudio periodístico corroboró las revelaciones de Naciones Unidas, al establecer que son más de 40 millones de ciudadanos norteamericanos, 18,5 millones de ellos en la pobreza extrema la indigencia y el hambre los concernidos en tan deplorable situación. Eso implica el doble que hace cincuenta años y en condiciones empeoradas desde la llegada de Donald Trump a la presidencia.
Ignorado por el discurso oficial y por la mayor parte de los medios difusivos estadounidenses, el grave dilema se potencia ante la pandemia en curso. Trump desestimó de inicio el peligro y dijo disparates como que todo iba a desaparecer de la noche a la mañana. Ante la envergadura que fue cobrando la calamidad, comenzó a culpar a China del surgimiento del virus y su propagación, como si Estados Unidos estuviera cubierto por una burbuja aislante y no participara de los intercambios mundiales, turismo incluido.
La realidad negada subyace en datos estadísticos irrefutables, como los expuestos al calor de la problemática presente, por parte de Robert Reich ex secretario de Trabajo durante el mandato de William Clinton. En declaraciones públicas afirmó que “En lugar de un sistema de salud público, tenemos un sistema privado con fines de lucro para las personas que tienen la suerte de pagarlo y un sistema de seguro social desvencijado para las personas que tienen la suerte de tener un trabajo a tiempo completo”.
Se recordará que Clinton creó una comisión de expertos dirigida por su esposa, Hilary, para estudiar el problema que se venía arrastrando desde tiempo antes. Se supone que el estudio de entonces no alcanzó buena meta, pero fue útil en parte a otro demócrata, Barak Obama, para implementar el actual mecanismo (obamacare) que continúa insuficiente, pero, con todo, Trump quiso eliminarlo.
Una organización estadounidense (Kaiser Family Foundation) especializada en investigaciones sobre el tema, asegura que hoy 30 millones de personas no poseen seguro médico, y otros 40 millones se adscriben a planes deficientes o costos tan elevados que solo los utilizan en situaciones extremas.
En contextos como el que se atraviesa, impera el miedo ante el abusivo precio de consultas y tratamientos, por lo cual se teme más difícil detectar contagiados y que el coronavirus siga propagándose. Una de las críticas mayores dentro y desde fuera que se achacan a Trump es no tener ni proponerse contar con los medios para la localización de contagiados.
El congreso norteamericano estaba discutiendo un plan para distribuir 1 800 billones de dólares buscando capear el problema. Los demócratas se opusieron alegando que “la medida otorga demasiados beneficios a las corporaciones” y presentan su propio proyecto, con énfasis en darle más ayuda federal a centros de salud comunitarios, asilos de ancianos y a los gobiernos locales para dotarles de lo requerido en busca de frenar la enfermedad.
Proponen invertir en la adquisición de máscaras, equipos de respiración asistida y de protección para el personal sanitario. La presidenta de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi, dijo que la versión demócrata para el uso del paquete de rescate económico, “reconoce la gravedad del desafío planteado por el coronavirus” y tiene propósitos que no contempla el proyecto de los republicanos.
Antes que disputa bipartidista, parece, se trata de una concepción con mayor realismo ante aquella otra inclinada a proteger a quienes mucho tienen, omitiendo las urgencias de tan anchas franjas débiles de la sociedad, de ellas, esa inconcebible cantidad de gente económica y humanamente marginada.
No se olvide que este es el país más rico del planeta, según se ufanan. Pero la pobreza de un gobierno grandilocuente aflora con su remarcado acento en las comprometidas circunstancias actuales.
Hay síntomas suficientes y datos específicos dando cuenta del descalabro material que se espera en todos los continentes y de comprobarse, hay tesis de expertos asegurando que habrá una segunda vuelta de la epidemia cuando esta no se encuentra todavía en su cenit. Ello implicará otros daños, ante los cuales se hace imprescindible el realismo, la utilidad de juntar fuerzas e interactuar coordinadamente.
Esta es, como la urgencia misma de eliminar sanciones injustificables y egoísmos domésticos, ni más ni menos, la impostergable realidad.